Sueño americano
Mojado pero no ahogado
Por Genaro Marin Villareal
August 2009Este era un niño de los muchos que no tienen padre pero que, gracias a Dios, tienen abuelos. Se llamaba José pero todos le decían Cheito, un niño curioso y preguntón; su abuela cuidaba tanto a él como a su hermanito pues la madre trabajaba como cocinera en la escuela secundaria del pueblo. Cheito había notado que cuando el cielo estaba claro, un pequeño objeto de aluminio se veía cruzando con chorros de humo que le seguían a gran velocidad. ¿Qué es eso Abuela? preguntó y ella pacientemente le explicó que era un avión del cual salían los chorros de humo y que el aparato casi no se veía porque se desplazaba más alto que las águilas y todos los pájaros. El niño se deleitaba mirando para el cielo día tras día, esperando e imaginándose cuán excitante sería volar y ver lugares y cielos lejanos.
Tiempo después el viaje llegó a ser realidad pero en circunstancias nunca anticipadas. En su último año de escuela secundaria, Cheito llegó a ser líder estudiantil y se envolvió en demostraciones públicas denunciando la explotación a las naciones subdesarrolladas del continente; tuvo profundo interés en conocer la historia de la patria y la eterna presencia de negociantes y oficiales extranjeros con aparente influencia y decisión en el destino de la nación. Le motivaba estudiar esos asuntos a pesar de que sus limitaciones no le permitían comprar libros importantes ni completar estudios universitarios para zafarse de la asumida mediocridad que limita a la gente del ‘tercer mundo’. Muchas veces se amaneció en tertulias con compañeros de estudio buscando entender por qué muchas personas tienen éxito y otras siguen arrastrados y sin esperanzas de un mejor pan sobre la mesa, o mejores trabajos ya sea en el país o en otras tierras.
No estaba interesado en política en gran manera, pero entendía que la política es un mal necesario y que no sólo hay ‘botellas’ y vividores sino que muchos líderes se cultivan y algunos son merecedores de ser elegidos a funciones de poder mediante el voto popular. De antemano sabía que no tenía los medios ni las conexiones para llegar a lograr los sueños de superación que le ardían en el alma a través de un puesto público. Pero en su ser seguía latiendo el deseo de superarse y llegar a algo transformador, algo así como se lee en biografías de personas que logran marcado éxito, o como se ve en la películas. Pensó que ni el éxito ni el fracaso son accidentales, que nada viene sin una causa; vivía consumido con la idea de que hay que seguir caminando en busca de ‘la tierra prometida’, como hicieron los esclavos liberados del Egipto pre-cristiano. Iré donde haya mejor pan, cueste lo que cueste, se prometió una vez más.
El Coyote
Una noche de sábado conoció a un hombre en una cantina, más parecía un títere que alguien confiable pero el tipo hablaba como un conocedor del mundo, y hasta cargaba un álbum con fotos de puentes grandes, torres impresionantes, ciudades lindas y lugares que parecían un paraíso. La gente llamaba “El Coyote” a este hombre raro. Cheito lo invitó a un café para preguntarle cómo se llegaba a los Estados Unidos; él ya había averiguado que para lograr una visa hay que tener un trabajo fijo, una cuenta de banco, y por supuesto, la plata para sobrevivir mientras se logra algo remunerado. Cheito no había tenido un trabajo que valiera la pena por mucho tiempo y mucho menos una cuenta de banco, así que estaba frito, punto. El coyote era un manipulador con experiencia y le dijo que él sabía como entrar al ‘Norte’ tan fácilmente como tomarse un vaso de agua. Cheito no le creyó mucho pero la posibilidad de encontrar un camino para salir de la pobreza le llamó la atención, por eso intercambiaron teléfonos. El Coyote andaba buscando su próximo cliente.
─Te puedo ayudar, Cheito y vas a salir de lo lindo, amigo.
─Bueno, dime lo que tengo que hacer.
─Hablando de hombre a hombre, te diré que si estás dispuesto de verdad, te ayudo. Mis socios exigen diez mil dólares, cinco cuando salimos y cinco por el camino, antes de completar el viaje. Así que dime lo que vas a hacer.
─¿Diez mil manducos? ¿Estás bromeando? ¡Diablo! ... esa es mucha plata para mí.
