Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson

Galicia: fronteras invisibles
Por Marcos Castilla
June 2025 Como malagueño y andaluz, estoy acostumbrado a la calidez de la Costa del Sol, con su luz intensa, sus días largos y una cultura marcada por la alegría expansiva y el carácter abierto de su gente. Y a pesar del estereotipo sobre la siesta en España, no es tan común como se piensa.
Hace poco emprendí un viaje junto con mi madre, y aunque teníamos una confianza increíble, este viaje supuso una conexión aún más profunda. Si bien este viaje me llevó a otra región de mi propio país, me sentí como si hubiera cruzado fronteras invisibles. El por qué terminé en Villa García de Arosa un 29 de julio da para un café es otra historia, pero la cuestión es que el shock cultural, a tan solo una hora en avión de mi casa, fue enorme.
Galicia, situada justo encima de Portugal, tiene una identidad muy distintiva. Desde el primer momento noté cómo el paisaje empezaba a transformarse: habíamos dejado atrás los olivos del sur. De esto pasamos a verdes intensos, montañas cubiertas de niebla, recién salidas de una película de vikingos y una atmósfera que parecía cargada de misterio, además de mucha lluvia y frío, para colmo. Y sí, todo esto a punto de entrar en agosto.
Al llegar a Villa García, una encantadora localidad costera, lo primero que me sorprendió fue el ritmo del lugar. Todo se movía a un compás diferente, como si el tempo fuera más lento, más reflexivo. Recuerdo haber paseado por el puerto de la localidad, observando las barcas pesqueras balanceándose suavemente en el agua. En Málaga también tenemos eso; sin embargo, en Villa García el mar no era solo un escenario, como lo es en muchos lugares turísticos del sur; sino el corazón de la vida diaria. La pesca y el marisqueo son más que esenciales, y la gente tiene una conexión profunda con el Atlántico.
Al caminar por las calles, escuché conversaciones en gallego, el idioma cooficial de la región. Aunque podía entender algunas palabras por su similitud con mi idioma natal, el sonido era totalmente distinto, como si revelara una parte oculta de España que nunca había explorado. Esto causó que dos semanas después cuando emprendiese mi viaje a Nueva York para empezar mi vida en Bard, dejara España atrás con un acento medio andaluz, medio gallego.
Otro aspecto que me impactó fue la comida. La gastronomía gallega tiene fama de ser una de las mejores de España, pero experimentarla en primera persona es una historia completamente distinta. Me senté en una taberna local y pedí el famoso pulpo a la gallega. La suavidad del pulpo combinado con el pimentón, la sal gruesa y el aceite de oliva era un sabor tan simple como perfecto. No solo me enamoró la comida autóctona, sino también el trato de los cocineros con los comensales. Además, probé el albariño, un vino blanco típico de la región, y entendí por qué tanta gente lo alaba.
Lo que más me marcó fue el carácter de la gente. Aunque al principio puedan parecer más reservados en comparación con los malagueños, los gallegos tienen una hospitalidad discreta y genuina. Una vez que entablas conversación, te das cuenta de la calidez y disposición de los gallegos a compartir historias y a invitarte a descubrir su mundo.
Galicia me mostró otra cara de España, una que desconocía por completo. Allí descubrí cómo las diferencias culturales dentro de un mismo país pueden ser tan profundas como enriquecedoras. Aprendí a mirar más allá de las apariencias, y, como músico, a escuchar los matices de un lugar de manera más detallada. También me abrí a distintas formas de vivir y conectar con el entorno. COPYRIGHT 2025
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Galicia, situada justo encima de Portugal, tiene una identidad muy distintiva. Desde el primer momento noté cómo el paisaje empezaba a transformarse: habíamos dejado atrás los olivos del sur. De esto pasamos a verdes intensos, montañas cubiertas de niebla, recién salidas de una película de vikingos y una atmósfera que parecía cargada de misterio, además de mucha lluvia y frío, para colmo. Y sí, todo esto a punto de entrar en agosto.
Al llegar a Villa García, una encantadora localidad costera, lo primero que me sorprendió fue el ritmo del lugar. Todo se movía a un compás diferente, como si el tempo fuera más lento, más reflexivo. Recuerdo haber paseado por el puerto de la localidad, observando las barcas pesqueras balanceándose suavemente en el agua. En Málaga también tenemos eso; sin embargo, en Villa García el mar no era solo un escenario, como lo es en muchos lugares turísticos del sur; sino el corazón de la vida diaria. La pesca y el marisqueo son más que esenciales, y la gente tiene una conexión profunda con el Atlántico.
Al caminar por las calles, escuché conversaciones en gallego, el idioma cooficial de la región. Aunque podía entender algunas palabras por su similitud con mi idioma natal, el sonido era totalmente distinto, como si revelara una parte oculta de España que nunca había explorado. Esto causó que dos semanas después cuando emprendiese mi viaje a Nueva York para empezar mi vida en Bard, dejara España atrás con un acento medio andaluz, medio gallego.
Otro aspecto que me impactó fue la comida. La gastronomía gallega tiene fama de ser una de las mejores de España, pero experimentarla en primera persona es una historia completamente distinta. Me senté en una taberna local y pedí el famoso pulpo a la gallega. La suavidad del pulpo combinado con el pimentón, la sal gruesa y el aceite de oliva era un sabor tan simple como perfecto. No solo me enamoró la comida autóctona, sino también el trato de los cocineros con los comensales. Además, probé el albariño, un vino blanco típico de la región, y entendí por qué tanta gente lo alaba.
Lo que más me marcó fue el carácter de la gente. Aunque al principio puedan parecer más reservados en comparación con los malagueños, los gallegos tienen una hospitalidad discreta y genuina. Una vez que entablas conversación, te das cuenta de la calidez y disposición de los gallegos a compartir historias y a invitarte a descubrir su mundo.
Galicia me mostró otra cara de España, una que desconocía por completo. Allí descubrí cómo las diferencias culturales dentro de un mismo país pueden ser tan profundas como enriquecedoras. Aprendí a mirar más allá de las apariencias, y, como músico, a escuchar los matices de un lugar de manera más detallada. También me abrí a distintas formas de vivir y conectar con el entorno. COPYRIGHT 2025
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