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Cuento

Los cassettes de Lucrecio González, el hombre de la grabadora 73-77.

Novela por entregas

Por Ricardo Enrique Murillo
September 2015

73. ¿Quién es José Manuel Figueroa?

Bueno, sí, sí, sí, probando, probando, sí. Aquí Lucrecio González grabando otro cassette para quien guste escucharlo. ¡Caray! No cabe duda que don Bernardo Cárdenas sabe acaparar el talento con tal de acarrear negocio a su tienda. Los domingos nos pone en la pantalla a José Manuel Figueroa, un muchacho flacucho de pantalones acampanados, camisas desabrochadas y pelo largo que, según cuentan, dejó el seminario por la cantada. Yo en México nunca lo había oído, seguro porque le faltaron palancas que le ayudaran, porque voz tiene, y compone, y aquí el viejo Cárdenas dizque lo ocupa en la tienda entre semana y los domingos le da la oportunidad de que se dé a conocer en el canal 26, a ver si pega entre la muchachada de Chicago. A propósito de pegar, el otro día el Múcaro estaba lavando platos y cante y cante una de sus canciones más pegajosas que dice que las mariposas volaban de flor en flor y nos enteramos por primera vez lo que es el amor. No, pues que lo escucha Juan Jarrison y suelta la carcajada y al Múcaro hasta le salía lumbre por los ojos. Uno de los meseros salió al quite y le dijo déjalo, vato, el Múcaro también tiene su corazoncito. Pídele perdón. Discúlpame, Múcaro, le dijo Jarrison desde la puerta. El Múcaro le rechazó las disculpas. Le enseño la mano y le dijo me debes una, cab... y cuando se le bajó el coraje siguió cantándola. Y las mariposas volaban de flor en flor y nos enteramos por primera vez lo que es el amor.

74. El tecolote

Aprovechando que mi mamá me mandó mi acta, fui a la agencia de viajes México a ver si me conseguían un boleto. La señorita que me atendió, muy amable, por cierto, agarró su lista y se puso a buscar las fechas para las que le dije cuando me quería ir. No le batalló mucho para encontrarme un asiento. Mexicana tiene una salida de noche que le llaman el tecolote. Me preguntó si era viaje sencillo o redondo. Le dije que era de ida y para siempre. Le dio risa. ¿Se lo apartamos, joven, o quiere pagarlo de una vez? Me puso a pensar. Si lo pagaba al momento estaba obligado a agarrar mis chivas y a irme en la fecha que le dije y de pronto no estuve seguro si quería irme porque el dinero que tengo guardado se me hizo muy poquito y dizque ahora con la devaluación los pesos se van como agua. Tengo los cochinos de la granja, pero esos no los cuento porque un día una enfermedad puede acabar con ellos y adiós negocio. Apártemelo, por favor, le dije, y cuando se esté llegando la fecha vengo y se lo pago. Ándele sí, nomás no espere mucho porque el tecolote se nos llena y lo puede dejar como la novia. No la dejé que terminara el dicho. Le dije otra vez que me lo apartara. Puso una X en un cuadrito. Llamó a alguien para decirle que tenía un pasajero que iba a la capital y le dio mi nombre. Le preguntaron si tenía acta. Les dijo que sí mientras miraba la copia. Les dio mi dirección y el número donde había puesto la X. Me dijo que eso era todo. Le prometí que volvía con el dinero en la mano o le llamaba para decirle siempre no. Salí con mi sombrero en la mano, no sé si triste o contento. Ya le contesté su carta a mi mamá y le dije que ahora sí la idea de irme iba muy en serio, pero no le di fecha.
 

