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Recuerdos de...

Extranjero en mi propio país

Por Juan Carlos (Latin) Piñeiro Moyet
March 2011
Me bajo del avión y al salir del pasillo se ve una montaña majestuosa. La nieve lo cubre y parece cortar al cielo. En este día no hay nubes. No se ven aves en el cielo. Sólo existe un cielo azul, una montaña gigantesca y la nieve que lo cubre. Así comenzó mi semana en el Estado de Alaska.

Viajé con mi grupo de Hip Hop y Spoken Word Poetry (Poesía de Palabra Hablada) ReadNex Poetry Squad a Alaska para una semana de presentaciones y talleres. La meta fue presentarles talleres a estudiantes y educadores de varias escuelas que nos habían contratado. Pensé que eso sería todo. Pero no fue así.

Terminó siendo una de los viajes más hermosos de mi vida. Aparte de Puerto Rico, nunca había visto paisajes tan bellos, montañas tan altas y cielos tan azules. Se me hacía difícil cerrar los ojos mientras viajábamos en nuestro carro alquilado. Siempre los tenía abiertos para ver que cosa nueva se podría ver.

Un día en camino a visitar a un refugio de animales me di cuenta de que conducíamos cerca de una playa. Le pedí al chofer (uno de los integrantes del grupo) que se detuviera para poder verla más de cerca. Decidí bajar por unas piedras (algunas más grandes que un lavarropas) que separaban el agua de la carretera para acercarme al agua. El agua parecía estar completamente congelada. Miré a la distancia y sólo se veían montañas, el sol y el agua congelada. Fue entonces que decidí caminar sobre lo que creía era hielo grueso.

Caminé dos pasos sobre el hielo y al tercero la punta de mi bota derecha se inundó en agua fría.   

Afortunadamente mis botas eran a prueba de agua. Pero el resto de mi cuerpo no. Por eso en ese instante decidí caminar lentamente de regreso a las piedras. Mientras subía por las piedras el silencio que me había traído calma desapareció y solo escuche las risas de los integrantes de mi grupo. Eso me pasa por ser tan "aventurero".

A la media hora llegamos al refugio de animales. Allí vimos osos, alces, águilas, búfalos, búhos y más. Todo estaba rodeado de montañas y cubierto de nieve. Todo estaba callado. No se escuchaba nada más que las pisadas de nuestras botas. En ese lugar donde el mundo giraba al dar la ilusión del sol bajar nos encontramos en un territorio nuevo. Me sentí como un extranjero en mi propio país. El silencio de la belleza encarceló a mi mente en una celda de pensamientos y preguntas. ¿Que más había que ver en el mundo? ¿Adónde más debo ir? ¿Y qué es lo que tengo que hacer para sentir esta paz adondequiera que vaya?

Las respuestas no me llegaron. Y hasta el día de hoy aun no he entendido totalmente qué fue lo que sentí ese día en el refugio de animales. Lo que sí sé es que todos somos humanos en un mundo de experiencias aun no vividas. Que debemos dejar de pensar en lo que no se puede y mejor pensar en lo que se debe y se desea. Cuando niño en el complejo de viviendas subvencionadas de Queens rodeado de crimen y desesperación nunca pensé ver lo que vi o sentir lo que sentí en Alaska. En esa época pensaba que lo que me esperaba era lo mismo que me rodeaba en ese entonces. Ahora vivo mi vida dándoles esperanzas a los jóvenes, viajando y educándome. Vivo mi vida corriendo a mis deseos con el anhelo de que mis deseos vengan a mí. Ahora pregunto ¿hacia qué deseos corre usted y dónde esta su Alaska?


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