Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
SueƱo americano
Marco Ochoa, llegando para quedarse
Por Antonio Flores-Lobos
May 2017Cuando algunos miembros de partidos políticos hablan de los inmigrantes, indocumentados, regularmente se quejan de que los recién llegados vienen a quitarle los trabajos a los estadounidenses, de que traen crimen, y que vienen a aprovecharse de los servicios sociales, ¡y se lo creen!
Lo que no les dicen es que muchos de estos inmigrantes, como es el caso del mexicano Marco Antonio Ochoa, no sólo vienen a producir riqueza para este país, sino que terminan creando fuentes de trabajo para otros, involucrándose activamente en su comunidad para prevenir el crimen, y pagando impuestos para que los menos afortunados sigan recibiendo los cruciales servicios sociales que necesitan.
En 1989, Marco se echó la mochila al hombro y dejó su natal Ciudad de México, para aventurarse en un largo viaje que lo trajo a la población Hyde Park, internacionalmente conocida por ser la cuna de los Presidentes Roosevelts.
Como a muchos mexicanos, al nuevo inmigrante le tocó trabajar en restaurantes y en la jardinería, pero a diferencia de muchos de sus paisanos, Marco venía armado con educación que había adquirido en el Colegio de Bachilleres de Oriente, y la UNAM. Pero sobre todo, venía con un alto nivel de conciencia social, que, como era de esperarse, elevó su auto estima, y le ayudó a evitar que pisotearan sus derechos humanos.
Aprendió inglés y se metió a estudiar plomería y electricidad, entre otras. Poco a poco fue avanzando hasta llegar a ser su propio jefe en una compañía de construcción (M&A Home Improvements and Land Maintenance), y ser propietario no sólo de su propia casa, sino de ocho más, pasando de ser inquilino a dueño y arrendador.
Pero sentía que la felicidad y satisfacción para él no era comprar casas, carros, hacer dinero, o felizmente convivir en familia con su esposa Araceli y sus hijos Tracy y Marco Junior. Él sentía que tenía que regresar algo a su comunidad.
“A algunos le gusta su cerveza, a otros su fútbol, pero a mí me gusta ayudar a otros”, dice, “De pronto me llaman la voz de la comunidad hispana, o me preguntan por qué me ando metiendo a defender a los demás si yo ya tengo papeles. La verdad es que yo soy simplemente uno más. Pero no me gusta la apatía, y pienso que si estuviéramos unidos todos los latinos podríamos exigir nuestros derechos y hacernos respetar”. Fue así que empezó a participar en asuntos de su comunidad.
Notó que su comunidad había crecido enormemente, y que a veces hispanos tenían problemas con las autoridades, y recibían penalidades injustas, muchas veces por malos entendidos. Fue así como empezó a fungir como intérprete y puente entre la comunidad hispana y la policía de Kingston.
Recientemente, el mexicano fue parte crucial del grupo que influyó a la ciudad para que desistiera de autorizar a un club de tiro para operar en plena ciudad. Entonces formó parte de organizaciones sin fines de lucro que distribuían asistencias federales y estatales para organizaciones locales. Marco preguntaba, “¿Hay alguien que hable español en su organización, o qué se está haciendo para incluir a hispanos en sus planes’”.
Otra de las causas en las que el inmigrante se ha involucrado es en apoyar al movimiento para otorgar licencias de conducir a trabajadores indocumentados. “¿Cómo puedes ir a trabajar si vivimos en una sociedad en donde necesitas tener un carro y manejar al trabajo?,” agrega Marcos con tono de frustración.
La llegada de la Era Trump ha sido la gota que vino a derramar el vaso. “Si antes agachaba la cabeza y esperaba el golpe, ahora estoy listo antes de que llegue,” dice Marco que en los últimos meses se ha estado organizando con otras agrupaciones para detener las deportaciones, antes de que las redadas lleguen al Valle del Hudson. Es por eso que ha estado alzando su voz en diferentes ciudades para que estas se declaren “Ciudades Santuarios”, de manera que las policías locales no actúen como agentes de inmigración.
Con las obligaciones de su trabajo, familia y participación social, poco es el tiempo del que dispone el mexicano, quién a veces camina por su vecindario en la pequeña calle Oak de Kingston. Cuando llegó ahí las drogas y la prostitución eran rampantes, pero él fue limpiando su barrio, comprando y arreglando una casa a la vez. Ahora, como dueño de casi la mitad de las casas de la corta calle, su sueño es oficialmente cambiarle de nombre a Calle Ochoa, bautizando así la primera calle con nombre en español en Kingston. “Esto,” dice Marco, “es para mostrar a otras comunidades que los hispanos no vamos para ningún lugar, porque llegamos para quedarnos”.
