Carlos Chávez en Nuevo México, 1932. Foto de Paul Strand.
Carlos Chávez en Nuevo México, 1932. Foto de Paul Strand.
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Buen Gusto

Los múltiples mundos de Carlos Chávez

Por Leonora Saavedra
August 2015

Chávez fue sin duda el artista mexicano más poderoso del siglo XX. Su agitación cultural ―por la música indígena, por el modernismo, por un lugar en el mundo para la música mexicana, y por el apoyo a la cultura mexicana― data a los años de la revolución. Desde la década de 1930 se ha visto a la música de Chávez de una manera equivalente a los murales de Diego Rivera en los que se narra la larga y rica historia de México en términos épicos, desde la era prehispánica hasta la convulsión y el renacimiento precipitado por la revolución mexicana de 1910-1920. Aun cuando el paralelo es cierto, la historia de Carlos Chávez tiene mucho más que contar.

Chávez, como Rivera, fue profundamente influenciado por las tendencias de vanguardia de su época. Su indigenismo vino y se fue, pero su modernismo permaneció constante durante su larga carrera como compositor. Al igual que Rivera, Chávez viajó internacionalmente, recibió comisiones de Europa y EE.UU, y se convirtió en líder y modelo tanto para sus contemporáneos como para artistas más jóvenes en México e internacionalmente. Como director de orquesta, creó enlaces entre la música más nueva de México, EE.UU. y otros países de América Latina.  Y en México abrió espacios artísticos para sus contemporáneos ―pintores, escritores, bailarines― y mantuvo la composición de la mejor música orquestal mexicana.

A Carlos Chávez se lo conoce por unas cuantas composiciones que expresan su admiración por la cultura prehispánica. Tanto su Sinfonía india (1935) como su obra Xochipilli: Música azteca imaginada (1940) se ejecutan frecuentemente. En contraste, sus dos ballets indios, El fuego nuevo (1921) y Los cuatro soles (1925) rara vez han sido presentados. Sin embargo, críticos y eruditos han escrito sobre ellos desde 1920 y estas obras han adquirido un estatus casi mítico.

Como adolescente, Chávez fue testigo del derrocamiento del presidente Porfirio Díaz, cuya dictadura de casi tres décadas había traído estabilidad y crecimiento económico al país, pero a un costo social muy alto. La alta cultura del porfiriato se definía como cosmopolita, y con ese espíritu Chávez se dejó influenciar por Francia y la música de Claude Debussy y otros provocadores como Erik Satie, los miembros de Les Six, e Igor Stravinsky. El mismo Chávez era un provocador, escandalizando a algunos con su introducción de música nueva e ideas frescas a la cultura mexicana.

Con la participación y el desplazamiento de masas de gente durante la revolución, la cuestión de cómo definir y crear el México moderno se intensificó. La respuesta, inevitablemente, se hizo más y más amplia. Se creía que la cultura mexicana debería ser mexicana, pero ¿qué quería decir eso? ¿Hispana? ¿Indígena? ¿Moderna? ¿Tradicional? ¿Mestiza? ¿Cosmopolita? ¿Iberoamericana? En música, canciones tradicionales y jarabes competían no solo con los viejos valses y danzas del porfiriato, sino que también con tangos nuevos, boleros y foxtrot.

Artistas con compromiso social, incluyendo a Chávez, se enfocaron en audiencias más grandes con obras de teatro y marionetas para niños y obras corales para las clases obreras. Y en El Fuego y en Los cuatro soles, Chávez enfatizó el lado indígena de México, representando a las culturas prehispánicas como puras, sobrias, lacónicas, reservada, y poderosa ―como una cultura clásica, como la de los griegos. Chávez creía que la música mexicana, aun teniendo firmes raíces en la historia, debería ser moderna y encontrar su lugar dentro de la categoría más amplia de la música occidental. Su estilo le permitió ser a la vez nacionalista y, como Henry Cowell y Aaron Copland lo dijeron, objetivo y anti-romántico.

Sus colores instrumentales están bien definidos; sus disonancias son penetrantes; sus texturas son polifónicas; sus melodías son diatónicas y modal o pentatónicas; sus formas son innovadoras y sólidas; y sus ritmos son sorprendentemente complejos, sin embargo basados en figuras simples. Las preferencias estilísticas de Chávez parecen salir de lo que Yolanda Moreno Rivas llama una “voluntad ética”. Su música es poderosa y terca. No siempre encanta, pero casi siempre persuade. Puede ser restringida emocionalmente. Cuando escoge el lirismo, sin embargo, siempre podía escribir una hermosa melodía. Copland, su amigo de toda la vida, decía: “La música de Chávez requiere ser escuchada más de una vez”. 

Maestro de grandes

Entre los jóvenes músicos que pasaron por la pedagogía de Chávez estuvieron José Pablo Moncayo y más tarde, Eduardo Mata y Mario Lavista, algunos de los mejores compositores mexicanos de siglo XX medio y tardío. Pero un aspecto aún más importante de las actividades de Chávez en México está en otra parte.

En 1928, fundó la Orquesta Sinfónica de México (OSM). Logró mantener la orquesta a flota por 21 años, poniendo el estándar de la actividad orquestal en México. Con ella, Chávez creó una plataforma para que tres generaciones de compositores mexicanos pudieran poner sus creaciones a prueba ante un público crecientemente educado musicalmente y exigente. De esta prueba, Chávez creía que saldría la más genuina música mexicana.