─Yo no bromeo, o estás conmigo o cuelgo el teléfono y ‘sayonara’ papito…
─Mira, yo no tengo de donde sacar esa plata; así que dejemos el asunto.
El coyote sabía que Cheito había mordido la carnada y que quería ganar dinero. Lo llamo un día después.
─Hola, Cheito, ¿cómo van las cosas? Sé que tú quieres un cambio, no me lo tienes que decir. Mira, tú me caes bien y quiero ayudarte, te lo juro… Te pongo en el Norte por cinco mil, y eso yo no lo hago con nadie, te lo juro, pero, como te dije, tú me caes bien.
─Lo he pensado mucho y quiero hacerlo pero no tengo ni trabajo, ni ahorros, ni prendas, ni nada, estoy quebrado.
─Ah, no me digas; estoy seguro que tienes familia y amigos que te quieren ayudar. ¿Has pensado en eso?
─Seguro que lo he pensado, pero estoy pelado, bien pelado.
─Bueno, como te dije, yo te he ayudado mucho ya; te lo rebajo a cinco mil. Me estoy metiendo en problemas con mis socios y esos no juegan, así que decide y que sea pronto. Voy a un viaje lejos y te llamaré cuando regrese, seguramente ya tendrás la plata ¡y pal' norte se dijo!
Cheito colgó pensativo y amargado por no tener dinero.
─Abuela, dame tu bendición. Siento que me tengo que ir, quiero ver como salimos adelante. Mami me dice que no puede, que no tiene de dónde, empeñó las prendas y sólo le dieron cien balboas. Tengo que conseguir cinco mil dólares aunque que me muera; me atrevería hasta vender el alma...
─Mi hijo no hables así; yo lo he sacrificado todo por ustedes, pero cuando no hay, no hay. Hay que conformarse con lo que Dios nos da.
─Pero Abuela, es Dios quien me ha dado el deseo de viajar para que todos podamos salir de este atolladero. Ayúdeme Abuela, se lo suplico, todo el mundo la conoce y la respeta... Sé que usted puede.
El viaje
Todos estaban tristes y preocupados. ¿Y si Cheito no regresa? ¿Y si le pasa algo por allá, y ─Dios no quiera─ lo matan o se muere en el camino por los montes y desiertos, como dicen que les ha pasado a muchos que llegan hasta México y cruzan la frontera pero luego se pierden por los desiertos y mueren de sed o porque los maleantes les roban la plata y los dejan a morir sin agua y comida?
Esa noche El Coyote volvió a llamarle.
─Tu eres chévere, Cheito. Entiéndelo, créeme, ¡todo va a salir! Yo sé que puedo creer e invertir mi tiempo en ti. Y mis cinco mil de rebaja cuentan, no te olvides. Es fácil, para el viaje sólo debes llevar lo mínimo porque tienes que cargarlo todo tal vez por semanas; una maleta pequeña o una de esa bolsas de deportes es mejor.
El viaje se acercaba cada día, todos estaban preocupados y tristes. ¡Que sea lo que sea! ¡Lo que Dios quiera! Lagrimas corrían, las oraciones no paraban.
Lunes a las 2 AM. Madre y abuela le dieron la bendición. Cheito se montó en un camión 4x4 chiquito; El Coyote y otro hombre están a cargo. Conversaciones cortas. Silencio. Miedo.
Viajaron a lo largo de la Carretera Interamericana, rumbo a Costa Rica. Pararon sólo una vez a tomar un café y Cheito compartió una tortilla que le había preparado Abuela, sacó la cartera y le pasó la mano con cariño a la foto de su madre y hermanito. Anduvieron hasta cuando Coyote se desvió de la carretera y todos se bajaron del carro. Caminaron alejándose un poco y luego habló El Coyote, dirigiéndose al nervioso viajante.
─Ahora tú y yo vamos a seguir a pie hasta llegar a un pueblo, todo va a salir bien, no temas.
El chofer se regresó al Jeep y Cheito siguió al hombre y tomaron otro desvío, cruzaron una finca de naranjas y otra con grandes tallos con racimos de bananas, cruzaron un río no muy hondo y mucha maleza, espinas, avispas y hasta garrapatas.
¡Tengo que llegar al Norte!
