Hace unos años, cuando recién llegaba a los Estados Unidos con mi visa de estudiante y muchas ganas de trabajar como periodista, tuve la suerte de poder crear esta revista junto con Emily Schmall, entonces estudiante de Bard College. Un domingo de abril fuimos a la misa católica en español de Poughkeepsie para distribuir La Voz al final del servicio. Nos sorprendió que ese día hubiera asistido tan poca gente, y que hasta las calles de la ciudad estuvieran tan desiertas, como si fueran decorados de cine. Durante el sermón, el sacerdote de entonces, el padre Eusebio, habló de los primeros cristianos y de su dura vida en las catacumbas, por miedo a los romanos que los buscaban para darlos de comer a los leones.
Enseguida el sacerdote relacionó esa situación con la triste soledad de muchos inmigrantes sin documentos que por miedo a la deportación no salen de sus casas más que para trabajar. Esos días justamente, nos contó la dueña de una tienda, corría el rumor de que la migra estaba buscando y deportando sin papeles a manera de represalia por un caso policial ocurrido hacía poco. Tenía sentido entonces que las calles de Poughkeepsie estuvieran tan vacías de latinos. Y es que la gente tenía miedo, pero no eran asesinos criminales, sólo trabajadores sin documentos y sin derecho a nada, ni siquiera a rezar, y mucho menos a quejarse.
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