Probablemente ya lo escuchó o lo leyó, o simplemente lo está viviendo: el calentamiento global está entre nosotros y tiene una amplia gama de consecuencias para nuestra salud y bienestar económico. Pero no está de más recordar que la causa principal de que aumenten las temperaturas extremas, los huracanes, las inundaciones y otros fenómenos meteorológicos de efectos catastróficos, es la actividad humana. Nuestras actividades que consisten en quemar combustibles fósiles para manejar carros, generar electricidad y operar nuestras casas y empresas. Mientras que la deforestación de los trópicos representa alrededor del 15% de las emisiones que provocan calentamiento global.
Y esto no lo digo yo porque sí. A fines del año pasado las Naciones Unidas organizó una conferencia sobre Cambio Climático en Copenhagen, Dinamarca, en donde los países miembros firmaron un documento de doce párrafos comprometiéndose a promulgar leyes que ayuden a parar y en última instancia revertir tanta devastación provocada por nosotros mismos.
Algunas medidas se están tomando ya. Por ejemplo, la Unión de Científicos Preocupados (UCS, según sus siglas en inglés) presentó un informe, “Crear trabajos, ahorrar energía y proteger el medioambiente”, que demostraba que es posible lograr el objetivo que todos los vehículos que circulen por Estados Unidos en el año 2020 tengan un rendimiento promedio de 35 millas por galón, además de crear puestos de trabajo, reducir la contaminación por calentamiento global y ahorrar más de 1,1 millones de barriles de petróleo por día en el año 2020 (la mitad de lo que actualmente el país importa del Golfo Pérsico). Los senadores fueron convencidos con tal información y en septiembre el gobierno anunció nuevos estándares para vehículos que estimularía la eficiencia en el uso de gasolina en los nuevos vehículos que se vendan en los Estados Unidos a 34,1 millas por galón en los modelos del año 2016.
Y se sigue investigando en otros campos importantes: como la agricultura. Científicos del Servicio de Investigación Agrícola (ARS, según sus siglas en inglés) que depende del Ministerio de Agricultura de los Estados Unidos, investigan cómo la actividad agrícola afecta las emisiones del gas de efecto invernadero óxido nitroso (N2O). Los expertos ya saben que las emisiones de N2O aumentan con las aplicaciones de fertilizantes con base de nitrógeno. Por ejemplo, en Iowa y en Minnesota se han hecho pruebas con distintos tipos de fertilizantes y suelos y se concluyó que los suelos tratados con estiércol porcino presentan las más elevadas emisiones de N2O, al igual que los suelos tratados con anhídrido de amoníaco.
Otros científicos de la ARS se dedican a replicar los efectos del cambio climático para ver cómo será el futuro para la soja, el trigo y los campos donde crecen. La soja, el trigo y otros cultivos crecen más cuando los niveles de dióxido de carbono, CO2, son elevados ya que se cree que el mayor CO2 les da a las plantas más “comida”. Pero esas mismas plantas son dañadas y atrofiadas por niveles elevados de ozono, un gas a nivel del suelo que se crea cuando la luz del sol calienta los contaminantes industriales y de los automóviles. A medida que se calienta el clima se espera que crezcan los niveles de ambos gases.
También se habla de cómo resolver la crisis del agua, de las casas bioclimáticas, del reemplazo de los envoltorios plásticos de los alimentos por otros hechos con proteínas lácteas, y muchas otras buenas ideas que los humanos somos capaces de pensar y cumplir. Muchos de los artículos de La Voz de febrero están dedicados a repensar nuestra contribución y nuestro impacto acá, en la Tierra. Porque pese a todo, todavía seguimos acá y qué mejor que recomenzar el año con nuevas resoluciones, unas que nos ayuden a vivir mejor en más de un aspecto.
Mariel Fiori, Directora
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