Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
Universidades
Amor por aprender
Por Leon Botstein
March 2017 Muchos jóvenes llegan a la universidad con un enfoque claro sobre su carrera y educación pre-profesional. Padres y estudiantes frecuentemente tienen la ilusión de que el objetivo de asistir a la universidad, a diferencia de la escuela secundaria, es conseguir la preparación para asuntos prácticos de la vida; una frase que muchas veces se reduce a ganar dinero. Muchos educadores reaccionan exageradamente a esta legítima afirmación utilitarista y predican el aprender por su propio bien. Ese es un tipo especial de súplica moralista y anticuada que es en realidad contraproducente. Aprender por su propio bien es maravilloso, deseable, y placentero, pero solamente después de que la persona haya encontrado la manera de conectar el aprender con la vida, de modo tal que influya en su vida cotidiana, incluyendo el ganarse la vida.
Así que el llamado a aprender por su propio bien no es muy persuasivo para la mayoría de padres y estudiantes. En el contexto contemporáneo, esto implica que aprender un conocimiento más sofisticado de la literatura, la historia, y la filosofía (lo que se debería obtener en la universidad) es ciertamente un lujo irrelevante sin ninguna ventaja cívica obvia. Por eso, debo aclarar que dicho aprendizaje en la universidad debe ser considerado absolutamente útil. La universidad que se resista a la demanda de cambiar las vidas futuras de sus estudiantes en cuanto a trabajo se refiere, está cometiendo un grave error, particularmente si esa universidad opera en el contexto de las humanidades.
La clave para este problema está en la definición de utilidad. Resulta que cuando se trata de la educación, la virtud es su propio premio. Aprender por su propio bien es la mejor preparación para funcionar competitiva y creativamente. Por eso, cualquier profesor responsable de un curso de estudio en el nivel de pregrado se equivoca al denigrar el aprendizaje de estudiantes que parezca desconectado del capacitarse para poder realizar una tarea particular. Estudiar filosofía, por ejemplo, tal vez sea justo lo que necesita un estudiante de pregrado de ingeniería para ser un ingeniero innovador. La preparación esencial que reciben los ingenieros para resolver problemas, usando las matemáticas y los métodos de ciencia básica (no ciencia aplicada) resultarán cruciales después en el lugar de trabajo. Así de crucial es también la educación en materias complementarias, incluyendo historia y filosofía. Igualmente, un conocimiento sólido de psicología y literatura, sin mencionar economía estadounidense o historia social, le servirá más a un estudiante de negocios que un curso en márquetin, especialmente si ese estudiante tiene la agudeza y el instinto para reconocer su valor.
La segunda barrera para alcanzar la promesa de los años universitarios es un escepticismo general y anti-intelectualismo inherente a la cultura popular de los adolescentes estadounidenses. Ser adulto tienen muchas definiciones simbólicas en este país. No se define principalmente como un estatus que implica el aprender como un hábito personal central. Como resultado, en la mayoría de los campus universitarios existe una brecha asombrosa entre el aula y la vida después de la clase. Hay, en resumen, un fenómeno tipo doctor Jekyll y señor Hyde. En las universidades muy buenas, los estudiantes trabajan diligentemente, son atentos y ambiciosos. Pero al momento que la clase y las tareas se acaban, surge un patrón totalmente diferente. Las universidades estadounidenses son notables para su vulgaridad en términos de la vida social extracurricular. Pareciera no haber ninguna conexión entre lo que los estudiantes aprenden y la manera como se comportan.
La universidad debe ser considerada por la manera en que el currículo influye en las conversaciones en el salón comedor y los tipos de entretenimiento que los estudiantes escogen. Debería definírsela por la manera en que el aprender transforma la definición de juego. Aprender no solo debe ser placentero, sino lo que nosotros, como adultos, consideramos placentero debe transformarse según lo que descubrimos a través del estudio. Pasarla bien es un objetivo de la vida perfectamente razonable. La cuestión entonces consiste en qué tipos de cosas consideramos juego y parte de pasarla bien.
No importa lo riguroso del currículo, ni lo estricto de los requisitos, si lo que pasa en la clase no marca la manera en la que los jóvenes adultos actúan voluntariamente en privado y en público mientras están en la universidad, mucho menos en los años posteriores, entonces la universidad no está haciendo lo que debería. Por esta razón, cuando los posibles estudiantes visitan universidades, necesitan mirar la cultura y las actividades estudiantiles. Es la transformación de los valores y el comportamiento del grupo de sus pares la que puede marcar una educación universitaria de primer nivel.
Por otro lado, el profesionalismo aumentado y el énfasis en la erudición y la investigación ha llevado inadvertidamente a las universidades a organizarse con especializaciones a la manera de las escuelas de posgrado, devaluando así la educación.
