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La Misa Criolla

December 2006
Hace un mes, en un rincón escondido del estado de Massachussets (la iglesia Saint James en Great Barrington), mis oídos fueron regalados con una interpretación de la Misa Criolla de Ariel Ramírez. Como ciudadano de Nueva Inglaterra, nunca he escuchado algo semejante, ni en una iglesia ni en un concierto latino. Era una mezcla de la música religiosa de España y la música folclórica de Argentina. El resultado aspiraba a la grandeza de una misa hispana y la sutilidad de un gaucho con su guitarra en la pampa.   

Se podía ver en el arreglo de instrumentos que no sería una misa tradicional. Había un charango, una especie de mini guitarra. Originalmente construido con el caparazón del armadillo, explicó el músico, este tenía un cuerpo de madera. Con cinco pares de cuerdas, el charango tiene un alcance de tono angosto, y por consiguiente una pared brillante de sonido. Otro hombre tocaba un tambor llamado bombo. Tenía una cabeza de piel de cabra, y lo tocaba tanto con baquetas como con las manos, los golpes al canto apoyaban al ritmo. Las zampoñas, hijas de los Andes, y un hacedor de viento complementaban el efecto. 

Cuatro músicos latinos tocaban estos instrumentos. Detrás de ellos estaba el Coro Crescendo, las mujeres delante y los hombres detrás. Y al otro lado de los músicos estaban los dos tenores José Sacín y Pablo Henrich.   

Antes de la Misa Criolla, el coro interpretó otra composición, la Misa para Coro Doble por el compositor suizo Frank Martin, considerada una de las piezas para coro más importantes del siglo XX. Mostraba lo intrincado y la densidad característica de los suizos, y también la influencia de Schönberg, un compositor aún más intricado y denso. El sentido de sobrecogimiento espiritual era fuerte, pero de una forma introvertida que no mueve al público. 

Desde las primeras notas de la Misa Criolla, por otra parte, el público quedó hipnotizado. Las voces del coro rebotaban mágicamente en los techos y los músicos comunicaban una vitalidad inmediata y apasionada. Sacín, el tenor, cantaba su parte con gusto y sin leer la partitura. Me contó después que cada interpretación es una experiencia espiritual para él.  

El coro formado mayormente por angloamericanos parecía bien preparado, pero a veces encontraba problemas con los ritmos latinos. Los músicos delante, de todos modos, componían el grupo y mantuvieron la fuerza e integridad desde el principio. El charanguista en particular dejaba muchas bocas abiertas, rasgueando una docena de notas por segundo.

La ultima nota de la misa fue inesperada. El aplauso empezó sólo después de unos segundos de reacio silencio. 

El trabajo de la directora, la chilena Christine Gevert, merece elogio. Ella juntó un coro, una banda latina y también dos tenores aclamados para el evento. Y ha iniciado sobre el curso de tres años una serie de conciertos a lo largo del Connecticut rural. Sus selecciones musicales son ambiciosas y distintas al repertorio suburbano tradicional porque retan a la audiencia. La vida de Gevert y la Misa Criolla son paralelas en varios respetos, y me gusta pensar que, esa noche, pude oír su simpatía profunda por la obra. 





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