El planeta de los simios

¿Para qué sirven los hombres?

March 2007
El biólogo especializado en medicina nuclear Michel Djerzinski se hace esta cuestión en el momento de plantearse un nuevo paradigma reproductivo en la raza humana. Las pulsiones masculinas pueden saciarse con competiciones deportivas o, en el peor de los casos, con la necesidad de “hacer avanzar la historia” por medio de revoluciones y guerras fundamentalmente. Para Djerzinski una sociedad regida por el rol femenino (de carácter maternalmente conservador) sería mejor a todas luces.

Los cambios históricos se producirían con mayor lentitud pero sin el absurdo y traumático sufrimiento que causa cotidianamente la vanidad y violencia innata del género masculino. Partiendo de tales planteamientos y habida cuenta del desarrollo de la genética a principios del siglo XXI es fácil imaginarse que es lo que se le pasaba por la cabeza a Michel.

 

Aunque el término chimpancé se aplica comúnmente al pan troglodytes se trata de un género que incluye también a otra especie, el pan paniscus, comúnmente conocido como bonobo. Las diferencias entre ambas especies son muy significativas. El primero, de mayor tamaño y fuerza física, practica una estructura social jerárquica piramidal donde la cúspide la ocupan los machos dominantes a través de conductas agresivas hacia sus congéneres que van desde el enfrentamiento violento entre los machos hasta la eliminación de las crías masculinas (potenciales competidores) con probados episodios de canibalismo incluídos. La práctica patriarcal incluye el sometimiento y posesión exclusiva de las hembras.

 

Por contra, los bonobos practican una sociedad matriarcal en la que el poder está repartido horizontalmente donde las hembras ostentan un estatus superior. El sexo tiene un protagonismo absoluto, siendo practicado de forma continua y absolutamente diversificada, incluyendo todas las prácticas imaginables (sexo en grupo, homosexualidad masculina y femenina, sexo oral...) sin mediar sentido posesivo (celos) alguno. La resolución de conflictos suele darse por medio de encuentros sexuales (como forma de liberación de tensiones o pago de una deuda) y las crías son protegidas por igual por todo el grupo al no ser pertenecientes de ningún clan o familia específica. Ambas especies tienen una proximidad genética al ser humano cercana al 100%.

 

Mi madre estaba viendo un fragmento de un programa de Laura Bozzo cuando la llamaron por teléfono y se enteró de que su compañera de trabajo en el hospital había intentado suicidarse por ingestión masiva de ibuprofenos al enterarse que su marido, cirujano, tenía un affair con el anestesista. Ya había tenido noticia de infidelidades con otras mujeres, pero no pudo soportar que ésta vez fuera con un hombre. Para mi sorpresa, mi madre se mostró comprensiva ante tal desesperación. En la televisión dos gorilas (del género de los que custodian puertas de discotecas) trataban tímidamente de separar al enrabietado marido de una rolliza mujer de aquel que acababa de declararse como su amante. La lógica socio-sentimental de las relaciones humanas y su infinita capacidad de generar dolor se escapaba, una vez más, de mi entendimiento.




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