1. Búsqueda de trabajo
Hoy fue mi día de descanso y fui a la marketa a comprar una arrachera para comérmela solo, con salsa y queso fundido, mientras los compas que viven en el piso de arriba roncaban que daba miedo. A la salida del lugar me encontré a un muchacho de Durango que le dicen el Múcaro y que trabaja en el restaurante que está frente al parque. Dice que es de Chinacates. Le pregunté por chamba porque en el hotel no me dan más de cuatro horas diarias preparando ensaladas. Dijo que a la mejor sí había de lavaplatos, porque al que les ayudaba se lo llevó la migra en una redada. Le pregunté si se lo llevaron del restaurante, le dio risa y dijo que no, que de la calle, en una redada de disolutos que estaban contratando una prostituta. Seguro quiso darse un gusto y la prostituta le salió policía. Pronto encañonó con la pistola. Esa misma noche le dieron pasaje gratis. Dijo el Múcaro que lo malo fue que la muchacha se quedó con el dinero y ni como reclamarlo. En el restaurante también perdió el sueldo de una semana. Ni modo. A la mejor me acomodo. Ya para despedirnos, el Múcaro me dio el número de teléfono del restaurante porque en el apartamento no tiene. Dijo que cuando llamara preguntara por el Múcaro para que me entendieran.
2. Hablando con el patrón
El Múcaro me dijo por teléfono que el patrón quería hablar conmigo. Seguro le habló bien de mí. Fui, me recibió en la puerta de atrás y me llevó a la oficina del sótano. Me quité el sombrero, como si hubiera entrado a la Iglesia. Siempre uso sombrero. Dicen los lenguas largas que no me lo quito ni para dormir. El patrón es un viejo ancho, bigotón y con lentes cuadrados. Se llama Mario Dovalina. Usa saco y corbata. Se peina hacia atrás. Tiene cara de político mexicano. Usa melena, como yo. Sólo que a mí el pelo se me enchina con el sombrero y él podría pasar por Mauricio Garcés, el galán de telenovelas. Siéntate, me dijo con una voz de locutor mientras terminaba de revisar unos papeles que le entregó Zulma, una muchacha de ojos grandes y de vestido azul, con arracadas relumbrantes. El Múcaro dice que Zulma fue reina del desfile puertorriqueño y con esa estampa que se porta no lo dudo. La seguí con la mirada hasta la puerta, como quien no quiere la cosa. ¿Para qué soy bueno? Me preguntó el viejo, como si hubiera querido interrumpirme. Pues mire, patrón, le dije, aquí por el Múcaro supe que a usted le hace falta un lavaplatos y, pues, vine a ofrecerle mis servicios. Sé lavar platos y ollas, tengo experiencia en la preparación de ensaladas, destazo puercos y lo que no sé lo aprendo, patrón. Muy bien, muy bien, muchacho, me dijo, alisándose el bigote, se nota que eres chambeador. ¿Cuándo puedes empezar? Cuando usted guste y mande. Vente el lunes y preséntate con Zulma. Ella está a cargo del restaurante. La jefa de cocina es Candy, Candy Rivera, la “Mami”, le dicen estos aquí. El Múcaro te dice dónde está todo y cómo hacer el trabajo. ¿Verdad, Múcaro? Seguro que sí, patrón, pierda cuidado, de eso yo me encargo. Nos despedimos. Salí de ahí apretándome una mano con la otra y dándole gracias a san Múcaro.
3. Robándole tiempo al trabajo
Bajé al sótano del restaurante a grabar lo que me pasó ayer en mi paseo por el centro. Resulta que en un cruce de calles me pasó cerquita un Cadillac lleno de negros que sacaron las cabezas por las ventanas y estiraron los pescuezos lo más que pudieron para gritarme mo---r fu---r. No supe qué era eso. Me apuntaban con el dedo y no paraban de gritarme al mismo tiempo mo---r fu---r y mo---r fu---r y hasta les brillaban los ojos y los dientes. Juro que no los reconocí y a mí nadie se ocupa en decirme nada cuando ando solo y menos en el centro. De pronto, me dio mucho gusto que se detuvieran en medio del tráfico para hablarme con esa confianza y lástima que no supe inglés para agradecérselos de igual manera. Dios les ha de pagar con hijos que se tomaron el tiempo para saludarle a este lavaplatos. Seguro me conocen de alguna parte que no recuerdo. A la mejor han comido en el restaurante. A la mejor algún día me asomé al comedor sin permiso del patrón y se les quedó grabada mi cara.
4. La lectura
Ya me cansé de las fotonovelas. Siempre pasa lo mismo. El hijo se enamora de la criada y ¿quién no se va a enamorar si la criada es una piernuda como Leticia Perdigón? Esto no les gusta a los papás del muchacho porque lo desconcentra en la escuela. Los papás quieren lo mejor para sus hijos. Money. ¿Qué tal? No sé ni por qué estoy grabando esto. Ah, las fotonovelas. De mañana en adelante voy a leer puras novelas de vaqueros. Al menos dura uno más tiempo leyéndolas y gasta menos. Las fotonovelas son de una sentada. Veo que los hombres que las leen se las avientan en varios días y luego se las venden baratas a otros camaradas. La fecha en que salen no importa. Son como un libro. Tampoco importa cuándo sucedió la historia, si es que realmente sucedió. En la marketa de los potorros las venden por alteros. Ahí me verán el día de mi descanso.
5. Probando la grabadora
Bueno, bueno, probando probando, un, dos, tres, un, dos, tres. Sí, sí, sí. Yes. Yes en inglés y sí en totonaca. Estoy frente a la tienda Goldblatt’s, por la calle Milwaukee, donde acabo de comprar la grabadora que venía queriendo conseguir desde que crucé la frontera. La de segunda se me fregó. Grande el lugar. Buenas las atenciones de las muchachas. Dios me las cuide. Sobra que ver y que comprar: pantalones, cintos, camisas, zapatos, sombreros, cachuchas, martillos, guantes, carretillas, bicicletas, estéreos, rifles, pero a lo que vine vine y ya me voy porque se me hace tarde. Hoy entro a trabajar temprano y si he de comprar ropa u otras cosas debo esperar hasta el martes, que es cuando traigo money y descanso. La grabadorcita es chica, pero me ha de servir para lo que la necesito. Los cocineros tienen la Panasonic por buena. Dicen que los días de pago llega a la cocina el “Cubas” y las vende robadas por mitad de precio. Yo la quiero de tienda, nuevecita y con garantía, por si sale defectuosa.
LA VOZ, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
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