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Cuando mueren las Diosas

Por Gabriela Ávila
December 2019
La violencia que hoy viven las mujeres en todo el mundo ha alcanzado niveles inauditos. Estados Unidos no es ajeno al problema, pero en ciertos lugares, como en México, la situación es particularmente grave, ya que las mujeres están siendo víctimas de violencia extrema, sólo por el hecho de ser mujeres. Según datos oficiales de las autoridades mexicanas, sólo en el 2019, se han registrado mil 812 feminicidios, lo que representa un promedio de ocho mujeres asesinadas diariamente; una mujer cada tres horas.
 
Cifras similares en años anteriores llevaron a la organización sin fines de lucro, Implicarte A.C. a tomar acción para la atención de mujeres víctimas de violencia. Posteriormente, en un esfuerzo de prevención, la Asociación buscó encontrar las causas de la violencia en los mismos lugares que las orillaba a realizar el peligroso viaje a la Ciudad de México o, peor aún, hacia los Estados Unidos.

Miembros de la Asociación, investigadores y documentalistas arribaron a la Mixteca Baja, en Oaxaca y Guerrero. De entrada, el nivel de pobreza extrema que el equipo encontró representa en sí mismo un acto de violencia contra cualquier persona. Muchos migrantes mexicanos en el Este de los Estados Unidos provienen del lugar. Además de lo evidente, reflejado en la precariedad de la vida, se buscaba conocer qué más estaba pasando.

Se encontró que la mayoría de las mujeres mantienen su lengua materna como único medio de comunicación y que muy pocas hablan castellano. Esto se debe fundamentalmente a escasos procesos de escolarización. La familia prefiere enviar a los varones a estudiar, lo cual representa otra forma de violencia hacia las mujeres, pues además de no tener acceso a la educación, ven limitadas sus posibilidades de comunicación con el exterior, incluso en situaciones tan básicas como asistir al médico.

Algunos de los hombres, a quienes el equipo entrevistó, comentaban que hay una tradición de venta de niñas. Se indagó más al respecto, preguntando a qué se referían y contestaron que era una tradición ancestral. Se preguntó quiénes vendían a las niñas y dijeron que eran los propios padres quienes realizaban la venta. Se investigó sobre casos específicos y comentaron que abundaban en el lugar, pues era algo normal. Que inicialmente se hacia la pedida de la niña y luego se procedía a la venta. Se preguntó qué sentían al vender  a una hija y contestaron que nada, que era como vender “un animal, un carro o cualquier cosa”.

Se indagó sobre qué pasaba si la madre no quería vender a su hija o si la menor no quería irse y algunos profesores de la escuela de la zona comentaron que las mujeres eran expulsadas de la comunidad y terminaban abandonadas a su suerte, incluso junto a sus hijes, enfrentando la muerte por inanición, a menos que se dedicaran a la prostitución o migraran. Esa era información suficiente para entender por qué las mujeres huían de sus lugares de origen.

La Asociación dio parte a las autoridades mexicanas de diferentes instancias, como el Instituto de la Mujer Oaxaqueña o la Secretaría de la Mujer en Guerrero. La respuesta fue atroz. Dijeron que no estaban interesados en alterar los usos y costumbres de la región. La organización agregó que los hechos iban más allá de afectar usos y costumbres e insistió en que era una violación grave a los Derechos Humanos de las niñas y las mujeres. Las instancias dejaron de contestar las llamadas.

La organización investigó si la venta de niñas tenía alguna conexión con algún ritual ancestral, y después de revisar el trabajo de la Dra. María de los Ángeles Ojeda, de origen Ñu Saavi, encontró que nunca existió tal aberración en la cultura mal llamada Mixteca. De hecho, descubrió lo opuesto. Para el pueblo Ñu Saavi, hasta antes de la conquista española, las mujeres siempre fueron consideradas “Diosas”, nunca “cosas”; eran seres sagrados, creadoras de vida.
 

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