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Versos

Cuatro Cantos

Por Pablo Helguera
March 2010

Nativo de la ciudad de México, el artista plástico Pablo Helguera reside en la ciudad de Nueva York y trabaja con una variedad de medios, incluyendo dibujos, collages, fotografía, video y actuación. Entreteje posición, geografía e historia a través de un enfoque intencionalmente inconexo que se puede apreciar en sus collages “Sin título” (2009 a 2010) que ilustran estas páginas y la tapa de este número de La Voz. Helguera combina recortes de imágenes preexistentes como paisajes, rostros y cuerpos de personas, e interiores en una hoja de papel. El artista “agujerea” estas composiciones con círculos descoloridos que a menudo dan una inquietante sensación de daño.

Óvalos

 

Eran los hermosos óvalos que flotaban

por los paisajes de todas las ferias mundiales

los que me seguían sin parar

cada vez que me trataba de bolear los zapatos.

Yo quería ser negro,

pero la tintorería de Transilvania nunca me llamaba,

creo que porque no les gusta la calvicie

y porque mis tacos con escabeche ahora huelen a talco.

Si tan sólo los caballos de colores fueran antropólogos

interesados en sorber clips suecos,

si tan sólo los mecánicos burocráticos vivieran en Nápoles

y entendieran que el pasto a veces puede ser rosado.

Ahí siguen los óvalos,

qué odio que sean tan hermosos y tan grandes y veloces,

y que yo sea una tortuga medieval

solo con una bolsita de gomas de borrar

pero sin audífonos y con deudas de gimnasio.

Son así las olas de este barrio,

que llegan con Mafaldas abstrusas a veces,

donde todos saludan pero cierran temprano

y no queda más que tirar los calcetines por la ventana

cuando termina el verano. 

 

 

Aduana 

 

Vendo pellejos diseñados, 

hechos de dedos finos de venados rumanos, 

los promuevo en bosques de farmacias lentas 

de aquellas que surten frases suaves con íes y diptongos, 

con avestruces de peluche cantando a la salida, 

para aquellos como yo, con traje de húsar anticuado, 

de esos que son imposibles de planchar. 

Fuera de eso, mi tienda está vacía 

como si esto fuera la posguerra de los moles, 

ya quisieras, pues habría paraíso de boinas, 

pero ni siquiera ese chicle pega, 

ni Virilio me deja usar su carro de último modelo 

ni me invitan a la capilla de los banquetes. 

Plantado con mi duty-free bajo el brazo 

trato de oler todos los colores 

y acaricio las avenas de las mañanas 

en busca de que algo, lo que sea, me dé besos. 

 

Distribuidora

 

Soy como un camarón diminuto 

perdido en un mall fantasma 

de esos que armaban los teóricos amnésicos 

mientras los distraía un turbante sucio. 

Hay algo que me recuerda a mi papá, 

pero no sé si es ese teléfono para changos 

o las algas electrónicas que salen sin avisar, 

injustamente como lo tratan a uno en un hospital 

cuando llegamos sin trofeos o faldas de terlenga. 

Creo que extraño la época en que yo era perro 

y a veces llegaban bolsas con estrellas y malvaviscos verdes, 

o llovía jugo de fresa sobre nuestras zapatillas, 

y todos éramos bailarines entrenados por Ravel, 

y pensar que hasta ahora comprendo finalmente

considerando las varias manchas de salsa en mi chamarra, 

ya nunca va a llegar el momento de las almohadas frescas 

ni el de las playas violetas del sur 

a pesar de que, como todos los brujos indicaban,

ahorita debería de estar cruzando Circunvalación. 

No soy Polivoz, pero tampoco entiendo 

estos caracoles infinitos en mi cara 

que vinieron para quedarse en Indochina 

o mas bien, para dejarme viendo telenovelas

en la ropería,

esperando, eternamente,

al camión. 

 

 

Bidet 

 

De acuerdo con historiadores y egiptólogos 

el sol se proyectaba al estilo de Sanborns 

cuando uno pide huevos negativos con arroz; 

todo era elegantísimo, con moños nupciales 

y en los pasillos con cuadrados verdes aterciopelados 

hasta los huesos funestos comían sombras de negocios. 

Era sin duda una montaña semiótica para un niño como yo, 

con mi canasta pirograbada con iguanas bajo el brazo 

difícil de pesar apropiadamente sin inflar un globo, 

pero así eran las enredaderas polacas cuando se dejaban tocar, 

y si en París Londres se podía pedir emparedado de almejas con Pritt 

no sabremos si los parques eran también así de disléxicos 

a menos de que nos hubiesen dejado plantados

con una orquesta regional. 

Yo, por mi parte,

colecciono espuma desde hace dos siglos 

para peinar toboganes rusos como los de Pavlov, 

y me lavo el pelo en el bidet como Supermán, 

pero ni así logro taclear al camello que me ataca 

por sorpresa cada miércoles a las quince 

cuando me encuentro cargando las bolsas del super, 

e inevitablemente me duele hasta el pelo, 

y sueño la caravana pasar ante mis pecas 

con todos los bisnietos de la historia, 

y la crema dulce de los Cadillacs 

y el inconsolable lavabo con su fuente 

que nunca supimos reparar.

 

 

 Hasta el 21 de marzo, parte de la obra de Helguera estará en exhibición en el Museo Hessel de Bard College, con entrada libre y gratuita. También habrá una presentación del artista el 17 de marzo a la 1de la tarde. (http://www.bard.edu/ccs/).

 



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