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En 1989, Marco se echó la mochila al hombro y dejó su natal Ciudad de México, para aventurarse en un largo viaje que lo trajo a la población Hyde Park, internacionalmente conocida por ser la cuna de los Presidentes Roosevelts.
Como a muchos mexicanos, al nuevo inmigrante le tocó trabajar en restaurantes y en la jardinería, pero a diferencia de muchos de sus paisanos, Marco venía armado con educación que había adquirido en el Colegio de Bachilleres de Oriente, y la UNAM. Pero sobre todo, venía con un alto nivel de conciencia social, que, como era de esperarse, elevó su auto estima, y le ayudó a evitar que pisotearan sus derechos humanos.
Aprendió inglés y se metió a estudiar plomería y electricidad, entre otras. Poco a poco fue avanzando hasta llegar a ser su propio jefe en una compañía de construcción (M&A Home Improvements and Land Maintenance), y ser propietario no sólo de su propia casa, sino de ocho más, pasando de ser inquilino a dueño y arrendador.
Pero sentía que la felicidad y satisfacción para él no era comprar casas, carros, hacer dinero, o felizmente convivir en familia con su esposa Araceli y sus hijos Tracy y Marco Junior. Él sentía que tenía que regresar algo a su comunidad.
“A algunos le gusta su cerveza, a otros su fútbol, pero a mí me gusta ayudar a otros”, dice, “De pronto me llaman la voz de la comunidad hispana, o me preguntan por qué me ando metiendo a defender a los demás si yo ya tengo papeles. La verdad es que yo soy simplemente uno más. Pero no me gusta la apatía, y pienso que si estuviéramos unidos todos los latinos podríamos exigir nuestros derechos y hacernos respetar”. Fue así que empezó a participar en asuntos de su comunidad.
Notó que su comunidad había crecido enormemente, y que a veces hispanos tenían problemas con las autoridades, y recibían penalidades injustas, muchas veces por malos entendidos. Fue así como empezó a fungir como intérprete y puente entre la comunidad hispana y la policía de Kingston.
Recientemente, el mexicano fue parte crucial del grupo que influyó a la ciudad para que desistiera de autorizar a un club de tiro para operar en plena ciudad. Entonces formó parte de organizaciones sin fines de lucro que distribuían asistencias federales y estatales para organizaciones locales. Marco preguntaba, “¿Hay alguien que hable español en su organización, o qué se está haciendo para incluir a hispanos en sus planes’”.
Otra de las causas en las que el inmigrante se ha involucrado es en apoyar al movimiento para otorgar licencias de conducir a trabajadores indocumentados. “¿Cómo puedes ir a trabajar si vivimos en una sociedad en donde necesitas tener un carro y manejar al trabajo?,” agrega Marcos con tono de frustración.
La llegada de la Era Trump ha sido la gota que vino a derramar el vaso. “Si antes agachaba la cabeza y esperaba el golpe, ahora estoy listo antes de que llegue,” dice Marco que en los últimos meses se ha estado organizando con otras agrupaciones para detener las deportaciones, antes de que las redadas lleguen al Valle del Hudson. Es por eso que ha estado alzando su voz en diferentes ciudades para que estas se declaren “Ciudades Santuarios”, de manera que las policías locales no actúen como agentes de inmigración.
Con las obligaciones de su trabajo, familia y participación social, poco es el tiempo del que dispone el mexicano, quién a veces camina por su vecindario en la pequeña calle Oak de Kingston. Cuando llegó ahí las drogas y la prostitución eran rampantes, pero él fue limpiando su barrio, comprando y arreglando una casa a la vez. Ahora, como dueño de casi la mitad de las casas de la corta calle, su sueño es oficialmente cambiarle de nombre a Calle Ochoa, bautizando así la primera calle con nombre en español en Kingston. “Esto,” dice Marco, “es para mostrar a otras comunidades que los hispanos no vamos para ningún lugar, porque llegamos para quedarnos”.
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Comentario: Una historia que realmente inspira! Necesitamos mas Marcos
en nuestra comunidad. Posted: 5/3/2017 |