Controles policiales, como este en El Salvador, se encuentran frecuentemente en el camino a los Estados Unidos
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La industria de las remesas, segunda parte

El Salvador tras la Guerra Civil

September 2008

Hoy no es fácil para un centroamericano entrar a los Estados Unidos. Las solicitudes de visa cuestan $131 no reembolsables, casi el precio de la canasta básica mensual de El Salvador, y la gran mayoría de las solicitudes son denegadas. Los que intentan entrar sin documentos soportan variados retos: abuso de los coyotes, la deshidratación e inanición en la frontera, o la deportación si son atrapados.

Tras el aumento de la militarización en la frontera durante los últimos diez años, el gobierno estadounidense ahora considera crimen federal el estar en su suelo sin la documentación apropiada, incluso con sentencia a pasar meses en la cárcel antes de la deportación. En 2006, más de 250 mil centroamericanos fueron deportados de México y otros 50 mil de los Estados Unidos; más de 20 mil eran salvadoreños. El mismo año, 514 mil mexicanos fueron deportados de los EEUU. Una vez aquí, su seguridad no está garantizada, ya que el servicio de inmigración y ciudadanía (a cargo del Ministerio de Seguridad Interior) allana ciudades fronterizas y lugares de trabajo. Estos allanamientos han aumentado sustancialmente en los últimos meses.

No existe un perfil único del tipo de persona que decide probar su suerte y cruzar la frontera, pero el aliciente de las remesas atrapa a muchos. Un policía salvadoreño de 34 años contó su propio intento de ir al norte. Insatisfecho con su incapacidad de mantener a su esposa y tres niños con su sueldo de $450 al mes, le pagó a un coyote para que lo cruzara a EEUU sin visa en junio. Un hombre que debe combatir el delito en su propio país, y acostumbrado al poder y prestigio de su posición, no fue fácil la transición a ser vulnerable y considerado “ilegal”. Pronto fue arrestado por oficiales de inmigración en San Antonio, Texas, y quedó horrorizado por las violaciones a los derechos humanos contra los inmigrantes detenidos.

“Cuando vi a los guardas de inmigración golpear a personas bajo su custodia, tuve que defenderlos. Les dije que soy policía en mi país y que eso no es un trato humano”. Lamentablemente, los oficiales de inmigración no apreciaron sus comentarios y fue detenido deliberadamente por cuatro meses como castigo por hablar.

 

Las pandillas, a ambos lados

Debido a la incidencia de combatientes menores durante la Guerra civil de El Salvador, las familias que podían hacerlo, enviaban a sus hijos, varones especialmente, a vivir al exterior. En Los Angeles, California, estos niños pasaron la adolescencia lejos de la protección familiar y luego de haber sido aterrorizados por las pandillas mexicanas (en sí mismas, continuación de la violencia como técnica de supervivencia), formaron la única comunidad que pudieron para protegerse: las maras, o pandillas. Con más de 300 pandillas en funcionamiento en El Salvador, las dos más grandes, “18th Street” y “Mara Salvatrucha” están basadas en Los Angeles. Pero desde que el gobierno estadounidense comenzara a deportar a residentes con antecedentes penales, muchos pandilleros convictos fueron regresados a El Salvador. Desacostumbrados a la vida en el país después de años fuera, y habituados al nivel de poder e ingresos que las actividades pandilleras les reportaban en los EEUU, no llevó mucho tiempo para que estas pandillas causaran estragos en El Salvador. El problema de las pandillas ha dotado a la capital, San Salvador, con una de las tasas de homicidios más altas del mundo —alrededor de 10 muertes por día en 2006.

Por supuesto, no todo El Salvador se tambalea por la violencia pandillera y no todos se quieren ir. Evidente en la riqueza de El Salvador es el hecho de que a algunos les va muy bien con las políticas de los últimos quince años de libre comercio internacional. Para algunos la inmigración es la única salida a sus problemas, pero la industria de las remesas y la histórica y continua dependencia en los Estados Unidos, se traduce en relaciones complejas para los salvadoreños hoy en día.

Ahora de regreso a su trabajo como policía después de haber sido deportado, Enrique se encogió de hombros cuando le preguntamos si volvería a cruzar. Aunque los riesgos de inmigrar son enormes, los beneficios de trabajar en los EEUU y enviar remesas a la familia no han desaparecido, y puede ser que pruebe su suerte otra vez.

 
 

*Traducción de Mariel Fiori

 

Lea el artículo complete en inglés en: http://upsidedownworld.org/main/content/view/1319/1/

The Remittance Industry: El Salvador's Post-War Struggle



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