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Crónicas de Nueva York

El Montañés en Brooklyn

June 2006
No recuerdo cómo pude convencer a Mazigh “El Montañés” para que me contara sus pasadas historietas pero, el caso es que, aquí las tengo todas grabadas en cassettes de cintas magnéticas transcribiéndolas poco a poco cuando el tiempo me lo permite. En la cinta número tres el Montañés explica cómo llegó a Brooklyn. Y como escribía en el número anterior, Mazigh se encontraba en Brooklyn por casualidad ya que su plan era volver a las Islas Canarias. Pero como su personalidad, Mazigh se dejaba a veces arrastrar por la suerte y la aventura para ver hasta dónde lo podían llevar.

 En el bar, donde tomaba unas copas, Mazigh conoció a Sing Ley de la que no podía apartar sus ojos de lobo salvaje. Sentada al mostrador Sing, con su cuerpo fino y delgado y una cara pálida y triste, atrajo la mirada de Mazigh que se encontraba al otro lado del bar en una mesa sentado con los demás marineros del barco “Acnatón”. Y cuando las miradas de los dos se cruzaron en ese momento preciso algo fuerte les hizo querer conocerse más de cerca. Y sin pensarlo dos veces Mazigh se acercó al mostrador donde Sing estaba sentada sobre un taburete y le preguntó si aceptaría una bebida a su cuenta. Sing sonrió pero no dijo nada. Mazigh creyó que tal vez no lo había oído por el ruido que había en el bar. Repitió la pregunta, esta vez alzando la voz. Sing lo miró detenidamente y sonriendo otra vez meneó su cabeza. Mazigh pensó que había aceptado la invitación y seguidamente le pidió al camarero que le llenase otro vaso de lo mismo que estaba bebiendo. Sing entonces empezó a decirle al camarero que no quería otra bebida. Mazigh luego se excusó diciéndole que el insistía pero que si no le apetecía beber le gustaría invitarle a un paseo para respirar un poco aire fresco. Con su constante amplia sonrisa Sing aceptó dar un paseo.

Resultó que los dos no conocían bastante el idioma inglés y les costaba mucho entenderse. Los dos recurrían a gestos para ayudarse en la charla. Mazigh le contó que era de las Islas Canarias, próximas al continente Africano, y que había llegado en un barco de Chipre para dejar unas mercancías en Nueva York. Hoy era su último día en el puerto y estaban preparándose para la vuelta. Sing dijo que ella tambien había llegado en barco al puerto de Los Ángeles y que vino a Nueva York para visitar a una familia con la que estaba residiendo ahora. Sing Ley encontró trabajo en un hostal-restaurante chino como cocinera.

Los dos parecían alegres de la compañía del uno y el otro. Hacía unos momentos eran dos desconocidos y ahora dos personas tan juntas que parecían conocerse desde siempre. ¡Son las cosas de la vida! Mazigh decía que la soledad en el barco le hacía a uno buscar el calor pasajero de una mujer pero lo que empezaba a sentir por Sing era algo diferente. Fue quizás también la similar situación extranjera de ambos que no sabían hablar inglés y foráneos en una ciudad lejos de su tierra natal. Mazigh y Sing se fueron andando y charlando por la Avenida Atlantic hasta llegar al edificio donde vivía Sing. Ella le explicó entonces que  le gustaría invitarlo a su cuarto pero que el tío era muy estricto y no le permitía traer invitados a esas horas de la noche.  De todas formas Sing le dijo que le gustaría volver a verlo otra vez mañana en el mismo bar y el Montañés aceptó con mucho gusto.

Sin documentos y sin dinero en Nueva York

Mazigh no quiso volver al barco y aunque sin documento intentó buscar alguna pensión que le permitiese pasar la noche con sólo un certificado de la marina mercante. Por fin encontró un hostal de un libanés que aceptaba pago de anticipo y el certificado de marinero como forma de identificación. Por la mañana temprano Mazigh pudo ver a su barco alejarse quedándose él en tierra. Una sonrisa apareció en sus labios y la imagen de Sing le dió ánimos para vestirse y salir a tomar un café. No le importaba que sus papeles no estuvieran en regla y que la paga de dos meses en el barco se hubiera quedado en el barco que zarpó esa mañana. Solo le interesaba volver a ver a Sing. Sabía que el capitán le ingresaría su salario en su cuenta del Banco de Canarias. Y que algun día le harían falta esos ingresos.

El Montañés no pensaba en planes futuros. Como hombre de mar vivía al día y en el presente. El quería estar con Sing y haría todo lo que pudiera para conseguirlo. Pensaría en el dinero cuando se le acabasen lo pocos dólares que le quedaban. Se decía a sí mismo. ¡América era un país de muchas oportunidades y de trabajo sin falta! Podría hacer cualquier cosa para mantenerse.

Por la tarde Mazigh se encontró con Sing en el mismo bar y salieron a cenar a un Restaurante chino que Sing conocía bien. Durante la cena Sing le contó cómo su familia sufría en China por ser una familia numerosa y sin muchos recursos para sostenerse. Sus hermanas más jóvenes se fueron a buscar trabajo al golfo pérsico a esos países del petróleo, y ella, prefirió seguir a su hermano mayor que vivía en los Ángeles. Mazigh por su parte le explicó que sus ansias de salir de su pueblo eran más bien de ver el Mundo y ser libre. Su familia aunque no muy rica vivía una vida confortable y él abandonó su trabajo de oficina por un barco que creía lo llevaría a lugares desconocidos pero interesantes. Luego de repente y, como era el carácter de Mazigh, propuso a Sing viajar con él al norte de Nueva York. Ella le contestó enseguida que sí y los dos tomaron el Tren a Albany.

 
 

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