Personajes
La chica y el escritor
Mario Vargas Llosa visita Bard College
December 2006“Detrás de los nombres Homero, Dante, Shakespeare, que hemos deificado interminablemente por siglos, érase una vez, eran hombres, meros mortales…humanos”. Así empezó la conferencia del escritor peruano Mario Vargas Llosa llamada Cervantes y Don Quijote, el 12 de octubre de este año. “Cervantes también,” continuó, “era humano—comió, durmió, se sentaba en su cuarto, mojaba su pluma en el tintero, y rompía páginas y páginas, tirándolas a la basura.”
“¡Usted también!” yo estaba pensando. “Mario Vargas Llosa también es humano”, me daba cuenta cada minuto de las horas que pasé con él durante el fin de semana entero. Me daba cuenta que en las semanas antes de su llegada, cuando me preparaba leyendo sus novelas, sus críticas literarias, sus palabras, lo había deificado como el mundo ha hecho con Dante, Homero o Cervantes. Y no estoy hablando de su cuestionada ideología política (que ha cambiado con los años de ser un intelectual de izquierda en los sesenta a lo opuesto en la actualidad), sino de su persona literaria que lo llevó a merecer el Premio Miguel de Cervantes en 1994.
Me había preparado como lo hace una chica de quince años para su primera cita. Pues, lo que me iba a poner (aunque no completamente insignificante) fue un poco menos importante en este caso, pero la obsesión—la obsesión compulsiva con la preparación— era comparable. En vez de preocuparme con tener el perfecto peinado, bellas uñas, una falda que dice exactamente lo que quería… me preocupé en un sentido literario. Pasé horas interminables pegada al sofá leyendo sus novelas de seiscientas páginas en una vez, escribiendo obsesivamente en los márgenes sobre las secciones que me gustaban (¡y eran muchas!), armando preguntas que le iba a hacer, pegando notas ‘post-it’ de varios colores en casi todas las páginas. Memoricé mis frases favoritas, como la de Carlitos en Conversación en la Catedral: “Voy a decirte un gran secreto. La poesía es la cosa más estupenda que hay, Zavalita.”
Cuando hube devorado las tres obras asignadas (las novelas históricas Conversación en la Catedral. La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo) empecé con su crítica —los textos donde revela sus pensamientos sobre la literatura, el arte, la vida… y lo más importante, sus novelas favoritas. Obviamente, no iba a ignorar estos títulos. Ya había leído Don Quijote (es uno de mis favoritos también, ¿como no puede serlo?), pero de repente empecé con Madame Bovary, leí paginas de Tirant lo Blanc, de Borges, de cualquier nombre que menciona. Como dice Vargas Llosa en su obra crítica, la literatura que estaba leyendo y mi vida se entrelazaron, me convertí en Madame Bovary, o en don Quijote, leyendo hasta las horas de la madrugada, consumiendo novelas como un chiquito con dulces, o como Mario Vargas Llosa mismo —algo que descubrí en sus textos biográficos.
Y por fin llegó el 12 de octubre. La persona detrás del nombre grandioso que se encontraba en las cubiertas de mis libros, o en los garabatos en mis cuadernos, iba a estar de pie delante de mis ojos. Nunca sentiría que había leído bastante, pero tenía que terminar. Mi provisión de notas post-it ya se había agotado. El día antes de la conferencia, un profesor me había pedido que consiguiera una botella de agua y un vaso para el hablante —el Señor Vargas Llosa. Consentí inmediatamente. Pero…¿cómo se sirve agua a un semidiós? Nueva obsesión.
Había decidido que sólo lo mejor sería adecuado: El agua Voss de Noruega, un vaso Riedel y lonjas de limón. Hice planes para ir a Red Hook a las tres de la tarde, comprar el agua y volver a mi casa para tomar el vaso y poner el agua en la nevera hasta la conferencia. La temperatura del agua era de gran importancia. Todo el día, tuve sueños de cómo el Señor Vargas Llosa haría una pausa durante la conferencia para preguntar quién organizó este agua magnifica. (Sí, se puede sugerir que fui un poco loca). Pero en la noche, estos sueños se convirtieron en pesadillas.
Cuando por fin me adormecí después de horas de pensar, empecé a tener pesadillas sobre el agua. Soñé que eran las siete menos cuarto (quince minutos antes de la conferencia) y no había comprado el agua o ido a mi casa a buscar el vaso. Me despertaba presa del pánico, me daba cuenta que sólo eran las tres de la madrugada, y que tenía todo el día siguiente para organizar el tema del agua. Otra vez me dormí y ¡tuve la misma pesadilla! Era una ficha rota que sonaba toda la noche. Es bastante para decir que no dormí mucho, y que estoy completamente loca.
A las siete de la tarde del día siguiente, me senté en la primera fila del auditorio —agitada y nerviosa como la chica en su cita— y la conferencia empezó. Obviamente, en el mundo real (que por semanas no he visitado) la pausa en la conferencia para comentar sobre el agua no ocurrió. No obstante, Mario Vargas Llosa bebió el agua Voss de mi vaso Riedel, y todo el público lo notó. Lo que yo noté fue que esta figura, este semidiós de Mario Vargas Llosa, era humano. Humano como él dijo sobre Cervantes, y humano como los personajes fenomenales en sus novelas. Detrás de las frases, personajes y novelas enteras increíblemente construidas conocimos cómo “él” era un hombre—un hombre común como mi padre, o mi abuelo— que bebió agua, que sonrió, que balbució en su búsqueda de una expresión, a quien se le olvidaron los nombres de escritores o libros que había leído, o cómo se decidió por este o aquel título de una novela.
Le pregunté durante la clase sobre Conversación en La Catedral sobre el título de esta novela. “Si, es claro,” yo dije, “que la novela es básicamente una conversación entre Santiago y Ambrosio que ocurre en un bar llamado La Catedral, pero ¿hay una intención más profunda en estas palabras? En la novela, este bar es casi como un lupanar, “un lugar para los pobres,” como dice Ambrosio. ¿Es su apariencia en el titulo un comentario sobre la religión, quizás? ¿Cómo, y por qué, decidió este titulo?” “Pues,” me respondió, “lo has dicho. La novela se trata de una conversación en La Catedral, y así lo titulé”. Tan claro, tan simple, tan humano, pensé.
Después de la clase caminamos juntos al lugar organizado para el almuerzo. Debo repetir esto, ¡Caminamos juntos al almuerzo! Mi ficción de la primera cita se convirtió en realidad mientras pasábamos bajo los árboles otoñales y los rayos del sol se rezumaban en los espacios entre las hojas de oro. Era como una película, o más bien dicho, una novela. Tuve que mirarlo a cada minuto para recordarme que no estaba caminando al lado de un libro. O que el sendero por el cual anduvimos no era el blanco y negro de las páginas de una novela. (Por suerte, porque mis jubilosas lágrimas podrían haber manchado las letras).
Cuando le conduje a la clase por la tarde cambiamos los papeles. Ahora, él hacía las preguntas. Me preguntó de dónde soy, cómo vine a Nueva York y se interesó por mis opiniones políticas y literarias. Por última vez, me di cuenta que esta figura no estaba inmóvil en la cima de una colina, vestido con una toga, declarando versos poéticos. Estaba hablando conmigo en el idioma humano. Y de ahora en adelante, el recuerdo de aquel fin de semana me trae una sonrisa, por esta razón: no sólo leí los libros de Mario Vargas Llosa, pero algo invariablemente más profundo; leí a la persona. Y él me leyó también.
La Voz, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
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Comentario: pero que gran oportunidad has
tenido pues!! Posted: 7/22/2012 |