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Recuerdos de…

Una gringa en Oaxaca

Por Kira Gilman
April 2009
Estuve en la Ciudad de Oaxaca, México, durante mis vacaciones de invierno con un grupo de estudiantes de Bard College. Antes del viaje, la mayoría tuvimos una clase intensiva de español en nuestra universidad con dos sesiones de clase cuatro veces a la semana. En Oaxaca nos quedamos con varias familias y asistimos al Instituto Cultural Oaxaca para tomar clases de gramática, conversación y cultura ─como artesanías en cerámica, salsa, cocina, cine y música mexicana. Pero la mayor parte del aprendizaje ocurrió fuera de la sala de clase y sucedió en nuestras casas con las familias, los mercados y las calles.

A veces, mis amigos o yo teníamos malentendidos con el idioma. Por suerte los involucrados en las conversaciones tenían buen sentido del humor y eran muy amables. Por ejemplo, la familia de mi compañero de clase le preguntó si él tenía hermanos y él respondió, “No, estoy soltero”. Otro estudiante confundió la palabra “dulces” con “sucios” y sin querer lo decía mientras señalaba una confitera o las cajas de dulces que se vendían en la calle. Yo intenté hacerle un cumplido a mi padre anfitrión por su nuevo corte de pelo, pero “pelo nuevo” no tiene mucho sentido en este contexto. A pesar de todo era divertido.

Una noche cerca del día de año nuevo, me senté sola en los escalones y esperé a algunos amigos delante de una iglesia en el zócalo. En ese momento, dos niñas de cinco años más o menos se acercaron a mí con cascarones. Rompieron las cáscaras de huevo llenas de confeti en mi cabeza. “¿Qué están haciendo?” les pregunté con sorpresa. Las chicas sonrieron, se rieron, y se fueron corriendo. Pasó un tiempo y regresaron con tres cascarones más llenos de harina. Quedé cubierta de mucho confeti y harina. Para mi sorpresa, durante la segunda sesión de cascarones, su hermano aumentó la diversión y me roció con espuma. Su madre vino caminando hacia donde estaba yo. Para entonces, estaba hecha un desastre. Se disculpó, se rió por lo bajo, me dio un cascarón, y me dijo dónde conseguirlos. Estuvimos corriendo de acá para allá en el zócalo y tuvimos unos ataques de risa tonta cuando mis amigos me encontraron.

Probé algunas de las costumbres de la Nochevieja en México como ir a la misa, comer las doce uvas de la buena suerte y el primer desayuno del año a la medianoche, disfrutando el bacalao durante de la cena tarde y dándonos abrazos con todas las personas en torno a la mesa. Cuando me preguntaban cuáles son las tradiciones típicas en mi familia durante los días de fiesta, no tenía una respuesta articulada porque mi familia no tiene  tradiciones profundamente arraigadas. 

El último fin de semana que estuvimos allí, muchos de mis compañeros de clase fueron a la playa. Pero yo decidí quedarme en la ciudad para pasar más tiempo con mi familia anfitriona y la estudiante de intercambio (una mujer que conocí a través del instituto y que está aprendiendo inglés). El día que mis compañeros se fueron, había una huelga de los maestros. Caminábamos con mi amiga por la calle y comíamos chocolate nieve oaxaqueño. ¡Vaya qué rico! Vimos a cuatro jóvenes, artistas de grafiti, que corrían a la pared de un banco y ahí crearon un mensaje político con un esténcil. Era una declaración sobre la situación de Palestina. Llevaban máscaras de esquí, bandanas y casquetes. La escena entera duró solamente minutos. Se fueron tan rápido como llegaron.

Después pasamos cerca de una chica que estaba tocando el acordeón. Todas las noches la veía en la misma calle. Ella cantaba una melodía triste que contrastaba muy interesantemente con el sonido de su instrumento que parecía feliz. Tenía tal vez ocho años y llevaba una mochila de Hello Kitty. Su cara era infantil, pero su voz era muy madura. Un poco más lejos por la calle, el dolor del país estaba escrito en las paredes, mezclado con más declaraciones sobre Palestina, las protestas en contra del gobierno, y los homenajes al grupo de estudiantes, México 68, de la Noche de Tlatelolco. Las representaciones eran chocantes. La vista entera parecía como si hubiera sido planificada: con el acordeón y la chica joven que sonaba por varias cuadras, el aire de noche quebradizo de la ciudad, y las cadenas de luces sobre las calles, parecía como una película. Continuamos caminando a casa.

En la calle siguiente, pasamos por un escenario donde había cuarto personas con televisiones de cartón en sus cabezas. Se pusieron de pie en un círculo cerca de dos chicos y fingieron asaltar a otro hombre joven y a una mujer que estaba llevando un vestido rojo. Nunca vi obras teatrales como esta en el pasado, pero, no los pude oír. Continuamos caminando por la calle.

Nos sentamos en los escalones de Santo Domingo y observamos los paseantes y vi diversos grupos de gente. Había gente con rosarios y adolescentes vestidos de negro, al estilo punk rock, personas vistiendo ropa de las marcas Prada y Puma, una pareja que iba brazo en brazo, y una mujer con sus hijas mendigaban dinero 

Regresé a mi casa para cenar con mi familia oaxaqueña. María, la ama de casa, me saludó en la cocina con una sonrisa reservada para sus amigas íntimas. Cocinó mi plato favorito, salsa de queso. La planta baja olía a salsa recién horneada—magnífica y rica. Me senté a la mesa al lado de la abuelita. El resto de la familia se acomodó atropelladamente en la mesa, eran siete. Vivir con una familia grande era muy diferente a vivir solamente con mi papá en Pennsylvania. Siempre había alguien allí para pasar el tiempo. Por ejemplo, la abuelita ciega que escuchaba las noticias conmigo. La abuelita es animada, la adopté como mi propia. Antes de acostarme, hablaba con Ricardo, el señor, cuando regresaba a la casa y se sentaba en el escritorio de la computadora. Siempre esas conversaciones de  bien tarde en la noche eran interesantes y educativas, usualmente sobre situaciones políticas u otros temas de Oaxaca como su sabor favorito de mezcal. Además, estaba María, a quien adoré, me gustaba cocinar con ella o solamente charlar sobre cualquier tema, Oaxaca, la historia de la familia, su vida, las mascotas, (una de las cinco es un loro que dice su nombre todo el día y la noche), cómo van los negocios en la cafetería, su amor secreto, un encaprichamiento que frecuenta la cafetería, y otros eventos.

Siento que aprendí muchísimo en un mes—sobre lengua, la cultura, y sobre mí misma. Fue una experiencia increíble y me encantaría regresar en el futuro. Fueron las cosas pequeñas, la vida diaria, hablar con personas desconocidas, probar los champolines, caminar por la calle en el zócalo, pasar el tiempo con mi intercambio, cocinar tamales con una maestra anciane en el instituto, conocer a algunos de los jóvenes lugareños, las comidas ricas con la familia a las tres, el concepto de sobre a la mesa, y por supuesto, los cascarones.



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Comments

Comentario: muy buen articulo oaxaca es hermoso espero me agreges y q regreses a oaxaca t esperamos
Posted: 4/21/2009