Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
Xalapa, Veracruz. Verano del 2012. Llego y lo primero que me llama la atención es la humedad. El aire está denso, pesado, espeso como si se lo pudiera comer. Pero no tengo hambre, más bien la presión que se acumuló en mis oídos, que a causa de la alta elevación de la ciudad y de las muchas subidas y bajadas que atravesamos para llegar del D.F. a la capital jarocha, no se quiere quitar.
Está muy noche, quiero dormir pero mis pies me llevan hacia la salida de la terminal de
autobuses adonde me esperan dos señores. Uno, estadounidense, es el coordinador de mi
programa de intercambio. Un hombre sabio, inteligente que no habla más de lo necesario. El hombre parado a su izquierda se llama Luis Edgar y, aunque todavía no me conoce, me saluda con una gran sonrisa y un abrazo fuerte.
Siempre quiero dormir, tengo cada vez más sueño.
Llegamos a la casa adónde voy a pasar los próximos cinco meses, entramos por la cochera, subimos las hermosas escaleras de madera, pasamos un pequeño y curioso cuarto con un vitral y una mesa cubierta de velas apagadas y, por fin, llegamos a mi recámara. Ahí dejo mi equipaje y bajo a cenar rapidito. Vuelvo a la recámara y me fundo entre las sábanas. Ya de noche el aire está fresco gracias a las frías y ligeras lluvias que nos regalan las montañas.
Me quiero dormir pero no puedo. No entiendo cómo no quiere descansar mi cuerpo después de estar ocho horas sentado en el avión, esperando en el aeropuerto, o medio dormido en el camión con la mejilla pegada a la ventana.
Bueno, me digo, y me quedo despierto por lo menos una hora más, pensando simplemente en mi alrededor. Miro la pared, el techo, los muebles. Veo como pasa la luz por los espacios de las persianas, y que se ve una casa color naranja al otro lado de la calle. Extiendo los brazos, las piernas, arqueo la espalda – un gato callejero que finalmente encuentra su casa. En este momento, aunque no lo entiendo, estoy al principio de un largo y complicado capítulo de la historia de mi vida. Todavía no me doy cuenta de la gravedad de mis decisiones y de cómo van a formar parte integral de mi futuro.
A esta ciudad vengo por la simple razón de aprender español; desde siempre encontré las
culturas extranjeras fascinantes. Las expresiones de una cultura revelan algo distinto de un lugar. Xalapa es una ciudad de arte y de artistas. Después de una semana terriblemente llena de trámites burocráticos, de equivocarme chistosamente cuando trato de estimar mi peso y estatura en kilogramos y metros, salgo de mi casa en busca de una aventura.
No tan lejos de mi casa había un parque, el parque Los Berros, que funcionaba como glorieta y adonde la genta iba los fines de semana para que sus niños anduvieran en ponis. Paso debajo del verde de los árboles para llegar a una pequeña empedrada. Después de dos meses estaré subiendo esta callecita todos los días a tomar clases de salsa cubana, en las que conoceré a mis mejores amigos del viaje. Por ahora, me voy para la izquierda y me choco con la hermosa imagen de dos calaveras pintadas al lado de una mujer. Mi primer encuentro con el arte en Xalapa. Cuando vuelva a Xalapa al año siguiente, el mural ya lo habrán quitado y reemplazado con otra imagen.
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