Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
Recuerdos de...
Recuerdos de Barcelona
Por Tashi Rai
June 2024 Cuando alguien me pregunta ¿Qué hiciste el otoño pasado en Barcelona por casi dos meses?, siempre les digo que un amigo de mi papá me ofreció quedarme con su familia para ayudarles a cuidar a su niña y experimentar la vida en Cataluña. Y esta versión de la historia es verdad.
Asistía a clases de español cerca de La Rambla, tomaba café en la mañana por las calles de El Masnou y trataba de conocer el estilo de vida de Cataluña. Los sábados visitaba los museos, hablaba con mi familia anfitriona sobre los asuntos políticos que afrontan la gente de la ciudad, y los acompañaba a eventos de sus trabajos. Observaba todo, tomando notas cada vez que conocía a una nueva persona.
Pero nadie me enseñó más que la niña que cuidaba. Ella me mostraba una imagen honesta de crecer en un país tan diferente. Ahora pienso que, si no fuera por ella, hubiera sido una turista más en Barcelona.
Era el primer día de septiembre, y me sentí cansadísima por el vuelo nocturno, cuando el amigo de mi papá, Hugo, me introdujo a Naira, su hija menor. Charlamos un ratito e inmediatamente me fui a la cama. Me desperté con la energía de conquistar el mundo, solo que ya era la medianoche. La casa estaba tranquila sumida en un profundo silencio, pero pensaba en la gente durmiendo en las camas al lado. ¿Qué haré con una chica de ocho años que solamente habla español y catalán? ¿Me va a gustar la familia?
Pasé unas semanas acostumbrándome al lugar, y formé una rutina de visitar la panadería las mañanas, la playa o la ciudad las tardes, y la tienda Condis unas noches para cocinar la cena. En ese tiempo, me acostumbré a los días solitarios y silenciosos, por lo menos antes de que llegara Naira con su papá con la vivacidad que solo tienen los niños. Dibujábamos, jugábamos juegos de mesa, y compartíamos historias sobre nuestras cosas favoritas.
Un día, Hugo me preguntó si podría ir a recoger a Naira de su escuela primaria en la ciudad. Era una hora de camino para ir a su escuela en el barrio Gràcia de Barcelona desde la casa. Esa tarde, tomé el tren al centro de la ciudad y después el metro, sintiéndome un poquito nerviosa para esperarla entre todos los padres españoles. Llegué casi veinte minutos temprano y vi que muchos de los padres llevaban bolsitas pequeñas de papel blanco, de las panaderías locales. Buena idea, pensé y empecé a caminar.
Esta vez llevando pan con chocolate, esperé a ver la cara de Naira por las puertas de su escuela. Por fin la vi, buscándome con una preocupación evidente. Su rostro se iluminó cuando me vio, y se me lanzó con un abrazo. Cargando su proyecto de arte poco manejable en una mano y la mano de Naira en la otra, seguimos por la estación Verdaguer para volver a casa. Mientras caminábamos, charlamos sobre su día en la escuela. En un momento me miró con un entusiasmo nuevo ¡Aprendí una frase de inglés hoy! dijo.
¿Ah, si? Dime, ¿qué aprendiste? le respondí.
Ev-ry-body sit down, me dijo con orgullo.
¡Wow…Naira qué bien! le dije. Ahora, es mi turno. ¿Tienes una frase de catalán para mí?
Naira pensó un momento. L’ós.
Y, ¿qué significa?
El oso, ¿sabes qué es?
Si, los tengo en mi pueblo. Una vez ví un cachorro cruzando la calle admití.
Y así empezaron mis “clases de catalán” unas veces por semana. Naira y yo pasamos tiempo juntas, usualmente en el transporte público, y nos enseñamos mutuamente el idioma de nuestro hogar. Aprendí frases catalanas y los nombres de las frutas, los animales, y más. En esos momentos, me sentí más cerca de la vida catalana que todas mis experiencias de las calles, museos, y bibliotecas de Barcelona. El idioma catalán siempre había puesto una barrera contra mi conocimiento cultural, una identidad lingüística que no podría conocer. Pero, con Naira, sentí que por fin estaba aprendiendo algo nuevo de valor, y mi confianza crecía cada viaje desde su escuela. Me gustaría decir que aprendí catalán, pero muchas veces olvidaba cada nueva palabra cuando me me iba a dormir.
