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Fotos de Mie Inouye y Bill Irwin de manifestaciones en Poughkeepsie y Kingston, frente a la oficina del congresista Pat Ryan, pidiendo un cese al fuego en Gaza.
Fotos de Mie Inouye y Bill Irwin de manifestaciones en Poughkeepsie y Kingston, frente a la oficina del congresista Pat Ryan, pidiendo un cese al fuego en Gaza.

Opinion

El conflicto Israel-Hamás: ¿existe solución al ciclo de violencia?
 

Por Duane Stilwel
December 2023
Desde el 7 de octubre hemos sido testigos de actos de crueldad que desafían toda sensibilidad humana. La incursión relámpago de Hamás en Israel, cuyas 1,200 víctimas fueron en su gran mayoría civiles indefensos de todas las edades, en su mayoría israelíes, pero también trabajadores extranjeros, no puede defenderse ni moral ni políticamente. Los inusitados eventos que se han desencadenado desde entonces han capturado la atención del mundo entero, eclipsando la cruenta guerra en Ucrania. Ahora presenciamos el castigo colectivo del pueblo palestino por el poderoso ejército israelí, que se ha llevado a cabo de una manera tan salvaje y cruel que muy posiblemente altere el curso de la historia. El asedio y la destrucción, el gran número de muertes de civiles, el desplazamiento de cientos de miles, y el ataque a los hospitales y otra infraestructura básica en la Franja de Gaza alcanza proporciones genocidas, y tampoco puede justificarse ni moral ni políticamente.
El huracán de noticias en los medios noticiosos impide, en este espacio, esbozar los detalles del conflicto. Mi intención es ofrecer un análisis que tiene, como punto de partida, los intereses del pueblo trabajador del mundo entero.

No es fácil elucidar la verdad partiendo del “periodismo paracaidista”, que presenta noticias sin contexto y sin un análisis político o histórico confiable. Hay dos razones: la primera es que, como potencia mundial, Estados Unidos es automáticamente parte del conflicto debido a su apoyo político y económico de Israel, y por los intereses económicos que siempre ha defendido en el Medio Oriente sin importar cuánta sangre sea derramada; y la segunda es que, hoy en día, el escenario político está tan viciado y polarizado que es casi imposible opinar sin ser objeto de acusaciones de antisemitismo, islamofobia, o de tener un sesgo político reprobable.

Es importante reconocer los hechos históricos de este conflicto, y el papel clave que jugaron en la creación del estado de Israel en 1948 dos potencias imperialistas: Gran Bretaña y Estados Unidos. Tras el holocausto—cuando seis millones de judíos fueron asesinados en espacio de cinco años en el primer acto de genocidio a escala industrial—tanto Estados Unidos como Gran Bretaña cerraron sus fronteras a aquellos que lograron escaparse de los nazis, en parte para forzarlos a emigrar a Palestina. 

Para entender la complejidad política de este conflicto también es crucial reconocer el papel histórico y político del odio anti-judío y el antisemitismo, que durante siglos oprimió y persiguió cruelmente a la diáspora de ese pueblo y los expulsó violenta y sucesivamente de varios lugares. Se suma la cruenta historia de los pogromos en la Rusia Zarista y otros países europeos, como Polonia, donde miles de judíos fueron asesinados con la complicidad de esos gobiernos. 

Vale recordar que, de todas las derrotas que ha sufrido el pueblo trabajador del mundo desde la revolución industrial, la historia de Alemania nos demuestra cómo el veneno del antisemitismo se ha utilizado como cuña para dividir y derrotar al movimiento obrero. El fascismo y el antisemitismo en Europa fueron los instrumentos políticos que rescataron a las clases gobernantes en Alemania y en Italia que, ante la aguda crisis del sistema capitalista, se veían amenazadas por movimientos revolucionarios inspirados por la Revolución Rusa de 1917.

Es imprescindible no perder de vista, además, que desde su fundación el Estado de Israel se ha basado en el desplazamiento forzoso del pueblo palestino de las tierras que ocupaban, un proyecto colonial que ocurrió tarde en el escenario histórico, cuando ya habían triunfado muchas luchas anticoloniales en el resto del mundo. Ese proyecto sionista es el que impulsa la política del actual gobierno. Debido a características políticas peculiares, una coalición de partidos derechistas encabeza hoy el gobierno israelí, aunque sólo representa a una minoría de la población. La política de constante expansión territorial, la perenne violencia por colonos derechistas contra aldeas palestinas, y un apartheid que consagra a los palestinos en Israel a una ciudadanía de segunda clase, han bloqueado hasta ahora soluciones racionales y pacíficas del conflicto.

