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La Dulcinea de Enrique se llama Nancy Murillo y es ahora bibliotecaria en el Colegio del Condado de Orange
La Dulcinea de Enrique se llama Nancy Murillo y es ahora bibliotecaria en el Colegio del Condado de Orange

Sueño Americano

Crónica de una Mudanza

de Chicago al Valle de Hudson

Por Ricardo Enrique Murillo
October 2011
"Vámonos donde nadie nos juzgue,
donde nadie nos diga
que hacemos mal.
Vámonos..."

José Alfredo Jiménez

¡Vámonos!

No es fácil mudarse de un lugar a otro cuando se han vivido 25 años donde mismo y menos cuando se han establecido relaciones firmes con amistades que uno aprecia. ¿Con quién habríamos de compartir las penas y las glorias? Sin embargo, mi Dulcinea y nuestros dos hijos (Pablo Gabriel y Ana Lucía) ahora estamos en Warwick, Nueva York, conociendo gente, familiarizándonos con el área, ambientándonos a fin de crear las condiciones que nos faciliten la realización de los planes que nos trajeron.

¿Por qué se mudaron? ¿Tan mal está el trabajo en Chicago? Me preguntó una persona. La verdad es que sí nos mudamos por razones de trabajo, pero no porque las condiciones estuvieran malas o, al menos, no al extremo que hemos visto últimamente en los barrios y en los medios.

Para responder la pregunta, le dije que hace unos tres meses mi Dulcinea se presentó a una entrevista de trabajo en un colegio de esta área y a la semana siguiente le ofrecieron el puesto, un sueldo muy cercano al que pidió y, además, permanencia, lo que en inglés llaman "tenure". Antes de decidir lo que iba a hacer, me preguntó qué pensaba. Yo tenía un trabajo estable y me llevaba muy bien con mis compañeros y personas con las que debía tratar. Ella, en cambio, no lograr obtener la permanencia en la universidad donde trabajaba porque, al jubilarse los empleados mayores o (seamos francos) al morirse, no los estaban reemplazando. Hoy en día muchas universidades sólo contratan a los profesores parcialmente a fin de ahorrarse los gastos de las prestaciones. Esta era su gran oportunidad y yo no podía privarla de avanzar.

Vámonos, le dije, presenté mi renuncia, hicimos los arreglos necesarios y por acá andamos. Un trabajo aunque sea pizcando manzanas o tomates no me ha de faltar. Warwick es un lugar hermoso. Hay muchos artistas. Me dijeron que aquí vivió Ray Barreto. Los fines de semana se escucha jazz y poesía. Hay media docena de cafés donde uno puede leer o conversar. El pueblo está rodeado de ranchos y de huertas. Uno puede salir a caminar casi a cualquier lado.

¿Y no vas a extrañar a tus amigos? Me preguntó otra persona. Le dije que no y de inmediato me di cuenta que le mentía. Esto se hizo más patente a medida que se acercaba la hora de partir. Los amigos cercanos interrumpían sus actividades para beberse un refresco conmigo, sugerían despedidas en grupo, pero cada encuentro hacía el proceso del cambio tan difícil que al final opté por despedirme de ellos por teléfono. El tiempo no me hubiera alcanzado para reunirme con todos. En fin, esa es la razón por la que andamos por acá.

¿Y cómo fue la experiencia de la mudanza? Un grupo de chateadores me preguntó por correo electrónico el otro día. La respuesta la inserté a continuación.

Desde otras tierras

¡Hola a todas y a todos donde quiera que se encuentren! Les escribimos ya desde el norte de Nueva York. Hicimos el viaje en un par de días con el descanso necesario de una noche, en Pennsylvania. Con el molcajete, el metate, el lavadero, las cazuelas, los perros, los gatos y las jaulas de canarios, que mi Dulcinea no quiso dejar tirados en el callejón (dijo que primero me dejaba a mí), llenamos una troca. Y yo, que agarro cheque y corro a la garra a comprar aparatos robados, he ido acumulando basura que casi sirve y me enojo cuando mi Dulcinea me pregunta si pienso poner tienda de segunda o qué. Total, mudarse es, como dijo mi paisana Panchita Medina, un estira y afloja que ni al peor enemigo se le desea.

