Una de las cosas que nos sorprende en este país es la abundancia, especialmente si venimos con las manos en los bolsillos, como dice el dicho. A los que nacimos “allá” y sin cuna distinguida nos asombra y nos choca el derroche y malgasto en las metrópolis de este país.
Los grandes negocios usan la radio y la televisión para auspiciar programas que atraen al público con regalos que le prenden la imaginación a cualquiera: autos bellos y veloces, juegos de recamara, cocinas completas, muebles, equipos de sonido de ultra calidad, viajes inimaginables a puntos exóticos, y miles de dólares que los participantes se pueden ganar en tan solo minutos.
La parte buena de estos programas es que son abiertos a todos; pero a su vez dejan la impresión de que se puede conseguir mucho sin esfuerzo y eso no es así. La vida no es un juego de ruleta para los trabajadores comunes que no tienen el tiempo o la habilidad para esos concursos o no reciben esos golpes de fortuna. La realidad es que hay que sudar por lo que se quiere lograr. Queda todavía un factor crucial, el nivel de información en la cual operamos, y el camino más certero es fajarse a estudiar y aprender cómo y de dónde viene el progreso y pagar el precio con tiempo y esfuerzo.
El trabajo honesto es una bendición que merece nuestro respeto y las personas hacendosas encuentran cosas descartadas y las renuevan y transforman. El éxito llega a personas sencillas y humildes, no a los frontones que quieren aparentar que vienen de nobleza y ‘sangre azul’; es admirable llegar a un nivel de lucha y superación que satisface y nos permite pensar también en los demás, y esto es posible en la cultura abierta y progresista en que vivimos.
Por supuesto que hay ronchas aún en esta nación de abundancia; la pobreza arrasa a millones de niños en familias que se mantienen mediante trabajos mal pagados o con suplementos por instituciones de benevolencia, tanto del gobierno como del sector privado. Nada baja del cielo por capricho y el trabajo no lo hizo Dios como castigo; al contrario, hay que trabajar y en serio, el mandato divino es el de crecimiento, multiplicación y progreso. Nada es gratis, ni para un ladrón.
A los latinos se nos hace difícil recibir cosas gratis y lo primero que pensamos es que tal vez lo que nos viene gratis no sirve y no vale, o tal vez quien nos lo regala ni siquiera lo compró con plata honesta. El conflicto surge cuando nos dan algo sin la explicación adecuada; inmediatamente pensamos que ‘sal quiere ese huevo’, que hay un interés y una expectativa comprometedora. La verdad bien podría ser otra, el regalo podría venir de personas que genuinamente desean servir, ayudar, y dar porque les nace del corazón. Hay dichos muy significativos que aclaran nuestro don de gente, ‘Haz bien sin mirar a quien’, y la famosa Regla de Oro, ‘Haz con otros como quieres que hagan contigo.’
La traba consiste en que una persona egoísta no sabe dar ni quiere dar porque piensa con carestía, esto es, que lo que da le puede o le hará falta. Hay personas que tienen varias manzanas y te ofrecen una pero primero le dan tremenda mordida o te invitan a una ensalada que ya esta agria. El mezquino sufre miedo de quedarse ‘pelao’ mientras que el dador feliz crece en su corazón y celebra cuando otros reciben y tienen éxito.
Todo tiene un valor y un costo, lo que nos llega gratis podría tener profundo valor que no se mide en pesetas. Además, todo viene de Dios, nada nos pertenece para siempre, nada tenemos, y lo dejamos todo cuando, listos o no, salimos sin rumbo y solo colgando de una última esperanza. Genaro Marín, [email protected]
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