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Recuerdos de…

Cuernavaca, México ¡¿Por qué me engañas?!

Por Elizabeth Honorato
October 2010
 Cuando bajé del camión y puse pie en la ciudad de Cuernavaca, México, sentí una sensación de cosquillas a través de mi cuerpo. Estaba tan feliz de finalmente poder conocer todo de lo que mis padres me habían mencionado sobre México lindo y querido. Un programa de la preparatoria nos dio la oportunidad a mí y a quince muchachos de poder pasar dos meses en Cuernavaca con familias mexicanas. Al enviar mi solicitud, nunca me hubiera imaginado que iba a ser yo una de las elegidas
 Me acuerdo que me sentía muy nerviosa de vivir con otra familia que no fuera la mía. Me quedé muy callada los primeros días junto a mi “familia” mexicana, pero cuando ya había pasado una semana, la confianza entre nosotros ya se había establecido. Le conté a mi “hermana” que yo era mexicana-americana y que mis padres eran de Puebla, México. Se sorprendió al saber que esa era mi primera vez en el país y que mis padres nunca antes me habían llevado a conocer y aprender sobre mi gente.

La situación no era muy difícil de entender. Simplemente no teníamos suficiente dinero para poder comprar boletos para toda la familia. Mis padres son muy humildes y llegaron a los Estados Unidos hace casi veinte años. Han hecho un gran esfuerzo para sacar a mi hermano, a mi hermanita, y a mí adelante. Al contarle esto a mi “hermana” mexicana, ella todavía se había quedado sin entender. Miré a mi alrededor y me di cuenta que ella había crecido en una familia de alta sociedad toda su vida y no entendía las luchas que mi familia tuvo que superar al encontrarse en un país extranjero y con poco dinero.

Al estar en México, tuve el placer de ver todo el arte, probar la comida deliciosa y aprender de mi cultura y las tradiciones. Pero también tuve la oportunidad de comprender que en México existen dos mundos: el imaginario y el profundo. El imaginario era el que yo estaba viviendo junto a mi “hermana” mexicana. Su familia escuchaba música en inglés por la radio, les gustaba ver películas en inglés e ignoraban las novelas de la televisión porque las consideraban “nacas”. Usaban ropa de varias marcas estadounidenses. Simplemente trataban de ser y verse más europeos o estadounidenses.

Al contrario, el México profundo era esa parte de México que sí se sentía orgulloso de sus mariachis, la música ranchera y de los viejos tiempos, de sus ropas tradicionales y sus costumbres, aunque humildes pero celebradas con gozo. Estas gentes no tenían miedo de decir que México sí era su patria y so orgullo. Lucían ropas tradicionales de varios colores y bailaban lo folclórico. El dinero no era importante, había los que lo tenían y los que lo deseaban tener. Pero había algunos que aunque tenían el dinero no les daba vergüenza decir que era mexicano.

Muchos de los días que pasé allí, me preguntaba como hubiera sido si estuviera viviendo esos dos meses con una familia del “México profundo”. Me imaginaba que podría haber conocido más de lo que hace México lo que verdaderamente es. Pero al mismo tiempo me imaginaba que sería difícil para la familia, considerando que tal vez no tendrían mucho dinero y yo probablemente les sería un estorbo. Las familias con las que mis compañeros y yo nos quedamos eran parte del México de la más alta sociedad: el 2% bien dotado. El viaje fue una experiencia divertida, pero no nos enseñó el México verdadero. Espero algún día regresar y descubrirlo.



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