Cristian con su padre Miguel
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Sueño americano

De la frontera al Valle, Parte 1

Jóvenes centroamericanos hacen su hogar en el Mid-Hudson

Por Leanne Tory-Murphy
October 2015

Cristian es un adolescente tímido de 16 años con un mohawk meticulosamente gelado. Un día de julio por la tarde, en las oficinas de Kingston del Centro de Justicia de Trabajadores, comienza a recontar su travesía.

Cuatro meses atrás cruzó un continente entero en bus, a pie, en taxi, camioneta, tren de carga, y finalmente avión, desde su pueblo rural de Santa Cruz, Guatemala, hasta Kingston, NY. Le tomó casi 30 días entre el andar y las estadías en “bodegas”, casas transitorias, o lugares donde duermen grupos de migrantes, muchas veces hombro a hombro sobre el piso, esperando el estrecho siguiente de su jornada. Antes de cruzar la frontera, Cristian se quedó en una bodega abarrotada con otras 50 personas para quienes solo había siete colchones y tres camas. Al llegar a Texas, se escondió en otro sitio con alrededor de 30 personas por 12 días, comiendo solo dos o tres sándwiches por día.

De ahí tomaron una camioneta que los dejara para cruzar el desierto a pie, queriendo evitar ser detenidos en la ruta al interior de los EE.UU. Después de caminar por casi cuatro horas, Cristian y varios otros fueron detenidos por la policía fronteriza (Border Patrol), llevados a un centro de detención juvenil en Corpus Christi, e insertados al sistema de inmigración. Cristian estuvo ahí tres días y fue transferido a un hogar de jóvenes otros ocho días más, hasta que finalmente fue enviado por avión, solo, a reunirse con su padre en Nueva York. No había visto a su padre en cuatro años.

Una tendencia global

Cristian es uno de un número creciente de jóvenes no acompañados que migran rumbo norte desde Guatemala, Honduras y El Salvador. Según el Department of Homeland Security de los EE.UU., casi 70.000 menores no acompañados fueron aprehendidos en la frontera EEUU-México durante el año fiscal 2014 (del 1 de octubre de 2013 al 30 de Septiembre es 2014). Esto es un incremento del 77 por ciento respecto al año anterior.

Los centroamericanos aprehendidos son detenidos y procesados. Conforme a una ley contra el tráfico de personas de la era Bush, los menores que entran a los EE.UU. provenientes de países que no sean México o Canadá tienen el derecho de presentar su caso como refugiados en vez de ingresar al proceso de deportación automáticamente como adultos.

Según el informe Niños en escape difundido por el Comité de Refugiados de las Naciones Unidas, el número de jóvenes no acompañados de Guatemala, Honduras y El Salvador que han sido aprehendidos en la frontera se ha duplicado cada año desde el 2011, y el número de migrantes expresando miedo de persecución o tortura si volvieran a su país se multiplicó por un factor de siete entre los años 2009 y 2013. Los jóvenes no solo vienen a los EE.UU., sino que también buscando asilo en los países vecinos de Belice, Nicaragua, Costa Rica, México y Panamá. Estos países registraron un incremento del 435 por ciento en conjunto de peticiones de asilo desde 2012.

Según las Naciones Unidas, la razón por el aumento es el alza de la actividad criminal en países con gobiernos débiles, combinado con la perpetua pobreza. Honduras y El Salvador seguidamente figuran entre los países con las tasas de asesinato más altas del mundo.

Por qué vienen

Felipe tiene ojos agudos y una sonrisa rápida, y habla la lengua indígena q’eqchi’ además de español. Trabaja en un restaurante local y cruzó la frontera México-EEUU por primera vez en el 2002.

Tarde una noche en diciembre recibió una llamada sorpresiva de las autoridades en Texas ―sus hijos estaban en custodia. Sin avisarle, habían emigrado de la región rural de Petén en Guatemala, famosa por sus ruinas Mayas. Por más de dos semanas, estuvieron viajando a través de México, durmiendo bajo puentes y el campo abierto antes de ser detenidos junto con otras 16 personas en Houston, Texas.