Afortunadamente mi hermano José Luis viajó de Nebraska expresa y juntamente con su familia para ayudarnos con la manejada desde Chicago. Nuestros muchachos ayudaron en la coordinación del viaje. Al menor motivo nos comunicábamos de vehículo a vehículo mediante los teléfonos móviles y, aún así, una vez tomamos la ruta equivocada. Comimos donde nos daba hambre. Nos detuvimos donde la troca y los dos carros necesitaban más gasolina. Por mayoría de votos cambiábamos de música o sencillamente sintonizábamos y perdíamos radiodifusoras a lo largo del camino. Bonito el recorrido de Ohio para acá, platicando y avanzando por los altiplanos llenos de vegetación y admirando las casitas campestres con sus vacas que nos revelaban las hondonadas.

Lo único que se nos interpuso fueron algunas tormentas que, por cierto, nos recibieron en el Condado de Orange con relámpagos y truenos. Entre lluvia y pasto mojado descargamos y subimos nuestros triques a la colina donde se ubica nuestra aldea, que también es la suya. Por supuesto, salieron los vecinos a ver qué ruido se traían los mexicanos, pero no nos acobardamos y al poco rato salió más gente a decirnos que llegamos al mejor lugar del mundo y la unidad, que exaltaron como la más sólida de la región, me pareció, de pronto, semejante a la de las pandillas que se adueñan de un territorio e imponen comportamientos estrictamente acordes con los establecidos. Este otoño seremos los nuevos.

Por lo pronto pídanle a todos los santos que no nos corran de aquí con todo y tiliches por poner en mi boom box las canciones de Chente. Que no piensen que mi sombrero vaquero y mis botas de casquillo son prendas de un disfraz. En fin, le dije a mi Dulcinea que les agarráramos la palabra, porque luego uno necesita la sal de la emergencia, la cebolla y el tomate, y no se puede correr a la esquina, porque la tienda próxima esta a tres millas de distancia, por caminos que serpentean a través de subidas y bajadas.

Ya se imaginarán el tiempo que toma sacar y acomodar cosas. Todo se somete a una elección rigurosa. Luego no quedan bien en el lugar inicial, no hacen juego, y hay que moverlas a donde se vean mejor o a donde, de plano, no estorben. Establecer los servicios de una casa también toma tiempo, como el cable, el teléfono y el internet. Entonces ¿en qué vamos a ver a la Señorita Laura y a don Francisco? ¿Cómo nos vamos a comunicar con ustedes? ¿Con señales de humo? ¡Primero llegan los bomberos!

Por lo mismo mi nota va atrasada. Toma tiempo irse uno familiarizando con el lugar y con la gente. Hay que ir preguntando por la única calle comercial dónde se encuentran la tienda de abarrotes, la taquería (¿qué mexicano puede comer sus frijoles sin chile y sin tortillas?), la casa de cambio, la estética, el billar y la cantina. Se pregunta uno ¿qué va a hacer de sus pasatiempos? ¿De dónde van a salir los cuates que le aprueban a uno todo y hasta lo defienden aunque esté equivocado?

A cada rato hay que explicar de qué rumbo se viene y por qué. ¿Qué hizo allá? ¿Que es lo que lo trajo a uno por acá, tan lejos? Los más sensatos quieren saber cómo piensa uno abrirse paso. Sobran los consejos sin que se soliciten. Hay una serie de autocuestionamientos que ni siquiera la gran adivina suertes logra vaticinar. Sólo el tiempo y las ganas que uno le eche lo dicen todo a su tiempo. Aquí viviremos, aquí laboraremos, éste lugar será el escenario de nuestro objetivos.

Desde aquí les seguiremos compartiendo notas como ésta, que ustedes han tenido a bien leer, lo cual se les agradece. ¡Muchos saludos desde Warwick! Su amigo y servidor: Ricardo Enrique Murillo, [email protected]

*El autor es originario de Huejuquilla el Alto, Jalisco, radicó en Chicago durante 25 años, donde obtuvo el diploma de GED, se gradué del Colegio Comunitario Malcolm X y cursó la licenciatura y la maestría en ciencias políticas en la Universidad Northeastern. Ahora prepara su primera colección de cuentos.






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