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Recuerdos de…

Buenos Aires visitada por una vegetariana

April 2008
Llegué a Buenos Aires, Argentina, sin querer sentirme turista por ocho meses. Compré una bicicleta y una Guía T de mapas y empecé a vagar por la ciudad. 

Al principio me asustaba un poco cuando alguien se acercaba para hablarme, pero cuando empecé a escuchar siempre me querían ayudar: la mujer retándome cuando salía del departamento sin abrigo en el invierno, el hombre bajando de su coche con un gato para ayudarme con una llanta rota de mi bicicleta, un grupo de cartoneros jóvenes acercándose para arreglar mis frenos, compartiendo una mandarina en la plaza con un desconocido que tocaba el charango y cantaba al sol, invitaciones abiertas para visitar casas, playas y talleres de arte después de un par de minutos compartiendo palabras o comida en la calle. Quizás los hombres están silbando y diciendo piropos, quizás la mujer abriendo mi mochila en la Estación Constitución me va a robar, pero más que nada, encontré que la gente sólo quería hablar y crear espacios de interacción y amistad vecinal en una ciudad grande y cosmopolita donde hay tantos olvidados.

En mis primeras semanas un amigo me mostró un afiche sobre una huerta o jardín urbano en el barrio de Caballito que estaba en peligro de desalojo. La Huerta Orgazmika, así bien llamada por las verduras ricas que cultivan, junto con el centro cultural 'La Sala' ofrecía muchos talleres, comida gratis y un lugar para descansar al sol comiendo pétalos de taco de reina y tomando mate con hierbas frescas del jardín. Con ellos pasé mis mejores tardes, charlando, identificando yuyos, haciendo serigrafía, viendo música en vivo, construyendo hornos de barro, o montando cicla por la ciudad en búsqueda de comida para "reciclar" y cocinar para comer o repartir en  la calle en su propia versión de “Food Not Bombs”. Pero desafortunadamente, la huerta, iniciada después del desastre económico del 20 de diciembre de 2001, ocupa un espacio público sin pagar alquiler y ahora, siete anos después, el gobierno quiere reclamar el lugar para continuar un parque y hacer un "espacio verde". Encontré una desconfianza absoluta en el gobierno, pero sin desesperación. Ellos siguen haciendo lo suyo y combaten cuando es necesario, creando su propio espacio, sin esperar que alguien les vaya a dar nada.

Nunca probé la famosa carne de Argentina, llevaba verduras a los asados para poner en la parilla, nunca aprendí el tango y raras veces salí a boliches hasta el amanecer, pero la cantidad de cultura y arte que encontré en esta ciudad infame fue impresionante. ¡Y cultura accesible! No es una ciudad de estrellas de cine inalcanzables y boletos caros para los pocos con dinero. En cambio, a mi alrededor había teatro en la calle, circo en edificios ocupados, recitales y orquestas en las plazas, talleres gratis de capoeira, acrobacia, serigrafía y todo tipo de expresión artística. Vibrante y llena de arte de una manera no elitista como nunca he visto en otro lugar. De hecho, pasé mis últimas semanas durmiendo en un rincón en el piso de un departamento compartido por dos músicos, hombres que más tarde me di cuenta eran los mismos músicos que tengo en fotos turísticas de mis primeras semanas tocando acordeón en la Plaza Dorrego. Día tras día encontré gente con talento, ocupando la calle en vez de espacios de fama como su escenario y siempre abiertos a dar cabida a un yanqui en sus vidas caóticas.

 

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