La verdad es que la vida no es divisible por especialidades. Tampoco lo es el trabajo, ni, créase o no, el aprendizaje ni la erudición. Preguntarle a un graduado de la escuela secundaria sobre su interés en una especialidad definida según un departamento universitario a menudo no tiene sentido, porque el estudiante no tiene ninguna razón para saber qué puede significar o implicar la pregunta. Las preguntas correctas para hacerle al posible estudiante universitario son: ¿Qué cuestiones te interesan? ¿Qué tipos de cosas te gustaría estudiar? ¿Sobre qué te gustaría aprender más? Si empezamos con los problemas que los jóvenes formulan sobre el mundo, descubrimos que responderlos requiere la pericia de individuos, definidos de maneras que no encajan perfectamente con la estructura departamental de la escuela de posgrado. Y la búsqueda de respuestas a preguntas viejas y el encuadre de preguntas nuevas exigen toparse con el ámbito completo de las tradiciones intelectuales conservadas por la universidad.
Si esperamos que los graduados universitarios sean líderes en la arena cívica, las universidades tienen que expandir sus campus para ser usados como espacios públicos importantes. Vivimos en una época de extremos. Estamos rodeados de multitudes, pero cada individuo bastante aislado y autónomo. Aprovechamos el centro comercial como el lugar ideal para ir de compras. Aunque tenga muchas virtudes, el centro comercial no es exactamente la plaza del pueblo. Mientras tanto, pasamos mucho tiempo solos, mirando la pantalla de la televisión o la computadora. Puede ser que estemos contactando a otros por Internet, pero eso tampoco se puede comparar con una reunión pública.
Las universidades tienen una oportunidad única. Tienen el espacio físico y las tradiciones que fomentan que las personas en el campus y en las comunidades a su alrededor se junten en pos de intereses comunes. Discusiones públicas, exhibiciones, charlas y conciertos son indispensables en nuestras comunidades. Las universidades tienen la capacidad única de patrocinar programas que mantengan el debate abierto y la investigación libre. Ofrecen un espacio neutral donde las reglas del discurso inspiran seriedad y aseguran el civismo. Las instituciones de educación superior también deben prestar una mano directa a mejorar la educación secundaria y primaria. Si usamos el espacio público de nuestros campus en nombre de la vida política y cultural de nuestras comunidades, también les hacemos un favor a nuestros estudiantes. Ellos verán que la institución a la que asisten contribuye a la comunidad fuera de la universidad, particularmente en la calidad de la vida cultural y el discurso político. Ellos, a su vez, tendrán la expectativa que ellos mismos, como estudiantes (a través de programas de servicio a la comunidad en campus) y como graduados, deben ayudar a mantener este tipo de actividades en sus propias comunidades. La universidad puede ser centro y modelo para la creación cultural, el debate, el servicio y el intercambio político entre ciudadanos del futuro. Un futuro no dominado por el comercio ni por una definición de utilidad, sino por el amor a aprender.
*Leon Botstein es el Presidente de Bard College, en Annandale-on-Hudson, NY, www.bard.edu
*Texto extraído de Jefferson’s Children: Education and the Promise of American Culture, de Leon Botstein (1997). Traducido al español por Natalie Schuman, Mehgan Abdel-Moneim y Evelyn Reyes Degado.
COPYRIGHT 2017
La Voz, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
La clave para este problema está en la definición de utilidad. Resulta que cuando se trata de la educación, la virtud es su propio premio. Aprender por su propio bien es la mejor preparación para funcionar competitiva y creativamente. Por eso, cualquier profesor responsable de un curso de estudio en el nivel de pregrado se equivoca al denigrar el aprendizaje de estudiantes que parezca desconectado del capacitarse para poder realizar una tarea particular. Estudiar filosofía, por ejemplo, tal vez sea justo lo que necesita un estudiante de pregrado de ingeniería para ser un ingeniero innovador. La preparación esencial que reciben los ingenieros para resolver problemas, usando las matemáticas y los métodos de ciencia básica (no ciencia aplicada) resultarán cruciales después en el lugar de trabajo. Así de crucial es también la educación en materias complementarias, incluyendo historia y filosofía. Igualmente, un conocimiento sólido de psicología y literatura, sin mencionar economía estadounidense o historia social, le servirá más a un estudiante de negocios que un curso en márquetin, especialmente si ese estudiante tiene la agudeza y el instinto para reconocer su valor.
La segunda barrera para alcanzar la promesa de los años universitarios es un escepticismo general y anti-intelectualismo inherente a la cultura popular de los adolescentes estadounidenses. Ser adulto tienen muchas definiciones simbólicas en este país. No se define principalmente como un estatus que implica el aprender como un hábito personal central. Como resultado, en la mayoría de los campus universitarios existe una brecha asombrosa entre el aula y la vida después de la clase. Hay, en resumen, un fenómeno tipo doctor Jekyll y señor Hyde. En las universidades muy buenas, los estudiantes trabajan diligentemente, son atentos y ambiciosos. Pero al momento que la clase y las tareas se acaban, surge un patrón totalmente diferente. Las universidades estadounidenses son notables para su vulgaridad en términos de la vida social extracurricular. Pareciera no haber ninguna conexión entre lo que los estudiantes aprenden y la manera como se comportan.