Ahora, creo que era la alegría de compartir mi fascinación con todo lo que estaba experimentado es lo que más valoro de todo. Gracias a Naira, la mejor maestra (de ocho años de edad) de mi tiempo en España. Fue un placer conocer a Naira y a toda su familia. Espero regresar a Barcelona algún día, con suerte, con el conocimiento de catalán para impresionarla al final.
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Pero nadie me enseñó más que la niña que cuidaba. Ella me mostraba una imagen honesta de crecer en un país tan diferente. Ahora pienso que, si no fuera por ella, hubiera sido una turista más en Barcelona.
Era el primer día de septiembre, y me sentí cansadísima por el vuelo nocturno, cuando el amigo de mi papá, Hugo, me introdujo a Naira, su hija menor. Charlamos un ratito e inmediatamente me fui a la cama. Me desperté con la energía de conquistar el mundo, solo que ya era la medianoche. La casa estaba tranquila sumida en un profundo silencio, pero pensaba en la gente durmiendo en las camas al lado. ¿Qué haré con una chica de ocho años que solamente habla español y catalán? ¿Me va a gustar la familia?
Pasé unas semanas acostumbrándome al lugar, y formé una rutina de visitar la panadería las mañanas, la playa o la ciudad las tardes, y la tienda Condis unas noches para cocinar la cena. En ese tiempo, me acostumbré a los días solitarios y silenciosos, por lo menos antes de que llegara Naira con su papá con la vivacidad que solo tienen los niños. Dibujábamos, jugábamos juegos de mesa, y compartíamos historias sobre nuestras cosas favoritas.
Un día, Hugo me preguntó si podría ir a recoger a Naira de su escuela primaria en la ciudad. Era una hora de camino para ir a su escuela en el barrio Gràcia de Barcelona desde la casa. Esa tarde, tomé el tren al centro de la ciudad y después el metro, sintiéndome un poquito nerviosa para esperarla entre todos los padres españoles. Llegué casi veinte minutos temprano y vi que muchos de los padres llevaban bolsitas pequeñas de papel blanco, de las panaderías locales. Buena idea, pensé y empecé a caminar.
Esta vez llevando pan con chocolate, esperé a ver la cara de Naira por las puertas de su escuela. Por fin la vi, buscándome con una preocupación evidente. Su rostro se iluminó cuando me vio, y se me lanzó con un abrazo. Cargando su proyecto de arte poco manejable en una mano y la mano de Naira en la otra, seguimos por la estación Verdaguer para volver a casa. Mientras caminábamos, charlamos sobre su día en la escuela. En un momento me miró con un entusiasmo nuevo ¡Aprendí una frase de inglés hoy! dijo.
¿Ah, si? Dime, ¿qué aprendiste? le respondí.
Ev-ry-body sit down, me dijo con orgullo.
¡Wow…Naira qué bien! le dije. Ahora, es mi turno. ¿Tienes una frase de catalán para mí?
Naira pensó un momento. L’ós.
Y, ¿qué significa?
El oso, ¿sabes qué es?
Si, los tengo en mi pueblo. Una vez ví un cachorro cruzando la calle admití.
Y así empezaron mis “clases de catalán” unas veces por semana. Naira y yo pasamos tiempo juntas, usualmente en el transporte público, y nos enseñamos mutuamente el idioma de nuestro hogar. Aprendí frases catalanas y los nombres de las frutas, los animales, y más. En esos momentos, me sentí más cerca de la vida catalana que todas mis experiencias de las calles, museos, y bibliotecas de Barcelona. El idioma catalán siempre había puesto una barrera contra mi conocimiento cultural, una identidad lingüística que no podría conocer. Pero, con Naira, sentí que por fin estaba aprendiendo algo nuevo de valor, y mi confianza crecía cada viaje desde su escuela. Me gustaría decir que aprendí catalán, pero muchas veces olvidaba cada nueva palabra cuando me me iba a dormir.
Ahora, creo que era la alegría de compartir mi fascinación con todo lo que estaba experimentado es lo que más valoro de todo. Gracias a Naira, la mejor maestra (de ocho años de edad) de mi tiempo en España. Fue un placer conocer a Naira y a toda su familia. Espero regresar a Barcelona algún día, con suerte, con el conocimiento de catalán para impresionarla al final.
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