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La Voz de AnĂ¡huac

Confesiones de un escritor inmigrante

Por Robinson David Martinez
August 2004
No puedo negar el magnetismo
del lenguaje inglés.
Y eso que comencé
nuestra aventura amorosa después de los nueve años.
El español es el lenguaje de mi cuerpo,
mis sentidos.
El inglés -odio admitirlo-
es el fuego de la antorcha en mi alma.
Lágrimas importadas
cargan mis ojos cuando lo digo:
soy la inevitable dilución
de café con leche,
aunque antes era aceite y vinagre.

No tengo papeles.
Cuando veo un policía
le digo a mis amigos,
"¡Actúen legal
para que no nos paren"
La falta de este documento
se vuelve un riel de hierro
balanceándose sobre mi cabeza.

Los recuerdos de mi niñez
son como recordar
un sueño casi olvidado.
Cuando pienso en las vacas,
mi látigo de cuero, mis botas de caucho;
cuando pienso en mi Tía Anita
moliendo maíz pa´ las arepas
a las cinco de la mañana;
cuando pienso en la Tía Chelo,
sus brazos, sus palizas,
su arrocito con frijoles,
dudo de estas memorias
y me pregunto si no las adquirí
en siestas después de leer cuentos de pueblo.
También me pregunto 
¿cómo sería mi vida
si no me hubiera colado en este país?
Si en vez de un lapicero,
la callosa intimidad de una pala
o la de un rifle
hubiera atrapado mis manos.

A veces pienso que el gobierno conspira
con Dios, alterando destinos,
dependiendo en qué hospital
y a qué hora uno nació.

Fue allí donde una señora
miró las manos de mi madre
y le dijo que en mi corazón,
una tinta espesa
haría un remolino con este país
como al ponerle crema
a una taza de café.

Pero soy feliz,
aunque nunca más
podré a mi Tía Chelo.

Bard College. Annndale-On-Hudson, NY
19 de agosto de 2004
 

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