Opinión
La ficción democrática de México en 2012
Por María Del Rosario Lara
September 2012¿Es o no es Enrique Peña Nieto el próximo presidente de México? ¿Fueron las elecciones un ejercicio democrático genuino o una mera ficción? Estas son las interrogantes que nos hacemos casi todos los mexicanos.
Estas irregularidades se refieren concretamente a la compra de votos por parte del PRI, la manipulación de boletas electorales, la violencia del Estado mexicano utilizada para impedir, en ciertas partes del país, que los ciudadanos acudieran a las urnas, como fue el caso del estado de Chihuhua, por ejemplo. También a la declaración oficial de Felipe Calderón dando como ganador a EPN y la aceptación por parte de los ex candidatos a la presidencia del PAN y el PNA de su derrota ante el aparente triunfo del priísta, antes de que terminara el conteo de los votos. Además hay que añadir la aceptación del tricolor (PRI) de la puesta en marcha de prácticas corruptas para obtener el triunfo y la negativa del Instituto Federal Electoral (IFE) a imponer las sanciones que marca la ley electoral.
Esta situación ha creado en el imaginario colectivo la sensación de una democracia fallida, donde el ejercicio libre del voto ciudadano es una mera ficción que ha servido más para sancionar el estado de cosas existente en el país que para expresar las preferencias políticas de los ciudadanos y su deseo de un cambio de rumbo nacional. Es decir, el fraude electoral ha surgido de nuevo en el escenario político, como un actor indeseado pero necesario. Con la confirmación, por parte del PRI, de la puesta en práctica de mecanismos corruptos para ganar las elecciones presidenciales, alegando que son prácticas antiquísimas, que se remontan hasta el siglo XIX, lo que se afirma es la naturalización y universalización de una práctica cultural, que los mexicanos, en general, rechazamos. Sólo basta ver las manifestaciones masivas que se están efectuando en el país y el apoyo que están recibiendo por parte de los mexicanos en el extranjero.
Ante la evidencia de los hechos, lo que se hace ahora desde el poder económico y político de las élites, es crear un discurso fundacional de los ritos y valores políticos del país. Estos valores y ritos no sustentarían, según el nuevo discurso oficial, una democracia, pero todos los aceptamos y los ponemos en práctica cotidianamente; ya sea vendiendo nuestro voto, dando una mordida para evitar multas o simplemente copiando en los exámenes. Para el discurso del poder, en México todos somos corruptos. Entonces, ¿para qué armar tanto alboroto ante unas elecciones, que sí fueron corruptas, cuando a final de cuentas todos participamos de la corrupción?
Sin embargo, la gran mayoría de la ciudadanía ha reaccionado, y hay que decirlo, pacíficamente, ante la imposición de un presidente. Pareciera que los mexicanos ya no estamos dispuestos a tolerar más ficciones políticas. Si las preferencias políticas no pudieron expresarse a través de los mecanismos electorales que marca la ley, entonces se sale a las calles para exigir que se respete la democracia. Lo novedoso de estas manifestaciones no es únicamente el reconocimiento de la esterategia de legitimación de prácticas corruptas para convertir lo ficticio en lo real; sino que además se está cuestionando de manera crítica el papel que han desempeñando los medios de comunicación masiva y los actores políticos tradicionales en la creación de regímenes con cabezas totalitarias y cuerpos democráticos. No sabemos que sucederá, pero uno cosa va quedando clara: la ficcionalización de la democracia.
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