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Si no se va la luz

Por Emily Schmall
January 2004
“Todo el mundo lleva una pistola,” me advirtió el joven. Daniel – dueño de una empresa forestal en Atlanta, pero con su familia en el departamento Huehuetenango, Guatemalaiba sentado a mi lado en el vuelo a la ciudad de Guatemala. “Se llama la seguridad guatemalteca.” Si bien los guatemaltecos critican el tono alarmista de la prensa internacional, las palabras de Daniel bastaron para confirmar mis temores: estaba volando hacia una lluvia de tiros, violencia política y asesinatos, donde el único apoyo son las noticias que cada día informan más muertes. Y fui como observadora de las elecciones en democracia del país.
                A las diez de la noche las calles de la ciudad están muertas. A excepción del eco distante de música mariachi proveniente de alguna discoteca, la lujosa esquina de los hoteles estadounidenses, las tiendas y los bares están vacíos de los sonidos urbanos. Pero esto no quiere decir que la ciudad está en calma. La semana de elecciones es una celebración continua, con fuegos artificiales hasta tarde, pero también con una competencia política tal que no deja salir a mucha gente cuando oscurece. Doscientos dieciséis actos de violencia, incluyendo veintidós asesinatos, ocurrieron desde julio, mientras que los analistas políticos identificaron como zona conflictiva más del 50% del territorio del país. La Organización de los Estados Americanos (OEA) fue invitada de Guatemala y a buscar anomalías en el sistema electoral. Junto con los representantes de la Unión Europea y la organización nacional de observadores, Los Miradores Electorales, 3600 observadores se dispersaron por los veintidós departamentos.
                Hacia las cinco y media de la mana del día de las elecciones, un grupo se ha congregado en la puerta de una pequeña escuela pública de niñas, el Instituto Centroamericano para las señoritas (INCA), entre las sedes de los partidos GANA y el FRG. A las seis en punto se abre la votación y la gente entra a raudales. El Tribunal Supremo de las Elecciones (TSE) le dio la primera capa de pintura para la ocasión.
                El arma metálica gris sobresale del cinturón del policía vestido de civil de la Unidad Privada de Seguridad que vigila la entrada. Como en todas partes se desconfía de la policía para las elecciones el gobierno contrato mil agentes privados, la mayoría jóvenes adolescentes que no van a la escuela. En el interior de Guatemala, la policía civil lucha contra los ex patrulleros, patrullas civiles establecidas por los militares durante la Guerra como estrategia contra la insurrección. Las Patrullas de Auto Defensa Civil (PAC) fueron las responsables de las violaciones masivas a los derechos humanos durante el largo conflicto interno que incluyo la abrasadora campaña anti-insurrección de 2002 en la que 200 mil guatemaltecos fueron asesinados o desparecieron. En Huehuetenango se dice que los ex patrulleros contaron las carreteras con piedras y pasto para poder detener a los viajeros y robarles.
                “La violencia política se manifiesta de varias maneras” explica Lue Lapointe, coordinador de la OEA en la ciudad de Guatemala. Como si se tratara de las bandas rivales de Nueva York, los eslóganes de los candidatos presidenciales pueden seguirse a través de los grafitis de todos los espacios públicos disponibles, incluidas las paredes de las autopistas y las escuelas, hasta convertirse en murales borrosos de nombres y promesas. Durante la última semana de la campaña propagandística de Oscar Berger hubo un mitin de tres días en Parque Central, con gente contratada para vender comida y distribuir octavillas, y con el candidato ausente de la festividad –adyacente al Palacio Presidencial y la Catedral Nacional. La agresiva campaña por la democracia se hizo casi agobiante. Anuncios especiales interrumpían con frecuencia la programación para dirigirse a la violencia, explicar el sistema electoral e incitar al patriotismo. A la manera de los comerciales de concesionarios de coches, el ministro de Justicia Carlos David de Leon Arqueta comandaba la pantalla gritando a la audiencia las severas consecuencias del fraude y la obligación de los guatemaltecos de cumplir con su deber cívico y probar el compromiso del país con la democracia.

                La suposición de que la elección iba a ser fraudulenta disuadió a algunos de ir a votar. Un hombre entro a un puesto electoral a las cinco de la tarde, cuando las colas para votar eran cada vez más largas, con su torso desnudo todo pintado de acusaciones. Decidió utilizar su papeleta para otro fin y escribió en letras negras grandes: “La elección es una farsa”. Y esas fueron las mismas palabras, correadas de manera caótica en otro puesto electoral de un barrio de clase baja, cuando los coordinadores comenzaron a cerrar la puerta y dispersar las colas a las seis menos cuarto, quince minutos antes.
                Volviendo al recuento en el INCA, el señor Morales se apuró para saludar a los observadores. “Esta mesa ha alcanzado el 80%. Es una reacción de la gente, es Guatemala que demuestra ser la dueña de la política del país” dijo. 80% desafiaron las calles para salir a votar, contra el 35% de las elecciones anteriores.
                De todas formas, la presencia de organizaciones extranjeras demuestra que el país no logro total autonomía. “Tendría confianza en mí país, me gustaría” dice Mario García, hombre de mediana edad con anteojos sin montura y un maletín. “Pero no voy a votar hoy”. García había previsto cierto desorden así que fue a Internet a buscar la junta y mesa electoral que le correspondía. Después de pasar dos horas en la cola, le dijeron que su nombre no figuraba en el padrón. Luego le indicaron que esperara a un funcionario del TSE que nunca apareció. “Mientras haya luz, gente de fuera observando a Guatemala, tengo algo de esperanza”.
               
*Emily Schmall ha sido observadora de la Organización de los Estados Americanos, a través de una beca del Proyecto de Derechos Humanos de Bard College.
Traducción de Mariel Fiori

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