Gelber, el hijo menor, que tiene 17 años, fue reunificado con su padre. Su hermano de 22 años fue deportado en agosto ya que por ser mayor de edad, no estaba protegido por la ley contra el tráfico de personas. Desde los 7 años, Gelber había trabajado como pastor de cabras, y a los 12 dejó la escuela completamente. Tanto padre como hijo se refieren constantemente a las bandas armadas y narcotraficantes que patrullan por los campos en su zona natal, cercana a la frontera con México.

Sobre sus razones por venir a los EE.UU. Gelber explica: “No tenía forma de seguir adelante en Guatemala. Quería estudiar y no podía por el dinero y porque la escuela quedaba muy lejos. Además, los narcotraficantes venían a tu casa a demandar dinero y debías pagarlo, si no te mataban”. Felipe dice que ha sabido sobre ese tipo de violencia por años pero que las matanzas ya se han vuelto comunes y corrientes, incluyendo un incidente en el 2012 en que 28 personas fueron asesinadas en una finca cercana. “La gente está con miedo, no quieren salir. Ni van a la iglesia, así que las han cerrado. Es muy peligroso”. Añade su hijo, “Hace poco tiempo, los narcos mataron al primo de mi padre, y poco antes de venir aquí fueron a la casa de mi primo y le dijeron que lo iban a matar”.

Guatemala no es el único país plagado por la violencia relacionada con las drogas y las pandillas. Manuel se mudó al condado de Sullivan en el 2006, después de haber trabajado empacando bananas para Chiquita en su pueblo de La Lima, Honduras. Su esposa hizo el viaje al norte dos años después, dejando a su hijo joven, Manuel Jr., bajo la custodia de su hermana. En Nueva York, trabajaron en varias procesadoras de pollos y huevos, y ahora Manuel trabaja el año entero haciendo mantenimiento de una colonia de bungalós judíos.

Durante esos años, su hijo único les contaba incidentes de violencia aparentemente arbitraria y ubicua a manos de las pandillas. Manuel se acuerda, “¡A mi hijo una vez casi lo mataron por su celular! Durante un año entero casi no salió de la casa salvo para ir a la escuela. Mi esposa y yo nos quedamos pensando sobre la situación en que estaba, de cómo lo abandonamos ahí, viviendo con mi cuñada. Él estaba bien cuidado, iba a la iglesia, era un buen joven, pero la violencia en Honduras es fuerte”.

Entonces tomaron la decisión difícil de que su hijo de 15 años viniera a los Estados Unidos ilegalmente. “No quería venirse así. Si no era legal para venirse a visitarnos, pues, él no venía. Fue a pedir una visa para venir legalmente a este país pero no se la dieron. Así que tomamos esa decisión”. Después de ser detenido y llevado a un albergue, Manuel Jr. ahora vive con sus padres mientras espera su cita en la corte.

Los jóvenes no solo corren el riesgo de pasar por situaciones violentas o ser asesinados, sino que además a muchos se los recluta vigorosamente para que se hagan miembros de las pandillas ellos mismos, particularmente los niños jóvenes. “Allí en Honduras, hay una violencia extrema que ni los militares pueden controlar”, dice Manuel, “Las gangas se han apoderado de todo prácticamente. A los jóvenes de la edad de mi hijo, de 14, 15 o 16 años, los reclutan a la mala”.

Muchas familias terminan decidiendo que es más arriesgado dejar a sus hijos en casa que el emprender el viaje al Norte. A la pregunta de que si comunidades enteras se están yendo, Felipe y Gelber asienten con la cabeza y responden en conjunto, “Sí, muchísimas”. Uno se puede imaginar el campo repleto de pueblos fantasma.

Muchos inmigrantes opinan que estos gobiernos centroamericanos no pueden hacer nada para proteger a sus ciudadanos, o, peor, que los gobiernos y autoridades son tan corruptos como los miembros de las pandillas. Gelber pagó sobornos a la policía mexicana durante su viaje a través del país, algo a lo cual estaba acostumbrado ya que su experiencia con las autoridades guatemaltecas no era distinta. Manuel expresa frustración con el gobierno que no erradica las causas de la violencia a través de desarrollo económico y una red social más fuerte. Por eso dice: “Lo importante es que si la comunidad hondureña tiene más trabajo, tal vez habría menos violencia, menos delincuencia”.

[CONTINUARÁ…]

 

*Originalmente publicada en Chronogram, enero de 2015

*Traducción al español por Gonzalo Martínez de Vedia 

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