Las obras de los compositores Silvestre Revueltas (el director asistente a Chávez por un tiempo en la orquesta), Manuel M. Ponce, José Rolón, Candelario Huizar, Miguel Bernal Jiménez, Blas Galindo, y muchos otros, eran ejecutadas regularmente durante los conciertos de la orquesta. Este grande cuerpo de nuevas obras orquestales pintó una imagen de México rica, profunda y colorida, a veces exuberante y a veces melancólica.

La programación innovadora del director de orquesta de música mexicana y música del siglo XX ―que atrajo críticas favorables de Virgil Thomson y otros críticos en EE.UU. ― polarizó a las audiencias y a los críticos de México, y por más de dos décadas, la música estuvo en el centro de un debate público sin precedentes. En ocasión, la programación de Chávez provocó discusiones más allá de lo puramente musical al reflejar eventos y preocupaciones internacionales.

A principios de la década de 1930, se unió a la Asociación panamericana de compositores, programando música de Cowell y el cubano Amadeo Roldán, entre otros. Se encargó, por ejemplo, de que la OSM ofreciera refugio musical a los compositores y musicólogos republicanos que se vieron forzados al exilio tras la guerra civil española. Y durante la segunda guerra mundial, mostró su solidaridad con los aliados en contra de Alemania al dirigir obras de compositores británicos, franceses, estadounidenses y soviéticos.

 

Fundador del INBA

Después de la guerra, México pasó por una etapa de crecimiento y estabilidad sin precedentes. En 1947 Chávez formó parte de la administración del nuevo presidente Miguel Alemán y se le dio la tarea de fundar el instituto nacional de bellas artes (INBA). Este pasó a ser el instituto cultural más importante de México, con supervisión de todas las escuelas de arte patrocinadas por el estado, organizaciones de artes escénicas, teatros y museos. La naturaleza progresista del instituto concebida por Chávez estaba claramente capturada en su dictum: “Si la experimentación no se lleva a cabo, nada se lleva acabo”. Como director del INBA, Chávez llamó a las mejores y más brillantes mentes de la cultura mexicana. Inspirándose en los ballets rusos de Serge Diaghilev, unió a compositores, artistas, coreógrafos para la producción de nuevos ballets mexicanos. Este tipo de colaboración había atraído a Chávez por mucho tiempo.

Desde temprana edad participó en proyectos colaborativos, revistas literarias, teatro experimental, ballets, entre otras cosas ―con escritores como Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, y pintores como Rivera, Miguel Covarrubias y Rufino Tamayo.

Sin embargo, las relaciones de Chávez con otros artistas no siempre iban bien. Siempre estuvo cerca del poder político, incluso antes y después de su servicio en el gobierno. Con una energía interminable y una fuerte voluntad que se convirtió en leyenda, llamaba a trabajar con él solo a aquellas personas en las que confiaba, y dejaba a los demás a un lado, gente que acabó por resentir sus ideas, los cambios que implementó, el favoritismo que el gobierno le mostraba, e incluso la manera cómo cambió la cultura mexicana.

New York, New York

Chávez solía tomar refugio de los problemas de su vida mexicana al escapar a la ciudad de Nueva York. Viviendo modestamente en Greenwich Village en la década de 1920 como músico aspirante sin dinero, se hizo una parte integral de la escena de música moderna. No solo fue amigo de Copland y Edgar Varèse, sino que también desarrolló una profunda apreciación por la música afroamericana de Harlem que se refleja en los foxtrots blues que compuso. Más tarde, como compositor y director bien establecido, vivió más al norte de la ciudad, primero en el hotel Barbizon-Plaza y finalmente en su propio departamento cerca del Lincoln Center.

Con raíces firmes en Nueva York, Chávez también expandió su alcance a la costa oeste del país, con gente como Cowell, John Cage y Lou Harrison, con quienes compartía una apreciación por la música no-occidental. Dueño de casas tanto en la ciudad de México como en Acapulco, le dio varios “veranos mexicanos” ―espacios donde se podían relajar, crear y escuchar sus obras en concierto― a sus amigos del norte como Copland, Colin McPhee, Thomson, Leonard Bernstein, y otros.

Chávez tenía un gran amor por los Estados Unidos y con todo lo que para él simbolizaba: modernidad, poder, eficiencia, oportunidad, amistades cálidas, y un hogar lejos de México. Chávez dejó su huella como compositor, maestro, director de orquesta, y promotor cultural en México, EE.UU., y más lejos. Habitó varios mundos. Sin embargo para muchos hoy, esto permanece desconocido. En el Festival de Música de Bard, empezamos la exploración.             

Para más información sobre el Festival de Música de Bard, dedicado este año al compositor mexicano Carlos Chávez y su mundo, visite: http://fishercenter.bard.edu/bmf/ 

*Leonora Saavedra es profesora de música de la Universidad de California en Riverside y de CENIDEM en la Ciudad de México; y académica en residencia de Bard Music Festival.

*Texto originalmente publicado como prólogo del libro Carlos Chavez and his world, Princeton University Press, septiembre 2015, editado por Leonora Saavedra.

*Traducción al español de Andrés Martínez de Velasco

 

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