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La recién bajada

Siempre cambiaré

September 2006
Escuché muchas veces frases como “tu libertad termina donde empieza la del otro” o “vivimos en el país de la libertad”. He pensado últimamente mucho en la libertad, vamos, en mi libertad. He buscado orígenes etimológicos de la palabra, he leído a Nietzsche y a Sartre nuevamente, he consultado oráculos, he conversado con amigos, entre otras cosas. Después de muchas divagaciones, discusiones y alguna que otra borrachera llorosa empecé mi proceso de exorcismo ¿De qué se preguntarán? De mis ideologías. Una especie de volver a tabla rasa (algo imposible en verdad) y preguntarme ¿Soy feliz? ¿Me siento libre? ¿Soy libre?
Todas las respuestas fueron negativas. Ustedes dirán, pero la felicidad no es permanente, son sólo momentos. Ya, ya, de acuerdo pero había algo más visceral en mi conclusión con un regustillo a reclamo (algo que por cierto detesto). Casi en un proceso cartesiano, logré deshacerme de mis demandas. Ya sola en mi solipstismo mental, porque mi hijo me llamaba cada cinco minutos, tuve ráfagas de lucidez al estilo Lacaniano y me encontré tarareando en mi cabeza la canción de Alaska “A quien le importa lo que yo haga, a quien le importa lo que yo diga, yo soy así y así seguiré nunca cambiaré”.

Hace un año que vivo en New York, un año de muchos cambios en mi vida, de muchas decisiones e higienes mentales. El más importante ha sido enfrentarme con la pregunta acerca de mi libertad; libertad como ciudadana, como profesional, como mujer, como madre, como esposa. El estar lejos de mi familia facilitó mucho la tarea. Todos sabemos que en los países latinoamericanos la familia se mete y opina sobre todo, algo que puede llegar a ser un verdadero obstáculo en el camino hacia la libertad. La acción vino antes que la reflexión, ejercí mi libertad de facto. Y hoy me siento muy orgullosa de mí, de mi osadía, de mi fuerza, de mi ímpetu. Claro está que todo tiene consecuencias pero es bueno darse cuenta de eso también. No pain no gain.

Retar al establishment, inventar uno sus propias reglas de vida, reconocer qué es lo qué nos hace felices y qué no. En suma, vivir contracorriente.

Esto no es una apología a la insurrección ni mucho menos, cada quien es dueño de sus cárceles, celadores y llaves. Cada quien sabe (si es que quiere saberlo) qué lo hace feliz y en que consiste su esencia. Y aquí toma parte la tolerancia, el respeto por los “modos” de vida de los otros. Incluso si esos otros son felices en lo que, según nosotros, son cárceles. Así que el que se la pasa criticando cómo viven los otros o cómo se agencian su felicidad es porque no está ni a mitad de camino de conseguirla.

Libertad y tolerancia van pues, para mí, de la mano. Si quiero que me banquen debo bancar a los demás, al margen de cualquier moral o estilo de vida. Sé que llegar a estas simples conclusiones me tomó años y muchas disculpas. Hoy por hoy estoy en camino de algunas respuestas basales, sin embargo, como dice el Buda, todo es impermanente, e incluso estas respuestas serán transitorias. Espero que lo que hoy considero mi felicidad vaya cambiando pues creo que es el verdadero ejercicio de mi libertad y la garantía de que sigo viva. Así que cambio la letra de la canción de Alaska por …yo soy así y así seguiré, siempre cambiaré.

 

 

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