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Recuerdos de…

España rota

Un yanqui en Ávila

Por Nicholas Hippensteel
April 2008
En Madrid tomé el autobús que un domingo por la tarde me dejó en Ávila. Esta ciudad al noroeste de la capital española me saludó con medios rechazados—la estación estaba bien cerrada. Mirando el mapa minúsculo de mi guía vagué por las calles, dando vueltas hasta que tropecé con un carnaval que estaba dando Telepizza. Los juegos inflables de colores llamativos delante de mí contrastaban curiosamente con las murallas antiguas de la fortaleza medieval al fondo.

Resistiendo la tentación poco convincente de montar en los globos gigantescos, entré al casco antiguo por un arco altísimo de granito y empecé la rutina turista, subiendo las escaleras empinadas y sacando bastantes fotos. En muy poco tiempo, la neblina de turista solitario cayó sobre mis ojos y andaba en un ensueño. La fantasía nostálgica de tiempos pasados y la conciencia de ser extranjero en esa tierra son la receta perfecta para la alucinación.

De ese ánimo, busqué comida. Como suele ser el caso en el norte de España, Ávila es opulenta, así que tardé una hora en encontrar un restaurante sencillo que no fuera un hotel de cinco estrellas ofreciendo un festín exquisito. Por fin, me hallé en un mesón muy de la zona y me alegré de ver los muebles de madera y la luz sucia, o sea las cosas que cantaban a la vida cotidiana. Pedí y comí la comida más medieval que nunca había probado. El protagonista de la comilona fue la sopa castellana, que en ese momento parecía un huevo crudo bañado en sangre hervida con aceite de oliva. La mezcla de la sal, la sangre, la carne, el aceite y el hambre que tenía antes dio a la comida una capacidad asombrosa de satisfacerme. La acabé sintiéndome muy medieval y castellano.

Me levanté de la silla en el fondo del bar y fui a la caja para pagar la cuenta. Cuando me estaba yendo, un hombre de alrededor de sesenta años, sentado a la barra, me paró. Dijo algo y respondí, pero no me acuerdo con qué. Se presentó como Julio. Por alguna razón le caí bien enseguida y comenzó un diálogo con su admirable ingenio. 

“¿De dónde eres tú?” me preguntó. 

“Soy de los Estados Unidos, por supuesto”, respondí yo. Sin pensarlo dos veces, Julio vino con su réplica ocurrente:

“Ah de mí, que soy de España Rota”.

En toda mi ingenuidad contesté, “¿Por qué está rota tu España?” 

“Porque soy castellano desde el corazón y veo que mi patria se está destrozando con la polémica política de la autonomía. Las cuestiones no tienen en cuenta que con la independencia de ciertas provincias España desaparecerá. Bueno, pues te invito a una cerveza, ¿te parece?”

La rechacé y él me ofreció un chupito. Asentí y el camarero me puso un vaso pequeño de vodka con hielo. Puesto que nunca había visto un chupito con hielo, no sabía exactamente cómo se bebía, así que—siguiendo la tradición a la que estaba acostumbrado—lo tomé entero de un solo trago. 

Por lo visto, a juzgar por la reacción de mi nuevo amigo, tal manera de beber es una señal de fuerza. Me invitó a otro, pero lo rechacé porque todavía me quedaba gran parte de la responsabilidad turística. Nuestra conversación se desvió de la política al tema de las mujeres. Le encantó que yo fuera soltero.

“Eres inteligente, sigue así. Yo no fui tan listo como tú”. Creo que no se dio cuenta que yo sólo tenía veinte años. 

Después de un rato, este tema se esfumó y hablamos otra vez de la política. De nuevo, Julio mostró su agudeza mientras tejía una maraña de chistes en la que me perdí. Intentando imponerme en los juegos de palabras, yo hice un comentario ligero sobre Zapatero. Insinué que su carga más imprescindible como presidente era ser guapo, pero algo se perdió en la traducción al español. 

De pronto me miró con cara intrigada y, sonriendo, refunfuñó al camarero: “Joder, macho, que tenemos un maricón aquí”.

Se reía enérgicamente, dándome golpes en el hombro. Claramente avergonzado, le agradecí por el chupito y la charla y me fui del mesón. Mientras caminaba al lado de la muralla, medité sobre lo que había acabado de pasar y sobre el valor precioso de las interacciones amables que inspira la espontaneidad. 



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Comments

Comentario: Felicidades por tu artículo. Las interacciones del día a día son las más entrañables!
Posted: 3/1/2014