Sin saber siquiera en qué país se encontraba, con hambre, ropa sucia y sin plata tenía suficiente motivación para hablarle a quien fuese, no para mendigar pues eso no podía hacer, pero podía ofrecer sus brazos, su cerebro, y su sudor. Trabajó limpiando letrinas en pizzerías, cambiando sábanas en hoteles de mala muerte, ayudando a quien veía con necesidad y tratando de sobrevivir a toda costa. Perdió el miedo a la realidad descuartizada que le saludaba cada día. Mandó una carta a su madre y otra a su abuela a la dirección que atesoraba desde su infancia en Santiago de Veraguas. Pero sabía que si recibían la carta no podrían contestarle pues ahora no tenían ninguna dirección para él. Así deben sentirse los verdaderos huérfanos, pensó al secarse las lágrimas y pasarse las manos por el pelo mientras se acordaba de un profesor que le había ayudado mucho cuando empezó a estudiar en la Escuela Normal de Santiago, y quien siempre lo saludaba con entusiasmo al darle una palmoteada, diciendo ‘Eche pa’lante y no se raje!’ Sonrió por un instante y se dijo, ‘Hoy Dios me ayudará a conseguir trabajo para seguir mi viaje’. No fue fácil; lo peor le esperaba, pero también una sorpresa y nuevos caminos.
Un Pastor bilingüe de mediana edad iba a dar su primer sermón en la Iglesia Presbiteriana de la comunidad angloparlante. En las gradas de la entrada se encontraba un joven maltratado por la vida, con la cara hundida en sus manos y los codos anclados en las rodillas. El Pastor abrió los portones pero el cabizbundo joven ni se inmutó, estaba tan cansado que se había dormido sentado. El Pastor se le acercó y le habló:
─Buenos días, hermano…
─Ah…Buenos días, señor. Perdone que esté aquí, no sé ni donde estoy…
─Estás en el lugar de Dios, bienvenido a Nueva York y a esta iglesia.
Le invitó a entrar y se dirigieron a la cocina en la planta baja y en donde había el grato olor a café recién colado y aroma de pan recién sacado del horno. El pastor lo presentó a tres personas en la cocina y se excusó pues debía prepararse para el servicio religioso. Después de unos minutos regresó a buscarlo y por primera vez tuvo la oportunidad de oír su nombre claramente, José Molina, en vez de su apodo, Cheito.
El pastor notó que José tenía la apariencia de un ser quebrantado e indefenso y le pidió que lo esperara hasta terminar de despedir los poquitos fieles que habían asistido ese domingo. Luego se sentaron a conversar sin tener la tortura de no saber inglés. Cheito no tardó en volcar su angustia y el terrible sentido de culpabilidad por haber metido a su familia en una deuda enorme y el peligro de que si no pagaba pronto la abuela perdería la casa y la propiedad. Estaba ahora frente a frente a la vida y por dentro sentía temor pero también un profundo agradecimiento a Dios. La fe a veces es un hilito débil pero no se rompe. Volvieron las palabras alentadoras de su maestro de antaño, “Eche pa’lante, no se raje!”. El Pastor le llevó a una esquina en donde había otros latinos esperando que algún patrón pasara buscando jornaleros a los cuales pagarles miserias. Empezó desde abajo hasta que alguien lo llevó a un trabajo en donde también le darían clases de inglés y de computación. Eche pa’lante!
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Comments | |
Comentario: hola, mi esposo esta
desesperado porque no puedo ir
a usa, estoy en colombia hemos
pedido visa y todo y nada
pues ahoa el dice que ya no
sabe que mas deudar meterse
para que estemos juntos y
esta abatido y cansado y ha
decidido que si no podemos
estar jutos es mejor dejarlo
pero nos amamos, y yo quiero
irme de mojada quien me da
datos de los contactos Posted: 9/10/2009 |
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Comentario: Da un orgullo especial cada vez que nuestea historia se comparte en el continente.
Nuestra gente ama la tierra, la patria, pero la realidad es dura y cuando el hambre muerde, la gente se atreve a cruzar mares, ríos, desiertos
y aun poner la vida en peligro.
El amor a la familia es suficiente factor para entrentarse a todo.
Y que se oiga la Voz! Posted: 8/5/2009 |