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Desencuentros y mucho amor en una boda muy poco mexicana 

Por Celia Vázquez Martínez
November 2024
Siempre había querido visitar México, pero nunca pensé que sería la boda de un amigo lo que me llevaría hasta allí.  
Él era de Málaga, ciudad que se encuentra en el sur de España, y se mudó a Guadalajara en 2012 gracias a una beca de movilidad para estudiar un año en una universidad latinoamericana. Ella era originaria de Guadalajara. Lo cierto es que no tenían que haberse conocido. Al menos no a través de la Universidad, pues ella era estudiante de periodismo y él de ingeniería, pero un improvisado viaje en autobús a las impresionantes aguas azules de Huasteca Potosina, les unió sin remedio.  
 
Después de un largo y bonito noviazgo en el que los enamorados vivieron entre México y España, decidieron casarse en Guadalajara. Sus amigos estábamos entusiasmados: ¡nos íbamos a México! En nuestra imaginación, creíamos que iba a ser una boda tradicional con iglesia, banquete y muchos familiares. Pero los novios tenían otros planes.  
 
Decidieron casarse por lo civil en un recinto con jardín a las afueras de la ciudad, mediante una ceremonia corta y sencilla, con pocos invitados, y con el perro de ambos como encargado de llevar los anillos. Todas estas decisiones se tomaron a expensas de los deseos de la madre de la novia quien había imaginado a su hija en un altar muy distinto. No hubo cura ni iglesia ni muertito ni víbora del mar ni baile de la liga. Tampoco se pusieron mesas grandes ni se veían camareros corriendo de un lado a otro. Y, sin embargo, no dejó de ser un casamiento espléndido, celebrado con la puesta de sol, en un entorno rebosante de flores, plantas, banderillas de colores y caras alegres que demostraban su cariño y complicidad con los novios.  
 
¿Y para comer? Un puesto de tacos y a divertirse. Eso sí, cuando el evento se acercaba a su término, aparecieron los mariachis y el ambiente se llenó de una atmósfera distinta: todos cantamos y bailamos y hasta hubo quién lloró en mitad de una canción un pelín más melodramática. Aunque también pudo ser efecto del tequila y el mezcal que tampoco faltaron entre los invitados. 
 
Aún así, el momento más especial no había llegado. Al terminar una de las canciones, los mariachis guardaron silencio ante nuestras caras de estupefacción que amenazaban con seguir bailando sin su música. En ese instante la novia se hizo un hueco entre los mariachis y llamó a su madre para que se uniese a ella. La señora se hizo de rogar, pero no tardó en avanzar imponente hacia los brazos extendidos que le ofrecía su hija. Así fue como la música volvió a sonar mientras ellas bailaban abrazadas en medio de la pista. Había vencido el amor.  
 
Sí, ese mismo amor que no entiende de generaciones, tradiciones, ideologías, países, kilómetros o de cualquier otra cosa que nos parezca un imposible. Al final, Madre e hija se entendieron y, como se dice en los cuentos de hadas, comieron perdices y vivieron felices para siempre. back to top

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