Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
Recuerdos de Ecuador
Por Miriam Schwartz
October 2023 Viajé a Ecuador hace cinco años. Tenía dieciocho años y poca experiencia viajando sola. No sé qué buscaba en ese país tan lejano de donde crecí. Creo que tenía una idea de que es bueno conocer cómo vive la gente en otras partes del mundo.
La mayor parte del tiempo que estuve allá viví en la propiedad de unos expatriados estadounidenses. Fue uno de esos lugares poblados por “viajeros” que constituyen su propio sector de la población de Sudamérica. Les gusta el yoga y el yogur, cosas así. Además de ellos, residía y trabajaba allá un hombre quechua, el presidente del pueblo Palta. Los fines de semana, regresaba a su hogar en la ciudad de Loja. Una vez me invitó a acompañarle.
Había intentado viajar en los buses de Ecuador, pero me confundía el sistema. José lo conocía como la palma de su mano. Nos encontramos con su hija en la cochera y tomamos otro bus hasta las afueras de la ciudad. Bajamos y caminamos en un sendero de loma. La casa se situaba por la cima de la colina, enclavada al costado y escondida tras tallos de maíz. Era de adobe, cemento y chapa.
José me dejó con su esposa Carmen en la cocina. La acompañé a alimentar los cuyes y las gallinas. Después ella se cambió y fuimos los tres al centro de la ciudad —José, Carmen, y yo. Hay una catedral magnífica en Loja. Recuerdo sus vitrales. Pero lo que se estampó en mi memoria fue el sentimiento cuando quedé sentada entre José y Carmen mientras ellos rezaban.
Unas semanas después, estaba en un autobús en la costa con una amiga francesa que había conocido en la propiedad de los estadounidenses. Ella estaba sentada al lado de la ventana y yo con mis piernas en el pasillo. Había un muchacho, no más de dieciocho años, probablemente menos, que me miraba y miraba y finalmente me habló.
No me acuerdo de su nombre y tengo una idea vaga de su cara. Me hablaba en español rápido. No entendí bien. Solo me acuerdo que me dijo que toda su familia había fallecido en el terremoto hacía diez años. Tal vez me pidió algo—no lo entendía muy bien—o solo quería que le escuchara.
Mi amiga y yo hicimos dedo desde Cuenca a Guayaquil y por un estrecho de la costa. Nos alojamos en su carpa, en hostales, y una vez en una estructura de bambú. La gente que nos recogió y que nos alojó era singularmente amable y generosa. En cualquier lugar donde vayas, dejas a personas generosas y amables. Siguen viviendo dónde las dejaste. Pero también viven para siempre en la memoria. Para mí, esa fue la virtud de viajar: en la nada de un viaje, los simples detalles de la vida cotidiana destacan y te tocan el corazón. COPYRIGHT 2023
La Voz, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
Había intentado viajar en los buses de Ecuador, pero me confundía el sistema. José lo conocía como la palma de su mano. Nos encontramos con su hija en la cochera y tomamos otro bus hasta las afueras de la ciudad. Bajamos y caminamos en un sendero de loma. La casa se situaba por la cima de la colina, enclavada al costado y escondida tras tallos de maíz. Era de adobe, cemento y chapa.
José me dejó con su esposa Carmen en la cocina. La acompañé a alimentar los cuyes y las gallinas. Después ella se cambió y fuimos los tres al centro de la ciudad —José, Carmen, y yo. Hay una catedral magnífica en Loja. Recuerdo sus vitrales. Pero lo que se estampó en mi memoria fue el sentimiento cuando quedé sentada entre José y Carmen mientras ellos rezaban.
Unas semanas después, estaba en un autobús en la costa con una amiga francesa que había conocido en la propiedad de los estadounidenses. Ella estaba sentada al lado de la ventana y yo con mis piernas en el pasillo. Había un muchacho, no más de dieciocho años, probablemente menos, que me miraba y miraba y finalmente me habló.
No me acuerdo de su nombre y tengo una idea vaga de su cara. Me hablaba en español rápido. No entendí bien. Solo me acuerdo que me dijo que toda su familia había fallecido en el terremoto hacía diez años. Tal vez me pidió algo—no lo entendía muy bien—o solo quería que le escuchara.
Mi amiga y yo hicimos dedo desde Cuenca a Guayaquil y por un estrecho de la costa. Nos alojamos en su carpa, en hostales, y una vez en una estructura de bambú. La gente que nos recogió y que nos alojó era singularmente amable y generosa. En cualquier lugar donde vayas, dejas a personas generosas y amables. Siguen viviendo dónde las dejaste. Pero también viven para siempre en la memoria. Para mí, esa fue la virtud de viajar: en la nada de un viaje, los simples detalles de la vida cotidiana destacan y te tocan el corazón. COPYRIGHT 2023
La Voz, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
Comments | |
Comentario: Nice ! Ordinary lives, ordinary details, can make
extraordinary memories . Posted: 10/6/2023 |