Aunque soy neoyorquina de toda la vida, no puedo decir que vivo en un estado fronterizo. En mi mente, la palabra “frontera” siempre ha evocado imágenes de lugares anchos, llanos y secos. Lugares donde el cielo es grande y el agua escasa. Lugares donde nunca he estado.
Mi sentido de la realidad empezó a agudizarse hace más o menos 10 años cuando recibí una llamada de una amiga que había sido detenida por Border Patrol en un tren Amtrak en el norte del estado, en camino a la ciudad de Nueva York. En esa época donaba mi tiempo a una organización local de derechos del inmigrante, aunque solo como cuidadora de niños, y ella pensó que tendría algunas ideas. Ella estaba aterrorizada. Había venido a los EE.UU. de niña, vivido su vida entera en NYC y nunca se había imaginado que algo así le pasaría. Sus padres eran residentes de los EE.UU. y de inmediato se vio forzada a contemplar un futuro sin su familia en un lugar del que apenas se acordaba.
Su detención no fue única. De hecho, en los años después del 11 de septiembre, el número de agentes de la Patrulla Fronteriza (Border Patrol) en el sector de Buffalo, que cubre gran parte de la frontera entre EE.UU. y Canadá sobre Lago Ontario, se ha multiplicado por diez, de 21 a 311 agentes en servicio activo. Los organismos de derechos humanos Familias por la Libertad, junto con la clínica legal de la Universidad de Nueva York (NYU), publicaron un informe este año detallando un programa de bonificaciones extensivo que incentiva a los agentes a detener personas. Más de 2000 personas fueron detenidas en Nueva York solo en el 2011.
En un foro comunitario con Border Patrol el año pasado en el oeste del estado, Subcomisario Dan Hiebert enfatizó que su misión es “asegurar la frontera” principalmente contra amenazas terroristas. A no ser que me no me haya llegado la noticia de que miles de canadienses cruzan la frontera ilegalmente, la seguridad fronteriza como forma de neutralizar amenazas terroristas de parte de migrantes no parece ser un problema. A falta de una “amenaza” verdadera, los agentes de la policía fronteriza se suben a buses y trenes y montan controles de carreteras en búsqueda de personas sospechosas. En la zona mayormente blanca y rural que es el oeste del Estado de Nueva York, “sospechoso” parece significar “moreno”.
Hace un año me fui de viaje a la zona a entrevistar a personas que habían sido detenidas. El trabajar en una organización de alcance a los trabajadores agrícolas y servicios legales significa que escucho y veo a diario mucho de lo que está mal en este país, pero no estaba preparada para los relatos que escuché. Trabajadores agrícolas de la zona fronteriza viven prácticamente bajo ataque. Como los agentes de Border Patrol tienen jurisdicción dentro de 100 millas de la frontera se ve que han girado su atención de ‘seguridad fronteriza’ a ‘imposición interna’. Una familia con la que hablé dijo que nunca había llevado a sus hijos al Museo Nacional de los Juegos en el cercano Rochester por miedo de ser detenidos. Todos hablaron de cómo la presencia de Border Patrol ha paralizado su movilidad y sentido de libertad en el mundo.
Lucía (cuyo nombre ha sido cambiado para proteger su identidad) es una trabajadora agrícola de mediana edad que ha estado en los EE.UU. por nueve años. Una mañana temprano, mientras caminaba a su trabajo, ella y sus colegas fueron abruptamente parados por Border Patrol. El grupo de doce fue rodeado por ocho patrulleros, esposados y llevados a la cárcel. Ahora están libres con fianza y transitando procesos de deportación. Debido al trauma del evento, Lucía tiene miedo a estar encerrada y ya no puede dormir en su cuarto. “Uno tiene que aceptar que esta realidad es la realidad, la realidad que uno viene a vivir aquí”, dice.
¿Es esta una realidad con la que estamos dispuestos vivir? Con las discusiones actuales por la Reforma Migratoria parecería que la realidad de lo que “seguridad fronteriza” significa para inmigrantes solo será más inhumana. Aunque la legislación aprobada en el Senado (no aprobada en Diputados) reduciría el alcance de policía fronteriza de 100 a 25 o 10 millas, 42,5 billones de dólares más serían alocados a imposición y tecnología (es decir, 700 millas de muralla fronteriza) en el sur. El disparate de las medidas de seguridad de la frontera sur casi sube al nivel de la del norte. Desde comienzos de la recesión económica, más o menos la misma cantidad de personas han estado saliendo del país que ingresando, lo cual revela que toda la bulla sobre la seguridad fronteriza es una enorme pérdida de recursos. En vez de criminalizar y detener personas como mi amiga, obremos hacia un mundo en que las fronteras no determinen las trayectorias de las vidas de la gente.
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