Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
Desenmascarando la realidad del tráfico de personas
Por Ishita Gupta
July 2016La genealogía de narrativas anti-esclavitud, anti-prostitución y anti-migración han influido profundamente en los discursos contemporáneos sobre el tráfico humano, transformando el término en una ideología completamente diferente a la realidad. Para mí, la realidad del tráfico implica una complicada interacción de ambientes socioeconómicos y políticos de individuos que perpetúan subyugaciones sistemáticas de poblaciones vulnerables. El tráfico existe en un continuo que empieza con estas inadecuaciones estructurales que alimentan la esperanza de la gente por un futuro mejor al proveer una ilusión de escape.
Acentuando en asociaciones históricas del tráfico con esfuerzos de anti- prostitución y anti-migración, en mi tesis de graduación argumento que la respuesta legal contemporánea al problema del tráfico dista de la realidad. El discurso anti-tráfico de hoy en día encuentra su ascendencia en la narrativa “Esclavitud Blanca” con fuertes connotaciones anti-prostitución y anti-inmigración.
El término “traficar” fue utilizado por primera vez en una convención anti-esclavitud del siglo veinte, específicamente en el acuerdo y la convención internacional para la supresión del “tráfico de esclavos blancos”. Esta fue una herramienta ideada por grupos moralistas y conservadores del siglo veinte que expuso la inmoralidad de la prostitución que se creía la practicaban y propagaban poblaciones inmigrantes a Occidente. Así, la narrativa adoptó el tono moralista de los abolicionistas de la anti-esclavitud del siglo XIX para proteger a Occidente de la inmoralidad del Otro.
La última ley internacional para combatir el tráfico humano, El Protocolo Palermo o el Protocolo para Prevenir, Suprimir y Castigar el Tráfico de Personas, Especialmente Mujeres y Niños, surgió del esfuerzo por idear una definición más amplia del tráfico de personas. Un estudio de negociaciones en la convención de las Naciones Unidas indica que si bien había voces nuevas y progresistas que insistieron en replantear el tráfico como una consecuencia del desarrollo desigual y de la inestabilidad política, todavía seguían proliferando concepciones tradicionales del tráfico como problema de seguridad fronteriza, migración y prostitución.
Es importante reconocer que el protocolo de las Naciones Unidas en Tráfico de Personas fue un documento auxiliar en la convención contra la delincuencia. Como resultado, los estados trataron el problema de tráfico humano, primero y ante todo, como un delito internacional y una amenaza para la seguridad nacional. A pesar de que los defensores de derechos y grupos de presión contra el gobierno enfatizaron las implicaciones en derechos humanos del tráfico, la agenda de derechos fue eclipsada por las preocupaciones sobre inmigración y prostitución durante las negociaciones.
Conforme a esta ley, el estado no solo amplió la definición del tráfico, sino que también instaló una estructura para procesar a traficantes y dar seguridad a víctimas del tráfico humano. Al igual que el UN TIP, la Ley de Supresión y Disuasión del Tráfico Humano expandió la definición del tráfico para incorporar el tráfico de hombres para fines distintos a los de explotación sexual. Fue un resultado de la conceptualización de la definición del tráfico y tenía como intención expandir la amplitud de la ley de las connotaciones de género y sexual del tráfico.
La intención del estado, a través de la ley, fue recalcar a la humanidad del acto de traficar para así justificar sus implicaciones criminales, una de las cuales se manifiesta con una policía fuertemente empoderada y de fuerzas de seguridad de frontera. Esta estrategia no es única en Bangladesh y es lo que describo como una reacción emocional alarmista al tráfico.
El énfasis excesivo en el aspecto criminal del tráfico, con todas los recursos dirigidos a medidas que específicamente se enfocan en marcar a perpetradores, quita la atención de dos aspectos importantísimos de este fenómeno. El primer aspecto consiste en que hay una separación entre las estructuras socioeconómicas y políticas que promueven ambientes favorables al tráfico. El segundo aspecto: hay una reacción concentrada en las víctimas del tráfico que da el mismo énfasis a la protección y reintegración de sobrevivientes.
Las inadecuaciones de discursos al igual que las respuestas legales al tráfico son aparentes cuando se toma una visión más amplia del tráfico en Bangladesh, más allá del movimiento de personas a la fuerza para ser explotadas. Las condiciones geográficas, sociales y económicas son las que inicialmente alimentan la idea de cualquier cosa es mejor que nada. Dicha idea promueve un ambiente que expone a grandes grupos a la explotación por compañías con ánimos de lucro.
