Mi Mexicanidad
Por Javier Flores
May 2009Es mi vida, mis rasgos, yo mismo, todo aquello que me delata frente al mundo como mexicano. Mi tez canela y dorada, la obra de los Dioses del maíz y el Quinto Sol.
¡Pero aun yo soy! ¡Aun sigo aquí! Fijo y eterno. Como esos monolitos que han acompañado a las estrellas y el mismito cielo desde el principio del tiempo. Las pirámides aun están ahí, retratadas entre praderas salvajes miran pasar el tiempo, luciendo su tez grasienta y demacrada. Las cimas carcomidas por los siglos, pero aun sus briznas se mantienen al costado de sus raíces. Y Quetzalcoaltl aun hace su trayectoria hacia la cima de la Pirámide del Sol en el día más largo de año.
Mi Mexicanidad la llevo tallada en el corazón. Así como los jeroglíficos están tallados en Tikal. Monolitos enlutados con moho. Libros grabados, proféticos. Y delatadores de primaveras y amarrados eclipsitos por los siglos de los siglos. El Código de Madrid aun enseña hombrecitos de tez dorada, de mí, miles de años atrás, vestidos en trajes de jade, verde como el nopal, verde como el chile. Sus cabezas están adornadas con coronas emplumadas de Quetzales vanidosos o de Pavo reales primorosos. Mi Mexicanidad, mi sangre, me quema la piel al correr por mis venas como el agua corría por los acueductos que engalanaban la gran Tenochtitlán.
Mi Mexicanidad se emborracha de orgullo cada 15 de septiembre al repico de las campanas de la Independencia. Mi voz se eleva por los cielos como un águila majestuosa en busca de un nopal, como el viento que se levanta por doquier para llevar a cada rincón del mundo una verdad imperdurable ¡¡Yo soy México!! ¡Que viva México! ¡¡Qué viva Don Benito Juárez!! ¡Qué viva el General Ignacio de Zaragoza! ¡Qué viva el Cinco de Mayo! ¡Qué viva la Independencia de México!
Mi Mexicanidad rinde tributo cada 2 de noviembre a mi naturaleza y a mi destino. El Día de los Muertos. Las calles se embriagan de luto y las líneas se alargan a las puertas del panteón. Niños corren en busca de caramelos en forma de calaveras, duendes, huesos y tamales con atole; mujeres llorando; mi México recordando. Todos llevan consigo sus propias penas en el alma y sus ofrendas en las manos: pan de muerto, tejocotes, guayabas, camote, mole, puique, tequila. Otros hacen vibrar la brea con sus desfiles. Sus caras pintadas de color verde, blanco, o rojo con la imagen de Mictlantecuhtli, el Dios de la Muerte. Bailan y celebran mi Mexicanidad, la parte de mí que ha encontrado la paz eterna, y la otra que vive y late con armonía al ritmo de sus pies adornados con
cascabeles. Las calles se visten del ayer y reencarnan esos guerreros aztecas, mayas, olmecas y chichimecas al pasearse por las calles de tierra querida. Bailan y lloran con gusto porque saben que su tierra está libre de potencias extranjeras. Mi conciencia me dice que no es verdad lo que veo, pero mi Mexicanidad y corazón me dice que sí. Son ellos y están ahí. Levanto altares y ofrendas para que vean que aun viven en mí.
Mi Mexicanidad es la idea que el chile hace que todo sepa mejor. Que las tortas de huevo con pimientos verdes y cebollas son una falsa y barata imitación de los Huevos Rancheros acompañados con frijoles refritos y tortillas de maíz. Mi Mexicanidad se avergüenza del taco de tortilla pálida y hard-shell que Taco Bell quiere pasar como taco Mexicano. Ese Taco Bell es solo una imitación barata para aquellos que no se atreven a probar el sabor ardiente de las salsas verdes y rojas que le dan sabor al taco mexicano.
Mi Mexicanidad se acelera al oír tocar las tonadas del mariachi y la voz de aquel Vicente Fernández. Ese el cual su rostro rígido y rudo es el mismísimo símbolo de todo lo que soy yo, de México. El que se pone los trajes de charro auténtico adornado con semblantes de plata que lucen como diamantes bajos las luces del palenque o la plaza de toros al cantar sus canciones. Ese que le canta a la familia, al amor, al placer, a las mujeres, a mi Mexicanidad. El es México, y yo soy el. Sólo el que se sienta igual ha de saber.
Mi Mexicanidad grita y suspira, grita y suspira cada cuatro años al grito de ¡goooooool! Hombres arrogantes de orgullo toman el campo con sus camisas tricolor, verdes como el maguey, verdes como el nopal, verdes como el color de la bandera; con franjas rojas, rojo como la sangre, rojo como mi corazón, rojo como el color de la bandera, y blanco como la gloria, como la euforia de la victoria juegan por su honra y por el escudo y águila recalcado en el sudario de su bandera. ¡Por mi Mexicanidad! ¡Por México!
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