75. El conejo

Cuando les dije en el trabajo que ya aparté boleto en el tecolote, me dijeron que el conejo cobraba la mitad y yo, que no pienso volver al norte, podía ir viendo las ciudades y los pueblos por donde pasa. Dicen que la migra se sube a revisar el pasaje, pero yo no tengo ningún pendiente, porque ¿qué pueden hacerme si me encuentran? No pasa de que me saquen con mis chivas y me suban a una perrera y luego me suelten en Nuevo Laredo o en Juárez y me digan que no quieren ver más mi cara. El problema que le veo al conejo es que es mucha la distancia y de la frontera para allá todavía está largo el tirón. Voy a seguir pensando lo que más me convenga. Por lo pronto hoy voy a la garra a ver qué encuentro para echarle cosas el costal. No pararé de trabajar ni le diré a Zulma que ya me voy. ¿Qué tal si me corre y luego me da por quedarme más tiempo? Por lo pronto lo que me conviene es viajar en el conejo. Dicen que no hay que apartar boleto.

 

76. Los papeles

Tengo conocidos que han arreglado papeles con texanas y puertorriqueñas que hablan muy bien el inglés. Son muchachos de mi edad que se casan por las dos leyes con mujeres de 50, 60 y hasta 70 años de edad. Uno de los requisitos de la migra es que vivan con ellas, como marido y mujer. Les dan paso libre por la frontera desde el día que se comprometen. Algunos las llevan a México a presentárselas a sus padres y a presumírselas a los amigos. Para comprobar que viven con ellas, dizque los agentes que los visitan les esculcan los cajones a ver si tienen entre su ropa calzones femeninos. Si no encuentran nada, le ponen peros a los papeles aunque ellas hayan estado presentes durante las visitas. Por eso los paisanos lo primero que hacen es ir a la tienda a comprarse bolsas de calzones y brasiers. Al enfermo lo que pida. ¿Verdad? Y, bueno, todo por no andar batallando por el desierto, al averíguatelas como puedas. Algunos arreglan sus papeles pronto y aquí se quebró una taza y cada quien pa’ su casa. Seguro hubo acuerdo y dinero de por medio. Otros se quedan a vivir con ellas y las siguen llevando a México los diciembres. ¿Quién fuera ellos? Como les digo, son mujeres grandes. Muy buenas gentes, eso sí. Si hubiera una que tuviera la mitad de esos años me quedaría en el norte y mandaría vender mis cochinos.

 

77. Un cafecito y la otra noticia

Anoche no pude dormir. No supe a qué se debía. Me levanté temprano aunque salimos de trabajar a las dos de la mañana. Crucé el estacionamiento y fui al restaurante a ver qué estaban haciendo los trabajadores del primer turno. Lo primero que escuché fue la voz de Vicente Villa. Es el encargado de preparar la comida del día. El otro lavaplatos y el cocinero nuevo le ayudaban en lo que necesitaba. Pásale, Lucrecio, me dijo en cuanto me vio. Sírvete un cafecito. Ponle crema y azúcar a tu gusto. Cómete una dona ahorita que están calientitas. Gamaliel había bajado al sótano a quitarles la grasa a las arracheras. El viejo Ángel se aseguraba de que los busboys pusieran bien las servilletas y los cubiertos en las mesas. Zulma y la hostess todavía no llegaban. Villa, el ayudante, el lavaplatos y yo platicamos un rato con la radio apagada. Ya me iba cuando Villa me dijo espérate tantito. Pensé que me iba a pedir que fuera a traerle algo de la tienda. No. Nos pidió que nos sentáramos porque tenía algo que decirnos. La comida estaba preparada. ¿Cuál es la prisa? Si tuviera una botella de Tapatio les invitaba un trago, nos dijo, y nos pareció raro que nos lo dijera en el lugar de trabajo. ¿A salud de qué o de quién? Le preguntamos. ¿Se acuerdan de la despedida que tuvimos? Nos preguntó. Le dijimos que sí. Pues se murió Candy, lo oímos decir. No quedamos mudos. Entonces se me fue el sueño por completo y es hora que no he podido dormir.
 

[CONTINUARÁ…] 

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