Ada Limón en San Francisco, foto de Christopher Michel
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Buen Gusto

Leyendo los libros de Ada Limón en la placidez del tren

Por Enrique Murillo
September 2022
Un jueves abordé el tren en Poughkeepsie sin tener que pasar por las minuciosas revisiones de documentos y maletas y me senté a pata tirante en la amplitud de la butaca de cuero. 
Bienvenido, que disfrutes tu viaje—, me dijo el boletero tras verificar en la pantalla de mi teléfono que iba a Chicago.
 
Le di las gracias y seguramente notó el gusto que me causó ir al fin hacia ese punto después de una jornada de trabajo. 
 
La desventaja, me habían dicho dos conocidos, es que el tren hace mucho más tiempo que el avión y uno puede aburrirse de ir sentado, cosa que les acepté, pero en realidad el trayecto me parecía la oportunidad perfecta para leer algún libro que había querido leer, pero que no había leído.
 
Mi selección no fue uno, sino dos libros de poesía de Ada Limón, poetisa mexico-americana, radicada en Kentucky, que en muy poco tiempo ha sorprendido a los académicos por su estilo sencillo y por la oralidad de sus versos. Se trataba de “Carrying” y de “Bright dead things”. 
 
Para ese día había leído varias entrevistas y reseñas que me dieron cierta luz sobre su trayectoria y pude reafirmar que, como dijo Los Angeles Times, Ada Limón es "la poeta de nuestros tiempos solitarios y aterradores”.
 
Como era una autora nueva para mí, desde días antes me propuse leer cada poema al menos dos veces a fin de entenderlos y disfrutarlos. Empecé con “Carrying” y no lo dejé hasta cerca de la media noche, cuando la mayoría de la gente iba dormida. Reconocí varios poemas que había leído en antologías y revistas. Me gustó.
 
Por la mañana estiré mi mano hacia mi mochila y saqué “Bright dead things”. No me perdí nada del paisaje que íbamos dejando atrás. El cielo estaba gris y las nubes jaspeaban de lluvia las ventanas del tren.
 
—¿A qué horas llegamos?— Le preguntaron al boletero algunos pasajeros.

El miro su reloj y les dijo:
—Llegaremos a tiempo.
 
A mí la llegada me tenía sin pendiente. No puedo decir que los poemas que tenía en mis manos fueran la continuación de los anteriores. No eran peores ni mejores. Como los cuentos de Checkjov, eran una obra pareja y bien pulida.
 
En alguna parte de Indiana los números de mi Garmin parecían acercarse a la hora de la llegada: las 10:15 am, y creí que me vería forzado a interrumpir mi lectura, pero, ante el asombro de mis ojos, los números retocedieron como si el tiempo me regalara otra hora y casi grité de gusto.
 
Terminé el libro a los 30 minutos y llegué a Chicago rememorando los versos que me habían gustado más. Sobra decir que me propuse leer en Nueva York “The Hurting kind”, su nuevo libro que apareció en abril.
 
Ahora leerlo es un compromiso inaplazable, pues en julio la Biblioteca del Congreso selecionó a Ada Limón como la poeta nacional, nombramiento que no sólo la pone a la altura de los mejores poetas, sino como la mejor. 
 
Su cargo comienza en septiembre y desde ayer es un orgullo para la mujer, para los migrantes del mundo y para quienes hablamos español. 
 
* * *
Aquí una muestra de lo que les digo: 
 
“Quizá nos la pasamos siempre lanzando nuestro cuerpo / hacia aquello que nos ha de destruir”, escribe Ada Limón en el primer poema de esta serie. En él nos presenta la incertidumbre y el dolor como síntomas ineludibles de nuestra corporalidad. Un reconocimiento de la herida, un sabernos vulnerables que, con mirada certera, recorre imágenes del día a día. Y sobre ellas, algo más: ya sea una perra que persigue a un vehículo en ruta, una mujer que se inclina en una barandilla de acero, el rastro sonoro del río Mississippi o el de un ferrocarril Southern Pacific durante el verano, la muerte está siempre presente. Ella lo sabe, y por ello implora: “Lector, quiero decir: / No mueras”.

* * *
Y un poema con su traducción:
 
WONDER WOMAN 
Standing at the swell of the muddy Mississippi
after the Urgent Care doctor had just said, Well,
sometimes s*** happens, I fell fast and hard
for New Orleans all over again. Pain pills swirled
in the purse along with a spell for later. It’s taken
a while for me to admit, I am in a raging battle
with my body, a spinal column thirty-five degrees
bent, vertigo that comes and goes like a DC Comics
villain nobody can kill. Invisible pain is both
a blessing and a curse. You always look so happy,
said a stranger once as I shifted to my good side
grinning. But that day, alone on the riverbank,
brass blaring from the Steamboat Natchez,
out of the corner of my eye, I saw a girl, maybe half my age,
dressed, for no apparent reason, as Wonder Woman. 
She strutted by in all her strength and glory, invincible,
eternal, and when I stood to clap (because who wouldn’t have),
she bowed and posed like she knew I needed a myth—
a woman, by a river, indestructible.
 
LA MUJER MARAVILLA
De pie en la crecida del enlodado Mississippi,
después que el doctor de Urgencias apenas dijese, Bueno,
son cosas que pasan, volví a dejarme engañar
por New Orleans otra vez más. Pastillas para el dolor giraron
como remolino en mi cartera junto a un hechizo para más tarde.
Me ha tomado tiempo admitirlo, estoy en una intensa batalla contra
mi cuerpo, la columna vertebral inclinada treinta y cinco grados,
vértigo que va y viene como un villano de DC Comics
al que nadie puede matar. El dolor invisible es los dos,
una suerte y una desgracia. Siempre te ves tan feliz,
me dijo un extraño una vez que me convertía a mi lado bueno
sonriendo. Pero ese día, sola a la orilla del río,
oía la charanga resonando desde el Steamboat Natchez,
y por el rabillo de mi ojo, vi a una muchacha, de la mitad de mi edad,
vestida, sin una razón clara, de la Mujer Maravilla.
Se pavoneaba en toda su gloria y fortaleza, invencible,
eterna, y cuando me puse de pie para aplaudir (porque cómo no hacerlo),
hizo una reverencia y posó como si supiese que yo necesitaba un mito—
una mujer, en un río, indestructible. 

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