El tráfico de personas es un síntoma de la estructura económica global que deshumaniza a las personas y las convierte en fuentes de crecimiento económico en una manera en la que se pone la tecnología o el capital en conflicto con la mano de obra. Como resultado, países como Bangladesh, que carecen de una infraestructura y el dinero necesario para desarrollar su propia tecnología y así poder competir, ponen a sus ciudadanos como recueros a explotar por corporaciones. Cuando grupos grandes de personas desesperados por sobrevivir participan voluntariamente en actividades que comprometen sus propios derechos, las definiciones del tráfico se hacen oscuras e inadecuadas.
Además, la presión por parte de los Estado Unidos para enfatizar el lado fiscal de la ley perpetúa ese enfoque en los efectos del tráfico, una vez más, desviándose de asuntos sociales y económicos. Teniendo en cuenta la estructura del sistema económico internacional y la presión para criminalizar el tráfico con amenazas de sanciones económicas, se nota la necesidad de mantener el “tráfico” lejos de sus raíces en la desigualdad socioeconómica y la inestabilidad política mientras se mantiene el enfoque en los percibidos horrores del hecho.
Y es que la mayoría de la historia del tráfico humano no es contada por los que vivieron esa realidad sino por aquellos que intentan comprenderla a distancia.
La influencia internacional así como las ideas equivocadas mitigaron los efectos de las leyes anti-trafico como medidas que rectifiquen los derechos humanos agraviados del tráfico. Esto llama a un movimiento consciente lejos de las ideologías del “trafico” a una revisión socioeconómica y política de las estructuras que impiden el desarrollo equitativo. Hay que reducir la distancia entre la ideología y la realidad del tráfico. Se puede lograr a través de un proceso auto-reflexivo continuo que visite y revisite el privilegio y evolucione con las necesidades de la personas agraviadas.
*Extracto del proyecto final de graduación de Bard College en Derechos humanos, Unmasking the Reality of Trafficking in Persons, de Ishita Gupta. Para leer la versión completa, en inglés, vaya a http://digitalcommons.bard.edu/senproj_f2014/29/
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El término “traficar” fue utilizado por primera vez en una convención anti-esclavitud del siglo veinte, específicamente en el acuerdo y la convención internacional para la supresión del “tráfico de esclavos blancos”. Esta fue una herramienta ideada por grupos moralistas y conservadores del siglo veinte que expuso la inmoralidad de la prostitución que se creía la practicaban y propagaban poblaciones inmigrantes a Occidente. Así, la narrativa adoptó el tono moralista de los abolicionistas de la anti-esclavitud del siglo XIX para proteger a Occidente de la inmoralidad del Otro.
La última ley internacional para combatir el tráfico humano, El Protocolo Palermo o el Protocolo para Prevenir, Suprimir y Castigar el Tráfico de Personas, Especialmente Mujeres y Niños, surgió del esfuerzo por idear una definición más amplia del tráfico de personas. Un estudio de negociaciones en la convención de las Naciones Unidas indica que si bien había voces nuevas y progresistas que insistieron en replantear el tráfico como una consecuencia del desarrollo desigual y de la inestabilidad política, todavía seguían proliferando concepciones tradicionales del tráfico como problema de seguridad fronteriza, migración y prostitución.
Es importante reconocer que el protocolo de las Naciones Unidas en Tráfico de Personas fue un documento auxiliar en la convención contra la delincuencia. Como resultado, los estados trataron el problema de tráfico humano, primero y ante todo, como un delito internacional y una amenaza para la seguridad nacional. A pesar de que los defensores de derechos y grupos de presión contra el gobierno enfatizaron las implicaciones en derechos humanos del tráfico, la agenda de derechos fue eclipsada por las preocupaciones sobre inmigración y prostitución durante las negociaciones.
