Cuento
Los cassettes de Lucrecio González, el hombre de la grabadora 35-39.
Novela por entregas
Por Ricardo Enrique Murillo
November 201435. El Barracudas rojo
Bonito el carro de Oscar Medina. Es un Cobra rojo con unas barritas de lámina negra, como alas de águila, en la ventana trasera. Vuela en cuanto cambian los semáforos al verde. Puede correr hasta 200 millas por hora donde no hay policía. Hoy fue día de mi descanso. Vino Oscar y trajo su carro y me llevó a su casa para que probara las chuletas con salsa que sabe preparar su mujer americana. ¿Qué te parece el carrito? Me preguntó. Una chulada, le dije. Como para llevar uno a México. ¿Como cuánto cuestan? Pues que nuevos como tanto, dijo. Me parecieron caros para un lavaplatos. Si tuviera el dinero mejor compraría una camioneta para acarrear la comida de los puercos. Me comí las chuletas con sus tortillas y un elote asado. La señora nos llenó los vasos de limonada. Oscar se puso a platicarnos de los años fuertes del bolero, cuando él salía en la televisión al lado de Javier Solís, de Luis Aguilar y de Pedro Infante, joven, pues, pero yo no podía dejar de pensar en el carro. Ya estuvo bueno de andar en bicicleta, cargando mi grabadora.
36. La escuela de manejo Amazonas
Por sí o por no, hoy vine a la escuela de manejo Amazonas que está en la Foster, cerca del Lago. El señor Marconi me dio una lista de preguntas para que se las contestara. Que qué tipo de vehículos había manejado en mi vida. Puse que burro y carretilla. Que si había sufrido algún accidente carretero. Ninguno. Sólo caídas de burro que me dejaron cicatrices en la cabeza. Que si tenía asuntos pendientes con la ley. Aclaraba que se refería a violaciones de tráfico. Puse que no tengo ni quiero tener. Que si tenía papeles. Ahí fue donde la puerca torció el rabo. No. El señor Marconi agarró la hoja y se le quedó mirando con sus lentes negros. Agarró su calculadora y se puso a sumar números. Me dio precios de 200, de 400 y de 600 dólares. Me dijo que como neófito que soy en el volante necesito inscribirme en el de 600. No se qué será neófito, pero le dije que voy a pensarlo, porque con la mitad de lo que me cobra puedo comprarme un carro usado y a la mejor Felipe Brizuela me enseña a arrearlo.
37. El sepelio del Chinaco
Hoy amaneció nublado. Las hojas secas vuelan por todas partes. Hace ratito llegamos Oscar y yo de sepultar al Chinaco. El Chinaco fue el arpista de Pedro Infante. Dice Oscar que lo acompañó en todas sus giras y películas. Después del accidente de Pedro se vino al norte y acá falleció. Ignoro las causas. Era de Veracruz. También trabajaba en un restaurante, como Oscar. Eran amigos desde México. Yo no sabía quien era el Chinaco porque en la casa no teníamos televisión y el cine ambulante de la Coca Cola sólo nos enseñaba La Loba en la pared de una tienda. Fui al panteón por acompañar a Oscar y a su esposa. Me di una mejor idea de cómo fue el Chinaco cuando vi las fotos que pusieron en la casa a donde nos invitaron a tomar café, después del sepelio. Usaba traje de charro y daba un aire a José Alfredo Jiménez. Todos los sepelios son tristes. Toda la gente de negro y con lentes negros rodeando la caja. Otro amigo de los dos músicos que se llama José Luis se paró en un montón de tierra para despedir al Chinaco con su violín. Un mechón de cabello que le caía sobre la cara lo hacía parecer más triste. Sólo estuvo tocándole por unos 15 minutos y la gente ni resollaba de tan antenta. Terminando de tocar, los sepultureos enterraron el cuerpo y la gente que tenía qué hacer se fue, y la que no acompañó a la familia a la casa, como nostros. Dieron unas galletitas que la gente remojaba en tazas de café. Platicaron. Mientras comía mis galletas me puse a pensar si el Chinaco algún día pensó que se iba a morir aquí y que aquí lo iban a enterrar y no en México, como pide el mexicano en la Canción Mixteca. ¿Quién sabe? Los familiares estaban muy tristes para contestar preguntas.
38. Pensando en otro trabajo
Me dicen unos amigos que pagan bien en la obra. Que la semana les sale de a 300 dólares limpios. No se necesita el inglés ni papeles. Me gusta que pagan al contado. La pura verdad, ya me cansé de este trabajo. Tres años haciendo lo mismo por el mismo sueldo. Y ¿quién le pide aumento a la patrona? El otro día corrió a un busboy por pedirle una cora, como si le hubiera pedido otra cosa. De buena gana me iría a otra parte. Ya le dije a Gamaliel lo que pienso. Gamaliel lleva mucho tiempo trabajando en el restaurante y conoce bien el teje y maneje de los trabajos. Me dijo que está bien que quiero progresar. Me preguntó cuánto pagan en el lugar a donde quiero ir. Le dije que 300 por semana. Dijo que está bien, pero me puso a pensar cuando me dijo que aquí me ahorro lo de la comida, y que si me cambio de trabajo ya no podré vivir donde vivo y que lo gane en el otro lugar se me irá en la renta. Creo que tiene razón. Además, los que trabajan en la obra tienen que preparar su lonche temprano y a las carreras. Pagan al raitero por que los lleve y los traiga. ¿Y que va a suceder si no me gusta el trabajo? Aquí siquiera ya conozco las calles y la gente. Voy a la A&P cuando quiero. Y lo mejor es que aquí no pega tanto la migra. A ver qué pasa.
39. La mala noticia
Felipe Brizuela anda tomando desde el domingo. Hoy es lunes y no para de pedirles a los busboys que le digan al Karateca que le mande otra jarra de cerveza. El Karateca se la manda sin poner ninguna traba. Claro, Brizuela no deja de mandarle sus garnachas con crema y guacamole. Y ¿por qué bebe Brizuela? Dice que un capitalino se robó a la hermana, allá, en Guanajuato. Anoche lo llamó el hermano que vive en Los Ángeles para decirle que toda la familia está triste, y Brizuela luego luego agarró la botella como desesperado. Dice que se siente impotente de no poder hacer nada estando tan lejos. Entonces Totonaca le preguntó si con la botella lograba arreglar algo. Brizuela dijo que lo hacía olvidar la pena un rato, pero no se le olvida, no habla de otra cosa. La Chicharra se paró y le preguntó oyes, cuñado, ¿cuántos años tiene mi novia? Brizuela dijo que iba para los 30. La Chiharra lanzó un grito carcajeado y le dijo que le diera gracias a Dios que no se quedó a vestir santos. Totonaca le dijo que la borrachera debería de ser de gusto. La Chicharra estuvo de acuerdo y dijo que él pagaba las birongas.
[CONTINUARÁ…]
LA VOZ, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
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