Hamás, por otro lado, es una organización religiosa, violenta, reaccionaria y antisemita cuyos altos dirigentes viven en Qatar. Desde que ascendieron al poder en 2007, tras las últimas elecciones legítimas en 2006, han reprimido violentamente toda oposición interna y han gobernado la Franja de Gaza durante 17 años de manera antidemocrática y dictatorial. De ninguna manera representan las justas aspiraciones del pueblo palestino.

Por eso es importante aclarar cuáles son en realidad los bandos opuestos. Los noticieros insisten que la contienda es entre Hamás, por un lado, y el ejército y gobierno israelí por el otro. Presentar el conflicto de esa manera ignora, como actores históricos, tanto al pueblo trabajador israelí como al palestino, relegándolos al papel de espectadores. La verdad es otra: las justas aspiraciones del pueblo palestino por la autodeterminación y la paz están entrelazadas con el derecho del pueblo judío de vivir en paz y seguridad. Nunca habrá una paz justa y duradera sin el protagonismo activo de ambos pueblos, que en el fondo tienen los mismos intereses y que durante cientos de años vivieron en paz.

El ejemplo del Congreso Nacional Africano
No es cierto que luchar por un mundo mejor requiere abandonar la claridad moral, por más desigual que sean las fuerzas opuestas. Un ejemplo, entre muchos, es el que nos ofrece el Congreso Nacional Africano (CNA), que luchó durante décadas contra el odiado sistema de apartheid en Sudáfrica. Impuesto por colonos europeos, el racista sistema de apartheid subyugó a varios pueblos africanos y los condenó a vivir en bantustanes como fuerza de trabajo super explotada y sin derechos. Umkhonto we Siswe, el grupo armado del CNA que durante años llevó a cabo operaciones militares contra el apartheid, generalmente atacó instalaciones eléctricas y otros objetivos económicos, evitando causar bajas de civiles indefensos. Tras la elección de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica, el CNA convocó una Comisión para la verdad y la reconciliación que involucró a todos los sectores del país, buscando una justicia plena y restaurativa de la unidad nacional. La comisión fue encabezada por el arzobispo Desmond Tutu, quien estableció su lema: “Sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón”. Lo primero que se discutió en esa comisión, antes de bregar con los crímenes del apartheid, fueron las muertes de aproximadamente 50 civiles causadas por la lucha de liberación. 

Las muertes de civiles en la Franja de Gaza siguen aumentando y la situación es cada vez más desesperada. Esta dinámica ha llevado, según la agencia Reuters el 13 de noviembre, a 3,761 manifestaciones a nivel mundial, algunas masivas, en solidaridad con el pueblo palestino; 529 manifestaciones a favor de Israel; y 95 manifestaciones neutrales llamando por la paz. Las monarquías absolutas del Medio Oriente—Bahréin, Kuwait, Omán, Arabia Saudí, y los siete Emiratos Árabes Unidos—siempre han visto el conflicto entre Israel y el pueblo palestino como un factor político peligroso que puede socavar sus regímenes. Los otros países circundantes, Egipto, Jordania, Siria, Iraq, Irán y Turquía — ninguno ejemplo de democracia—también podrían verse involucrados en una guerra regional. Y Estados Unidos ha enviado fuerzas navales a la región, intercambiando fuego con Hezbolá y fuerzas iraníes en Siria. El peligro de una conflagración más amplia aumenta a diario.

Alarmante también ha sido al aumento de los ataques antisemitas en todo el mundo, contra sinagogas, individuos, y embajadas. Cinco semanas después de estallar el conflicto, en Estados Unidos se informaba que los incidentes de antisemitismo habían aumentado un 316%, mientras que los actos de violencia anti-árabe aumentaron en un 216%. Queda claro que el proyecto sionista nunca le dará al pueblo israelí la vida segura que le ha prometido.

Lo que no existe, tristemente, ni en Israel ni en los territorios palestinos, es una dirección auténticamente revolucionaria, con la claridad moral, la visión política y la sabiduría necesarias para dirigir a sus respectivos pueblos a forjar una solución duradera, que esté basada en nuestra humanidad común y nuestros justos anhelos de paz y de justicia.

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* Las opiniones expresadas en esta nota son propiedad del redactor y no necesariamente reflejan la opinión de la revista La Voz.
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