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Cuento

La gravedad de mi tierra

September 2006

La gran caja azul se para, escupe un montón de gente gris, sorbe un poco más y sale de nuevo. Yo corro sin aliento hacia la parada y luego me sorbe también. Adentro tropiezo como si estuviera luchando contra la dirección que la caja dicta con su movimiento, y me siento por fin. Al lado de la anciana con el rebozo y la cesta de flores. Después de recobrar el aliento, meto la mano en mi bolso y cojo mi caja de música. Pulso el botón e imagino los primeros sonidos. Y allí están. Metálico-brillantes, “caramelosos” o tan humanos que suenan como campanas. Hoy es la campana rotunda humana con tambor y violín. Y una película viene también: chimeneas, vallas, árboles, pastos y granjas remotas corren debajo de nubes inmóviles. Pasan seis minutos y la película se hace más lenta, muestra figuras humanas más nítidas delante de edificios y jardines. Luego la gran caja se para de nuevo, echa un par de tipos y engulle un poco más de gente gris, las que también empiezan una lucha breve y vano contra la gravedad de su casa. Y yo, de nuevo, tengo la cara pegada a la transparencia de la pared de la gran caja, y sigo mirando con ojos muy abiertos de una sensación algo extática e inexplicable. Árboles, campos, casitas, árboles, arbustos, conejos, cruces, árboles, la llanura, todo rodado a una velocidad de 60 kilómetros por hora y sigo mirándolo. La gran caja hace todas las paradas bien conocidas en el campo donde da la vuelta el viento, se dice, y así a veces interrumpe el flujo del carrete. Pero la música continúa con la coherencia del álbum y mi mente serpentea. Hasta que me despierto a la vista de una rana viscosa de verde muy vivo parpadeándome desde la cesta de flores. Con una cara espantada, echo una ojeada a la anciana, ella lo ve y con el movimiento más natural del mundo, lo coge y mete al fondo de la cesta, entre los tallos y hojas. Tras recuperar el latido del corazón, subo otro tren de pensamientos y sensaciones. Pero no mucho más tarde vislumbro en la película un cuartel viejo de soldados soviéticos ya ausentes, centros comerciales, gasolineras y cuervos urbanos. Con una sensación de lo finito, busco la canción última y enfoco en mi lista de quehaceres del día. El autobús reduce la velocidad a causa de la multitud de otras, y yo chequeo si ha cambiado algo en la avenida desde ayer. Entonces giramos dos veces a la derecha y llegamos a la estación en la Plaza Mars (la que antes era la Plaza Marx, pero entonces el alcalde no quería confundir mucho a la gente). Salgo de la caja y entro una multitud de gente gris aún mayor.

La vida es un viaje grande, se dice. Movimiento en tiempo y espacio. Movimiento atrás y adelante. Movimiento del cuerpo, de la mente y del corazón. Pero a veces cosas no se mueven.

No es morriña lo que siento ahora. Ni nostalgia. Simplemente es que esta vez mi corazón se quedó en casa. No movió, a diferencia de mi mente y mi cuerpo. Antes pensé que sólo es que su vuelo se retrasó. Y esperé y esperé que ya estuviera en camino hacia aquí. Pero cuando regresé, para mi sorpresa lo encontré en casa. Luego volví de nuevo y esperé que llegara por fin. Pero eso nunca ocurrió. Ahora estoy casi segura de que su vuelo fue cancelado. Mi corazón quedará en mi tierra. Y yo sigo luchando contra su gravedad.


 

 

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