La universidad debe ser considerada por la manera en que el currículo influye en las conversaciones en el salón comedor y los tipos de entretenimiento que los estudiantes escogen. Debería definírsela por la manera en que el aprender transforma la definición de juego. Aprender no solo debe ser placentero, sino lo que nosotros, como adultos, consideramos placentero debe transformarse según lo que descubrimos a través del estudio. Pasarla bien es un objetivo de la vida perfectamente razonable. La cuestión entonces consiste en qué tipos de cosas consideramos juego y parte de pasarla bien.
No importa lo riguroso del currículo, ni lo estricto de los requisitos, si lo que pasa en la clase no marca la manera en la que los jóvenes adultos actúan voluntariamente en privado y en público mientras están en la universidad, mucho menos en los años posteriores, entonces la universidad no está haciendo lo que debería. Por esta razón, cuando los posibles estudiantes visitan universidades, necesitan mirar la cultura y las actividades estudiantiles. Es la transformación de los valores y el comportamiento del grupo de sus pares la que puede marcar una educación universitaria de primer nivel.
Por otro lado, el profesionalismo aumentado y el énfasis en la erudición y la investigación ha llevado inadvertidamente a las universidades a organizarse con especializaciones a la manera de las escuelas de posgrado, devaluando así la educación.
La verdad es que la vida no es divisible por especialidades. Tampoco lo es el trabajo, ni, créase o no, el aprendizaje ni la erudición. Preguntarle a un graduado de la escuela secundaria sobre su interés en una especialidad definida según un departamento universitario a menudo no tiene sentido, porque el estudiante no tiene ninguna razón para saber qué puede significar o implicar la pregunta. Las preguntas correctas para hacerle al posible estudiante universitario son: ¿Qué cuestiones te interesan? ¿Qué tipos de cosas te gustaría estudiar? ¿Sobre qué te gustaría aprender más? Si empezamos con los problemas que los jóvenes formulan sobre el mundo, descubrimos que responderlos requiere la pericia de individuos, definidos de maneras que no encajan perfectamente con la estructura departamental de la escuela de posgrado. Y la búsqueda de respuestas a preguntas viejas y el encuadre de preguntas nuevas exigen toparse con el ámbito completo de las tradiciones intelectuales conservadas por la universidad.
Si esperamos que los graduados universitarios sean líderes en la arena cívica, las universidades tienen que expandir sus campus para ser usados como espacios públicos importantes. Vivimos en una época de extremos. Estamos rodeados de multitudes, pero cada individuo bastante aislado y autónomo. Aprovechamos el centro comercial como el lugar ideal para ir de compras. Aunque tenga muchas virtudes, el centro comercial no es exactamente la plaza del pueblo. Mientras tanto, pasamos mucho tiempo solos, mirando la pantalla de la televisión o la computadora. Puede ser que estemos contactando a otros por Internet, pero eso tampoco se puede comparar con una reunión pública.
Las universidades tienen una oportunidad única. Tienen el espacio físico y las tradiciones que fomentan que las personas en el campus y en las comunidades a su alrededor se junten en pos de intereses comunes. Discusiones públicas, exhibiciones, charlas y conciertos son indispensables en nuestras comunidades. Las universidades tienen la capacidad única de patrocinar programas que mantengan el debate abierto y la investigación libre. Ofrecen un espacio neutral donde las reglas del discurso inspiran seriedad y aseguran el civismo. Las instituciones de educación superior también deben prestar una mano directa a mejorar la educación secundaria y primaria. Si usamos el espacio público de nuestros campus en nombre de la vida política y cultural de nuestras comunidades, también les hacemos un favor a nuestros estudiantes. Ellos verán que la institución a la que asisten contribuye a la comunidad fuera de la universidad, particularmente en la calidad de la vida cultural y el discurso político. Ellos, a su vez, tendrán la expectativa que ellos mismos, como estudiantes (a través de programas de servicio a la comunidad en campus) y como graduados, deben ayudar a mantener este tipo de actividades en sus propias comunidades. La universidad puede ser centro y modelo para la creación cultural, el debate, el servicio y el intercambio político entre ciudadanos del futuro. Un futuro no dominado por el comercio ni por una definición de utilidad, sino por el amor a aprender.
*Leon Botstein es el Presidente de Bard College, en Annandale-on-Hudson, NY, www.bard.edu
*Texto extraído de Jefferson’s Children: Education and the Promise of American Culture, de Leon Botstein (1997). Traducido al español por Natalie Schuman, Mehgan Abdel-Moneim y Evelyn Reyes Degado.
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Comentario: Que importante es recalcar en los estudiantes y en general a las personas
que de una u otra forma están vinculados con el aprendizaje el gusto por
conocer más o como lo explica el señor Botstien el amor por aprender..
Somos en algún momento de la vida educadores sin proponérnoslo
trasmitiendo conocimiento, valores que fomenten la capacidad del
individuo. Posted: 3/8/2017 |