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Debate

Violencia y terrorismo al interior de Estados Unidos

Por María Del Rosario Lara
April 2013
Recuerdo que vivía en Fayetteville, NC, cuando escuché la noticia de un joven que había asesinado y herido a varias personas en Arizona, entre ellas una senadora. En la televisión se habló por un tiempo sobre las posibles razones de esos asesinatos a plena luz del día, un sábado por la mañana. Después de unas semanas, los medios de comunicación ignoraron el tema. Y así lo mismo con hechos de esta naturaleza, se les da publicidad y luego se olvidan.

La pregunta que nos hacemos siempre que se difunden noticias de asesinatos masivos, repentinos y sin motivo aparente, que se han venido suscitando, sin parar, en diferentes estados de la Unión Americana, es la que se refiere al por qué de dichos acontecimientos y a la actuación de las autoridades ante tales situaciones. Y no es sino hasta a finales del año pasado, como resultado del asesinato de un grupo de niños en Connecticut, que la opinión pública empezó a cuestionarse insistentemente sobre las causas de tales comportamientos y a pedir a la clase política soluciones para evitar este tipo de violencia. 

Desgraciadamente, y raíz del hecho anterior, el debate sobre la violencia al interior del país se ha centrado casi exclusivamente en la cuestión de si la población debe o no poseer armas y, qué tipo de armas. Pareciera que a los grupos que detentan el poder político y económico de Estados Unidos no les interesara llegar al fondo de las razones que han motivado estos comportamientos. Las explicaciones que se dan quedan circunscritas a la esfera de lo privado; es decir, si una persona sale y mata a un grupo de ciudadanos, el hecho queda explicado con argumentos que tienen que ver con su salud mental o situación familiar. O bien, se intenta aclarar, a manera de consuelo, tales conductas a partir de ideas morales que afirman la supremacía numérica de la gente buena sobre la mala. Pero se sigue careciendo de una explicación adecuada.

Creo que las razones de este tipo de violencia, por otra parte muy característica de este país, deben buscarse más allá del ámbito privado, más allá de la vida personal del asesino. Estamos frente a una violencia cuyos orígenes son sociales. ¿Qué quiero decir exactamente? Simplemente que cada sociedad produce su propia violencia. Si comparamos la violencia que se genera en Estados Unidos con la de Latino América, por ejemplo, veremos que son muy diferentes una de la otra, tanto en sus causas como en sus manifestaciones. 

En este país ha surgido un tipo de hombre violento, y según los medios de comunicación, casi siempre anglo-americano culturalmente hablando, educado e inteligente y, de clase media alta. Este individuo se encuentra totalmente aislado, no sabe relacionarse con los demás y; por lo mismo, actúa solo. Estamos frente a un fenómeno social muy doloroso y angustiante, porque nadie de nosotros sabemos cuándo va a aparecer otro asesino de este calibre. En este sentido, dicha violencia sigue el patrón del terrorismo, es inesperada, impactante y sumamente desequilibradora; y los poderes estatales resultan ineficaces ante ella. Dicho de otro modo, el país creó a sus propios terroristas.

Reflexionado sobre este asunto, llegué a ciertas conclusiones tentativas, que a continuación enumeraré. En primer lugar, la cultura en este país es fuertemente individualista, los lazos que unen a las personas con otras muy rápido quedan deshechos, en aras de alcanzar un futuro mejor, en donde los demás no cuentan, a no ser que me reporten alguna utilidad.  Es la filosofía de “los negocios son negocios”. En segundo lugar, la cultura dominante ha invadido el espacio humano de ideas desconectadas unas de las otras. Sabemos mucho de los agujeros negros del espacio, de los dinosauros y de los meteoritos. Pero es un conocimiento fragmentado y desvinculado de nuestras vidas, que no nos ayuda a orientarnos moralmente en el diario vivir. En tercer lugar, carecemos de creencias, entendidas como las intuiciones que damos por válidas y que nos dictan un código de conducta que sentimos bien arraigado en nosotros. Al quedar huérfanos de creencias todo pierde valor, hasta la vida. 

Yo me pregunto, ¿dónde están las voces de los intelectuales? ¿Dónde está ese saber que tanta falta nos hace para aprender a vivir con un alma que nos permita sentirnos uno con los otros? Los intelectuales  se han quedado mudos ante tremenda problemática. Se necesitan creencias que guíen a la población y su descubrimiento es tarea de los humanistas: de filósofos, religiosos y artistas, entre otros.


¿Y usted qué opina? El debate está servido. Escriba
[email protected] y ¡haga oír su voz!


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