Cuento
Los cassettes de Lucrecio González, el hombre de la grabadora 78-82.
Novela por entregas
Por Ricardo Enrique Murillo
October 201578. Chavita
Cuentan que Chavita, el hermano del Güero Sandoval, hace que la yuca se aparezca entre sus cartas y arma jugadas donde no hay modo de ganarle. A eso se dedica. Topoyillo dice que el que se pone a jugar con él no le tira a otra cosa que a perder su dinero. Chavita no estaba aquí. Yo no lo conocía más que por pláticas. Es chaparro y de cabeza grande, chino y ancho, como los luchadores. Usa traje y corbata a donde vaya. Dicen que se la lleva por Las Vegas y ha de ser cierto. En un tiempo era mesero del Tinajón, como el Güero, pero si es tan bueno para el póker como dicen, trabajar en las mesas le ha de parecer una pérdida de tiempo. Nadie lo manda. Va a donde quiere. Carga una medalla de la Virgen y una pulsera de quién sabe cuántos quilates. Dichoso él que se pasea sin la preocupación de pensar en que se le puede acabar el dinero. Los que se preocupan son los otros, dice Topoyillo, que en las mañanas se ven despelucados y pidiendo dinero prestado. El único que pudo haberle hecho aquí la competencia era el Capi.
79. Una lista
Qué bonito sería si en un cerrar y abrir de ojos uno pudiera hacerse de un costal de dólares, de una yunta de bueyes grandes y gordos y terreno propio, de una casa grande con vista al callejón y con flores en el patio, y de una muchacha que las regara mientras uno se encargara de los cochinos y de las vacas. Qué bueno sería poder trabajar todos los días en terreno propio y ya no tener que pedir chichi a los americanos como hacemos los que cruzamos el Río arriesgando la vida y temiendo la muerte. Qué bueno sería si todo lo que uno quisiera se lograra con sólo escribir una lista como las listas que les escriben los niños a Santa Claus en diciembre.
80. El mero fregón
Ayer a todos les cayó de sorpresa que el Múcaro viniera a avisar que ya no será más el lavaplatos de la noche. A mí no. Tenía tiempo diciéndome que los días de su descanso estaba viendo jales en los suburbios donde viven sus conocidos de Durango. Jales buenos y bien pagados y menos carrereados que este. Me decía que no le dijera a nadie porque no quería que Zulma le descubriera su plan y lo corriera sin tener nada seguro, pero desde ayer ya nada de lo aquí suceda le importa. Vino a avisar que se iba y que me dejaba su lugar de mandamás y, luego luego, los busboys comenzaron a llamarme el jefe de la máquina, de la máquina porque no hay otro lavaplatos a quien mandar. Los cocineros dicen que soy el mero fregón y que cuando llegue el nuevo podré darme el lujo mandarlo y que dentro de este pedacito de la cocina tendrá que obedecerme porque yo soy el jefe, lo que quiere decir que he subido de puesto aunque esto no quiere decir que me vayan a subir un centavo por el trabajo. Soy un lavaplatos más, como el Múcaro, como el nuevo y como los que vengan después, porque así lo decide Zulma.
81. Recordando al Múcaro
Un lunes de poco trabajo el Múcaro me dijo “vamos al sótano”. Quiero enseñarte un secreto del patrón. ¿Qué es? Le pregunté y no me contestó. Me sorprendió el misterio de sus palabras, pero lo seguí a un rincón que olía a orines y hasta entonces, acá entre nos, no sabía que el patrón tuviera gustos tan raros ni que el Múcaro fuera persona de su confianza. Lo vi levantar una alfombra y luego una tabla podrida para que viera un hoyo en forma de sepultura. Baja y asómate para que veas. Me aluzó con una batería. Me asomé y vi un túnel muy oscuro. El Múcaro se me quedó viendo a ver que hacía. Me dio miedo. ¿Y esto para qué es? Le pregunté. Es un regalo que nos hizo el patrón para cuando nos visite la migra. Me pareció buena ocurrencia. Le pregunté si había llegado la migra al restaurante. Dijo que por eso se había hecho el trabajo, porque una vez llegó y uno de lavaplatos se escondió en el refrigerador de la carne olvidándose que sólo se podía abrir de afuera y que, horas después de que se fueron los uniformados, los cocineros lo encontraron por los golpes desesperados que habían escuchado en el sótano. El lavaplatos se salvó de la migra, pero estaba hecho paleta, me dijo. ¿Muerto, Múcaro? Casi difunto. Lo revivieron con baldes de agua y a soplidos de boca. De tonto lo iba llevar el patrón al hospital, dijo el Múcaro y volvió a tapar el túnel.
82. La carta
Me acaba de llegar una carta de mi mamá que dice a tantos del mes tal, muy apreciable hijo Lucrecio, te mandamos un saludo esperando que te encuentres bien, ya que la que te escribo nos deja con salud, por lo cual no debes tener ningún pendiente. Por acá todo en paz. Ha llovido mucho. Tu papá y yo bien. Tus hermanos bien. Los cochinos que te estamos engordando para que entiendas de ellos cuando vengas también bien. En la mañana vi a Carina y te manda muchas saludes. Quién sabe si te habrá escrito. Tiene días que unos gorrudos le rondan la casa por las tardes. ¿Quién sabe de qué familias serán? No te sorprenda. Es mujer. A cualquiera le ha de gustar. A la mejor no saben que te está esperando. No creo que ella les dé lugar, pero debes preocuparte, Lucrecio. Te pido que no te tardes mucho en volver porque uno nunca sabe lo que pueda pasar. Tus amigos preguntan por ti. Bueno, hijo, recibe saludes de toda la familia. Recibe también la bendición de tu madre que más desea verte que escribirte. Ah, caray, parece que anda mal la cosa. Dice que no, que todo en paz. Así es mi mamá. Me lo dice para que me tranquilice.
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