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OpiniĆ³n

Vidas Rajadas

Basada en una historia real

February 2008
El contexto: Guatemala, azotado por 36 años de desastrosa guerra civil entre grupos guerrilleros y el ejército. El país sufrió uno de los conflictos armados más largos y violentos de Latinoamérica, por su alarmante cantidad de tiranía, opresión, sabotaje, tortura, asesinato y genocidio. Los acuerdos de paz se firmaron en 1996 pero la nación y sus ciudadanos viven con el legado del pasado.

: Era un día soleado y húmedo por la lluvia de la noche anterior. Estaba nervioso y me costaba imaginar qué esperar de aquel día. Íbamos en un camino de tierra a la aldea de Carmela Rodas, una víctima del conflicto armado guatemalteco: una victima de la tortura.

Por teléfono Carmela había sonado feliz, pero no lo era. Ella, como muchas otras personas, tenía la vida rajada. Lo que ella había vivido le perjudicaba la vida entera.

Le llevaba un paquete de Kovler Center, la ONG donde trabaja mi tío. El regalo albergaba una variedad de cositas insignificantes y un poco de dinero. Carmela esperaba aquel paquete con ansia, era algo para alguien que ya casi no tenía nada.

A pocos kilómetros del pueblo de Sololá, el camino de automóviles llegó a su fin. Así comenzamos a caminar por un pequeño sendero lodoso, hacia la casita de adobe, lámina y cañas. Se encontraba en medio de una gran siembra de maíz sobre una colina verde que tenía una vista espectacular del lago Atitlan. Al llegar a la casa vimos dos niños adorables jugar entre la tierra y el maíz; probablemente hijos de Carmela. Nuestra presencia los hizo correr medio espantados y medio juguetones hacia su casita segura, sin dejar de reírse.

Al llegar a la puerta sentí el olor a masa, tortillas frescas, humedad y humo. Era oscura y fresca, y las gallinas y perros corrían espantados de aquí para allá. Carmela estaba allí. Después de un segundo de silencio, sonrió como si lo hubiera estado haciendo la vida entera. Al pasar por la habitación para saludarnos le pegaron los rayos brillantes que entraban por los marcos pequeños de madera y pude ver una gruesa y espantosa cicatriz en su cuello. Me quedé congelado, no pude evitar las imaginarias visiones horrorosas de la tortura que pudo haber sufrido. Se me hacía difícil fingir que no pasaba nada, que no tenía una tormenta violenta de horror y enojo sacudiéndome de adentro para afuera. Sonreí.

¯“Mucho gusto de verla”, murmuré con voz temblorosa. Pensar que esto le había pasado a tantas vidas inocentes que nada más luchaban por ser felices, me llenaba de zozobra e indignación. Me preguntaba por qué les tocó esta suerte. Por qué ganaron por tantos años los opresores militares codiciosos y enloquecidos. ¿De dónde les venía esa suerte? ¿Y a dónde se les iba la suerte a estas familias?

¯ “¡Pasen por favor!”, me dijo entusiasmada. Noté que también cojeaba de un pie. Nos hizo entrar cordialmente y nos ofreció atol de plátano y tortillas con frijol.

La casita humilde de Carmela estaba bellamente adornada con flores frescas. En la pared, un poster de Jesús con sus ovejas. Sobre el comal que siempre ardía había varias tortillas doradas y tamalitos de chipilín. La televisión, puesta en el canal diez, sonaba incoherentemente en el fondo. El sombrero con tierra y sudor colgado en la puerta parecía ser de su esposo José; mostraba con las manchas el trabajo intenso que hacía al cultivar la tierra. Carmela llevaba el bultito colorido de un bebe dormido en su espalda. Cuidaba a los hijos como toda mamá diligente, a pesar de su pasado atroz.

Le mostré el contenido del paquete y sonrió de una manera bella y sincera. Sacó su dinero, pero luego pareció más feliz al sacar la maquina de tortillas de acero inoxidable. Había querido algo así por años. Mostraba una felicidad que he visto pocas veces en la vida.

En el camino de vuelta a casa durante aquel atardecer, me di cuenta que Carmela desafió el odio y la crueldad de la guerra que la puso en este estado. Desafió lo repugnante que fueron todos aquellos años en donde los propios hermanos se mataban y torturaban. Su vida había sido quebrada pero ella la compuso pieza por pieza. Carmela podía ser feliz. ¿Cómo? Nunca lo entendí. Quizás algún día.





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