Es el Buenos Aires de los ciudadanos que quieren más espacios verdes y una vida en mayor contacto con la naturaleza, el acceso a productos agroecológicos y una alimentación menos nociva para el medioambiente. Ese Buenos Aires se construye en huertas urbanas, plantando árboles, en los negocios de comercio justo, las ferias de productores y los restaurantes de cocina sana. Un deseo motivó a muchos a iniciar proyectos verdes, iniciativas que a partir de redes de intercambio de información, organizaciones sociales e instituciones educativas vieron convertida su acción individual en un acto colectivo. Aquí sus historias.
Desde que vive en el barrio de Parque Chas, en el norte de la ciudad de Buenos Aires, el director de cine Lisandro Grané cultiva una gran cantidad de plantas en su terraza. Alguna vez probó que germinen semillas de tomates, comenzó a hacer compost y a reciclar la basura, pero a partir del nacimiento de su hijo Vito, sintió un nuevo impulso para profundizar su compromiso ecológico. “Pensé: ¿Qué mundo quiero para él? Y la respuesta fue: uno con más árboles”.
La Organización Mundial de la Salud recomienda un mínimo de entre 10 y 15 metros de área verde por habitante en las ciudades, pero en Buenos Aires solo hay 6. En un relevamiento barrial ―que realizó Grané y otros alumnos de un curso de árboles en una escuela de jardinería― hallaron que en calles de 100 metros se encuentran en promedio cuatro canteros vacíos y que las especies que planta el Gobierno de la Ciudad en algunos casos no logran el mantenimiento necesario para que el crecimiento llegue a buen término.
Luego de hacer el curso, Lisandro, junto al artista plástico Marcos Macera, vieron crecer decenas de plantines de árboles en sus departamentos y se preguntaron: “¿y ahora qué?”. Como respuesta se les ocurrió la idea de plantar árboles en las veredas a pedido de los vecinos. Así nació hace tres años el proyecto Un árbol para mi Vereda.
El primer árbol que trasplantaron fue un ligustro y su “padrino” fue Néstor, un vecino al que hacía poco le habían arreglado la vereda y tenía vacío su nuevo cantero. Desde ese momento hasta ahora son casi 200 los ejemplares apadrinados, de los cuales un 96% sigue en pie. A estos se le suman los 600 plantados en San Miguel, provincia de Buenos Aires, donde la organización fue convocada por la municipalidad para hacer una reserva verde.
Junto con Vito, el hijo de Grané, el trabajo de quienes impulsan Un árbol para mi vereda ―Grané, Macera, Santiago Escarrá (escultor) y Alejandro Hillar (diseñador gráfico) ― fue creciendo y las tareas comenzaron a diversificarse. A través de la página en Facebook, con más de 12 mil seguidores, reciben los pedidos de los futuros “padrinos” y por esa vía también ofrecen talleres de Producción de Árboles y surgen las convocatorias para jornadas de voluntariado. En una casa con jardín en el barrio de Belgrano tienen un vivero con plantines y hacen actividades. También dictan talleres de siembra en escuelas.
Un domingo a la tarde los voluntarios se reúnen para preparar semillas, regar los plantines, identificar plagas, poner tutores y sumergir sus manos en la tierra. También para planificar el diseño de un “bosque” en un pequeño espacio de tierra como el de la calle Miller, donde una vecina se comprometió a cuidar los árboles a lado de la vía del Ferrocarril General Urquiza.
Las tareas manuales adquieren un nuevo significado para quienes encuentran trascendente el contacto con la naturaleza. “En los talleres de producción de árboles hacemos ruedas de siembra: nos sentamos en círculo y ponemos toda la atención y la mejor intención en cada semilla. Pedimos en nuestro corazón que cada una de ellas se convierta en un árbol y con una reverencia sencilla solicitamos a la Pachamama un milagro: la vida”, explica Grané. Un acto simple y profundo a la vez.
Un 60% de las especies plantadas en Buenos Aires son exóticas, pero el grupo promueve el cultivo de plantas nativas, que son más amigas del medioambiente porque se desarrollan con mayor naturalidad en relación al suelo, la geografía, el clima y, además, atraen a los insectos que participan en la polinización, necesaria para la reproducción.
