Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
Humor
Trompas y trompadas
Por Arturo Delgado
May 2018En estos tiempos modernos de familias extendidas y/o disfuncionales que deben frecuentarse aun a regañadientes, hay que armarse, para tales casos, de mucha serenidad, tacto y diplomacia. No es fácil tener que lidiar con parientes políticos, medios hermanos, hijastros y, particularmente, exesposos. Yo creí tener gran pericia en este tema, pero anteanoche todo se fue por la borda.
Mi esposa tiene tres hijas de un matrimonio anterior. El exesposo y padre de las chicas está muy presente en la vida de ellas. Es un veterinario de cierta reputación en el área, con la solvencia suficiente para ayudar a sus hijas más de lo que podemos yo y mi esposa juntos. Yo soy traductor y mi esposa trabaja como transcriptora médica desde la casa.
Cuando las hijas estaban chicas, la comunicación entre el “ex” y mi esposa ―tal vez porque aún quedaban cenizas de resentimiento entre ellos― era mínima y muy puntual sobre cosas de las niñas. Ahora las “niñas” pasan de los 25 años, ya no viven ni con su papá ni con nosotros, tienen sus propios apartamentos, nos invitan a visitarlas y, por consecuencia, es ineludible que nos veamos en ocasiones como cumpleaños, Pascua de Resurrección, Día de Acción de Gracias, etc., y nos sentemos todos: perro, gato y ratón, juntos en una mesa.
La primera vez que nos reunimos y conocí en persona al “ex” de mi señora en territorio neutral, lo confieso, fue una situación relativamente inquietante y tensa. Nos dimos la mano, claro, pero la conversación con él durante la cena fue intermitente y sucinta (¿qué sé yo de caballos, vacas y veterinaria, y qué sabe él de traducción si no habla otro idioma?). En la actualidad, nos vemos sin reticencia alguna y hasta ya hemos intercambiado números de teléfono con él y su novia.
Pues resulta que ahora, este señor llama a mi esposa de vez en cuando, dice que para preguntarle cómo está. ¡¿Cómo está?! Pero si la respuesta es obvia, se cae de madura y la ve hasta un ciego: está bien, muy bien, ¡porque está conmigo, pues! Y ahora que no está con él y está conmigo no le podría ir mejor. Nos va requetebién, oiga usted. Y trato, como prediqué en mi primer párrafo, de mantener la serenidad, pero llamó otra vez anteanoche con la escuálida excusa de que sus hijas le habían dicho que mi esposa tuvo que hacerse una histeroscopía, y quería saber que todo estaba bien. Mi esposa; tan condescendiente ella, pasó a explicarle sobre este procedimiento clínico que permite examinar el interior del útero. Y de pronto esta conversación empezó a enervarme, porque mis oídos ya no codificaban oraciones, sino sólo escuchaban palabras como útero, trompas de Falopio, cuello uterino, cerviz… ¡Diantres! ¿Qué clase de conversación entre exesposos es esta? Las trompas de mi esposa ni siquiera tienen relación alguna con la vida de sus hijas. Este diálogo es literalmente demasiado profundo, es una afrenta, es una trompada, es un desafío.
Mi irritación y obsesión porque todo sea de igual a igual me ciegan y empujan a la revancha. Sin pensarlo más, agarro mi teléfono y llamo a la novia de este impertinente:
- Hola, Micaela –digo secamente.
- ¡Vaya, que sorpresa! -Dice ella-. ¿A qué se debe esta llamada?
- Nada. ¿Cómo están tus trompas de Falopio? –le pregunto.
Me colgó.
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Cuando las hijas estaban chicas, la comunicación entre el “ex” y mi esposa ―tal vez porque aún quedaban cenizas de resentimiento entre ellos― era mínima y muy puntual sobre cosas de las niñas. Ahora las “niñas” pasan de los 25 años, ya no viven ni con su papá ni con nosotros, tienen sus propios apartamentos, nos invitan a visitarlas y, por consecuencia, es ineludible que nos veamos en ocasiones como cumpleaños, Pascua de Resurrección, Día de Acción de Gracias, etc., y nos sentemos todos: perro, gato y ratón, juntos en una mesa.
La primera vez que nos reunimos y conocí en persona al “ex” de mi señora en territorio neutral, lo confieso, fue una situación relativamente inquietante y tensa. Nos dimos la mano, claro, pero la conversación con él durante la cena fue intermitente y sucinta (¿qué sé yo de caballos, vacas y veterinaria, y qué sabe él de traducción si no habla otro idioma?). En la actualidad, nos vemos sin reticencia alguna y hasta ya hemos intercambiado números de teléfono con él y su novia.
Pues resulta que ahora, este señor llama a mi esposa de vez en cuando, dice que para preguntarle cómo está. ¡¿Cómo está?! Pero si la respuesta es obvia, se cae de madura y la ve hasta un ciego: está bien, muy bien, ¡porque está conmigo, pues! Y ahora que no está con él y está conmigo no le podría ir mejor. Nos va requetebién, oiga usted. Y trato, como prediqué en mi primer párrafo, de mantener la serenidad, pero llamó otra vez anteanoche con la escuálida excusa de que sus hijas le habían dicho que mi esposa tuvo que hacerse una histeroscopía, y quería saber que todo estaba bien. Mi esposa; tan condescendiente ella, pasó a explicarle sobre este procedimiento clínico que permite examinar el interior del útero. Y de pronto esta conversación empezó a enervarme, porque mis oídos ya no codificaban oraciones, sino sólo escuchaban palabras como útero, trompas de Falopio, cuello uterino, cerviz… ¡Diantres! ¿Qué clase de conversación entre exesposos es esta? Las trompas de mi esposa ni siquiera tienen relación alguna con la vida de sus hijas. Este diálogo es literalmente demasiado profundo, es una afrenta, es una trompada, es un desafío.
Mi irritación y obsesión porque todo sea de igual a igual me ciegan y empujan a la revancha. Sin pensarlo más, agarro mi teléfono y llamo a la novia de este impertinente:
- Hola, Micaela –digo secamente.
- ¡Vaya, que sorpresa! -Dice ella-. ¿A qué se debe esta llamada?
- Nada. ¿Cómo están tus trompas de Falopio? –le pregunto.
Me colgó.
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Comments | |
Comentario: Jaja muy bueno ! yo pensé que se iba a trompadas jaja. Espero la
segunda parte o desenlace . Posted: 5/5/2018 |