El caso de Bangladesh
Bangladesh es un caso interesante para estudiar las implicaciones legales internacionales y medidas políticas para combatir el tráfico. En primer lugar, los esfuerzos para lidiar con el problema del tráfico están fuertemente ligados a las presiones internacionales, que a cambio distancian la ley de la ejecución verdadera. En segundo lugar, a pesar de los esfuerzos para renegociar el término “traficar” y expandir la amplitud de las leyes, en la práctica, romper el tráfico de sus genealogías es una tarea ardua y complicada. En febrero del 2012, el Gobierno de Bangladesh promulgó una legislación anti-traficante integral llamada Ley de Supresión y Disuasión del Tráfico Humano.Conforme a esta ley, el estado no solo amplió la definición del tráfico, sino que también instaló una estructura para procesar a traficantes y dar seguridad a víctimas del tráfico humano. Al igual que el UN TIP, la Ley de Supresión y Disuasión del Tráfico Humano expandió la definición del tráfico para incorporar el tráfico de hombres para fines distintos a los de explotación sexual. Fue un resultado de la conceptualización de la definición del tráfico y tenía como intención expandir la amplitud de la ley de las connotaciones de género y sexual del tráfico.
La intención del estado, a través de la ley, fue recalcar a la humanidad del acto de traficar para así justificar sus implicaciones criminales, una de las cuales se manifiesta con una policía fuertemente empoderada y de fuerzas de seguridad de frontera. Esta estrategia no es única en Bangladesh y es lo que describo como una reacción emocional alarmista al tráfico.
El énfasis excesivo en el aspecto criminal del tráfico, con todas los recursos dirigidos a medidas que específicamente se enfocan en marcar a perpetradores, quita la atención de dos aspectos importantísimos de este fenómeno. El primer aspecto consiste en que hay una separación entre las estructuras socioeconómicas y políticas que promueven ambientes favorables al tráfico. El segundo aspecto: hay una reacción concentrada en las víctimas del tráfico que da el mismo énfasis a la protección y reintegración de sobrevivientes.
Las inadecuaciones de discursos al igual que las respuestas legales al tráfico son aparentes cuando se toma una visión más amplia del tráfico en Bangladesh, más allá del movimiento de personas a la fuerza para ser explotadas. Las condiciones geográficas, sociales y económicas son las que inicialmente alimentan la idea de cualquier cosa es mejor que nada. Dicha idea promueve un ambiente que expone a grandes grupos a la explotación por compañías con ánimos de lucro.
El tráfico de personas es un síntoma de la estructura económica global que deshumaniza a las personas y las convierte en fuentes de crecimiento económico en una manera en la que se pone la tecnología o el capital en conflicto con la mano de obra. Como resultado, países como Bangladesh, que carecen de una infraestructura y el dinero necesario para desarrollar su propia tecnología y así poder competir, ponen a sus ciudadanos como recueros a explotar por corporaciones. Cuando grupos grandes de personas desesperados por sobrevivir participan voluntariamente en actividades que comprometen sus propios derechos, las definiciones del tráfico se hacen oscuras e inadecuadas.
Además, la presión por parte de los Estado Unidos para enfatizar el lado fiscal de la ley perpetúa ese enfoque en los efectos del tráfico, una vez más, desviándose de asuntos sociales y económicos. Teniendo en cuenta la estructura del sistema económico internacional y la presión para criminalizar el tráfico con amenazas de sanciones económicas, se nota la necesidad de mantener el “tráfico” lejos de sus raíces en la desigualdad socioeconómica y la inestabilidad política mientras se mantiene el enfoque en los percibidos horrores del hecho.
Y es que la mayoría de la historia del tráfico humano no es contada por los que vivieron esa realidad sino por aquellos que intentan comprenderla a distancia.
La influencia internacional así como las ideas equivocadas mitigaron los efectos de las leyes anti-trafico como medidas que rectifiquen los derechos humanos agraviados del tráfico. Esto llama a un movimiento consciente lejos de las ideologías del “trafico” a una revisión socioeconómica y política de las estructuras que impiden el desarrollo equitativo. Hay que reducir la distancia entre la ideología y la realidad del tráfico. Se puede lograr a través de un proceso auto-reflexivo continuo que visite y revisite el privilegio y evolucione con las necesidades de la personas agraviadas.
*Extracto del proyecto final de graduación de Bard College en Derechos humanos, Unmasking the Reality of Trafficking in Persons, de Ishita Gupta. Para leer la versión completa, en inglés, vaya a http://digitalcommons.bard.edu/senproj_f2014/29/
*Traducción al Español de Edgar Nájera y Gerardo Fuentes Escalante
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