Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
Humor
Refranes para la abuela
Por Arturo Delgado
February 2022 No sé si la atracción por hacer bromas fue algo que aprendí de mi mamá -a quien le encantaba hacer bromas a los colegas de mi padre-, y si mi madre, a su vez, adquirió ese gusto por las bromas disfrutando de las que gastaba mi padre a familiares y amigos. Pero lo que sí sé con certeza, es que yo no exoneraba a nadie, ni siquiera a mi abuela.
Ella era la abuela clásica de antaño, que cocinaba para la familia, que curaba a la familia, y que escuchaba y aconsejaba a la familia con refranes y dichos de su generación que, sutilmente, te transmitían sus sabios consejos.
Si llegabas a su casa y le contabas que estabas contento de haber encontrado un mejor trabajo, “Al que Dios se lo dio, San Pedro se lo bendiga”, decía la abuela. Si le decías que no sabías qué hacer porque el novio te había dejado, “un clavo saca otro clavo”, sentenciaba la abuela. “A palabras necias oídos sordos”, me enseñó mi abuela cuando le conté que algunos muchachos me insultaban en la escuela y que eso me ponía furioso.
Casi todos los refranes que conozco a la fecha los aprendí de Rosa, mi abuela. Me tomó trabajo eso sí. Recuerdo entonces, que en una ocasión, quise usar uno de sus refranes y me lancé con “a caballo regalado no se le mira los ojos”. “Los dientes!”, me corrigió la abuela en tono condescendiente, y soltó una risita, inesperada por mí y por ella. Fue una sonrisa tan espontánea y a la vez tan angelicalmente dulce, que tenía que disfrutarla más de una vez, por lo que decidí entonces empezar a cambiar, mezclar y entrecruzar cuanto refrán o dicho conocía simplemente para hacer reír a mi abuela. Por supuesto, nunca le dije que lo hacía a propósito. Nunca, tampoco, ella se dio cuenta de que yo soltaba estos refranes sin sentido adrede y solo para hacerla reír.
“Al mal tiempo… no se le mira el diente”, “camarón que se duerme… no amanece más temprano”, “más vale pájaro en mano… que ganancia de pescadores”, “al que quiere celeste… del cielo le caen las hojas”. Estos y muchos más son los refranes desquiciados que producía para deleite y tormento de Rosa. Alguna tía me dijo una vez que la abuela le confesó: “Pobrecito el Arturito, se esfuerza tanto en aprender los refranes, pero muchas veces los confunde uno con otro. No me quiero reír delante de él, pero ¡ay! me gana la risa”.
Sea por cuestiones genéticas o no, voy a seguir intentando vivir la vida con una visión juguetona y con dosis frecuentes de humor a costa de mis amigos, familiares, colegas, y disfrutaré de esos momentos lúdicos. Pero nunca los disfrutaré más que las sonrisas que extraje de mi abuela con tanto refrán retorcido. COPYRIGHT 2022
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Si llegabas a su casa y le contabas que estabas contento de haber encontrado un mejor trabajo, “Al que Dios se lo dio, San Pedro se lo bendiga”, decía la abuela. Si le decías que no sabías qué hacer porque el novio te había dejado, “un clavo saca otro clavo”, sentenciaba la abuela. “A palabras necias oídos sordos”, me enseñó mi abuela cuando le conté que algunos muchachos me insultaban en la escuela y que eso me ponía furioso.
Casi todos los refranes que conozco a la fecha los aprendí de Rosa, mi abuela. Me tomó trabajo eso sí. Recuerdo entonces, que en una ocasión, quise usar uno de sus refranes y me lancé con “a caballo regalado no se le mira los ojos”. “Los dientes!”, me corrigió la abuela en tono condescendiente, y soltó una risita, inesperada por mí y por ella. Fue una sonrisa tan espontánea y a la vez tan angelicalmente dulce, que tenía que disfrutarla más de una vez, por lo que decidí entonces empezar a cambiar, mezclar y entrecruzar cuanto refrán o dicho conocía simplemente para hacer reír a mi abuela. Por supuesto, nunca le dije que lo hacía a propósito. Nunca, tampoco, ella se dio cuenta de que yo soltaba estos refranes sin sentido adrede y solo para hacerla reír.
“Al mal tiempo… no se le mira el diente”, “camarón que se duerme… no amanece más temprano”, “más vale pájaro en mano… que ganancia de pescadores”, “al que quiere celeste… del cielo le caen las hojas”. Estos y muchos más son los refranes desquiciados que producía para deleite y tormento de Rosa. Alguna tía me dijo una vez que la abuela le confesó: “Pobrecito el Arturito, se esfuerza tanto en aprender los refranes, pero muchas veces los confunde uno con otro. No me quiero reír delante de él, pero ¡ay! me gana la risa”.
Sea por cuestiones genéticas o no, voy a seguir intentando vivir la vida con una visión juguetona y con dosis frecuentes de humor a costa de mis amigos, familiares, colegas, y disfrutaré de esos momentos lúdicos. Pero nunca los disfrutaré más que las sonrisas que extraje de mi abuela con tanto refrán retorcido. COPYRIGHT 2022
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