Salgan al sol
Carla Gnoatto y Natalie Ponce Hornos son diseñadoras gráficas, cada una en su estudio, pero tienen una actividad que comparten: la huerta. El año pasado hicieron un curso en la Cooperativa de Trabajo Iriarte Verde, una red de productores y consumidores de productos agroecológicos. En un jardín de invierno, Carla cultiva aromáticas y rúcula; en un macetero de 1 metro cuadrado, Natalie con la ayuda de su hija Ana, de 4 años, plantaron menta y romero, tomates y chauchas, zanahorias y cilantro. Se guiaron con un calendario de ProHuerta y las fases de la luna.
“Fue un juego compartido con Anita y ver los resultados algo mágico para las dos”. Acostumbrados a comprar estos alimentos en el supermercado, parece un truco de efectos especiales observar los brotes, el crecimiento de la planta y el nacimiento de los frutos. “Me gustaría vivir en el campo y tener mi propia huerta”, dice la docente de primaria Maia Vidal, a punto de remover la tierra con una laya en la huerta de la Facultad de Agronomía de UBA, una de las 40 huertas contabilizadas en Buenos Aires, según la Red Huertas Urbanas Comunitarias Bs As.
A media hora del centro de la ciudad, el tiempo y el sonido del tráfico se ponen en pausa en este predio rodeado de árboles que delimitan un área de invernaderos y bancales. Aquí, dos veces por semana desde hace doce años, se dicta el curso de “Horticultura orgánica para autoabastecimiento”. Contenidos básicos para comenzar el desarrollo de huertas en terrenos pequeños, terrazas, balcones y en el jardín del fondo de la casa. “Cada vez vienen más alumnos de las carreras que se dictan en la facultad, por ejemplo de jardinería, pero luego tenemos un público variado: docentes, jubilados, profesionales, amas de casa” explica Ernesto Giardina.
El aprendizaje es teórico-práctico y también colectivo. La chef que piensa en trabajar en la Patagonia y tener su restaurante con huerta observa cómo el ingeniero en aviación usa la azada para trabajar la tierra. Dos estudiantes de agronomía comparten surco con una pareja de cineastas: se ocupan de pasar a la tierra plantines de lechuga y brócoli.
La variada experiencia previa de los asistentes, como la de Maia Vidal hace que se valore el intercambio. “Desde hace varios años que trabajo el tema de la huerta con mis alumnos en la escuela. A la par de ellos me fui asombrando al observar los ciclos de las plantas, al elaborar compost y al ver los frutos de lo que cosechamos. Al mismo tiempo, con mi compañero Emiliano probamos la producción de hojas verdes, tomates y ajíes en macetas. Tuvimos fracasos, pero también muchos logros y con lo que cosechamos hicimos ensaladas, envinagrados, salteados y tartas”.
El año pasado la maestra, su pareja y su hija Juana comenzaron el curso de huerta en Agronomía y este año están en el grupo de “avanzados”, en el cual se planifica y diseña qué especies se van a plantar, cuándo, cómo y en qué espacio. “Es una tarea compartida, porque la huerta requiere constancia y compromiso, y acá conocimos a otros como nosotros con los cuales compartir el aprendizaje, intercambiar experiencias y trabajar juntos.”
¿Quiero plantar árboles en mi ciudad, cómo hago?
1. Asesórate respecto de la legislación vigente y busca organizaciones sociales para informarte acerca de la situación de los espacios verdes donde vives.
2. Busca especies nativas. En el vivero más cercano a tu domicilio seguramente puedan informarte cuáles son las plantas y árboles más adecuados para el ecosistema.
3. Identifica especies nativas de tu región y obtiene sus semillas. Éstas se encuentran en los frutos maduros.
4. No todas las semillas germinan, hay que ayudarlas y de acuerdo a la especie pueden tener distintos tratamientos pre -germinativos.
5. Para sembrar prepara la tierra abonada en un almácigo o maceta.
6. Ahora, ¡paciencia! La semilla tarda de tres días a tres meses en dar sus primeros brotes, según la especie. En primavera es mejor época, en invierno bajo techo. Un consejo: la tierra tiene que estar húmeda pero no encharcada. Riega con rociador.
7. Una vez que tiene 10 cm puedes trasladarlo una maceta más grande. Al llegar a 1 metro se puede pasar a la tierra.
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La Voz, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
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