Cultura y noticias hispanas del Valle del Hudson
Siempre el punto de partida desde donde automáticamente se regresaba era el mismo.
Hace tiempos, mientras tomábamos unas cervezas con los amigos, y discutíamos del futuro no tan inmediato, le dije al Santiago, “de aquí se ve todo, veo el pueblo y la ciudad, el enorme abismo debajo de nosotros y somos como un cronometro filosófico que algún rato dará respuestas”. En ese momento nadie dijo nada, ni yo mismo supe qué más decir, y el momento de pausa lo esquive con un último sorbo.
Todos los días las hormigas caminaban, iban y venían, cruzaban y descansaban un rato y seguían su rumbo. Yo las veía desde arriba, desde la montaña justo donde terminaba el camino, todo se veía pequeñito, como hormigas.
El pueblo se dividía en dos partes y cuando no les daba la gana de llevarse entre sí, ponían de pretexto el cruce, pero todo disgusto terminaba el domingo. Teníamos un puente que a mí siempre me pareció hermoso: tres troncos enormes, viejos y podridos, maderas laterales, sujetadas con cabuyas y reforzadas con clavos, sin seguridades de los lados.
Ese era el medio que unía a las dos partes, lo que conectaba a los pequeños negocios, las familias y los novios.
Mi tía Elena lo usó muchas veces en las noches y madrugadas. Era algo cotidiano que el agua se secara o no hubiera luz, pero para los jóvenes necesitados de amor era indispensable la escasez y el puente, para sus grandes y casi épicos encuentros y rencuentros de amor. El río calmaba la sed de las familias y las velas eran el mejor negocio de mi abuela.
Me solía sentar en la mitad, entre el río y el puente, sólo para observar en frente otro puente más viejo de piedra, lleno de matorrales y totalmente desgastado por el tiempo, que conducía a una serie de túneles, que conectaba a múltiples vertientes, riachuelos y pasos alternativos. Imaginaba cruzando a los chasquis de los últimos Shirys, recortando pasos por túneles que conectaban a los caminos del sol, antes de la invasión española, o tal vez las últimas fuerzas rebeldes de resistencia de los obrajes después de la invasión española.
Un día, cuando nos mudamos por primera vez el puente se cayó. Debido a las grandes lluvias los ríos crecieron y las quebradas arrastraron todo. El pueblo quedó incomunicado, los negocios se vieron afectados gravemente y las familias no podían cruzar a recoger el agua, los amantes se extrañaron más que nunca, el sacerdote dijo que había sido un castigo de las alturas porque había muchas parejas que no se casaban aún. Todo entró en crisis, los animales se morían, las familias incomunicadas.
Así paso mucho tiempo, yo dejé de visitar a los míos y me concentré más en la vida de ciudad, los estudios y todas esas inútiles cosas.
En algún momento volví. Me sorprendí al ver un nuevo puente de cemento armado con barras de seguridad y algunos avisos. Vi más gente pasar y camiones, y más parejas que habían celebrado sus nupcias, mi tía Elena junto a su amado Bobby. Me quedé varado como extraviado por momentos, disfrutando de la fugaz felicidad de las cosas nuevas que causa en la gente. Por mi parte siempre extrañé al viejo amigo, en el que tenías que ser un excelente ciclista para esquivar huecos y no atorarse, o ir de salto en salto viendo abajo la fuerza del agua que ahora ya no existe.
Siempre me gustaron los puentes, incluso aquí siento ganas de estacionarme a un lado de la carretera y tomarme un último sorbo de alguna bebida imaginaria, treparme a lo alto quizá del George Washington y ver nuevamente las hormigas o quizá lanzarme en parapente de algún puente más largo que el Throgs Neck o el Tappan Zee. Me gustaría dejar mi carro olvidado antes de que algún policía me diga “driver’s license and insurance, please” con su voz autoritaria.
Sin duda el puente más extenso es la mente. Nosotros las generaciones, somos el camino, el cruce, la idea, el diálogo, la narración, la poética, el relato encargado de grabar el mensaje en los niños de los nuevos y modernos tiempos.
Somos el puente que cada día se extiende más con la migración, con el recuerdo y con la conciencia de mantener la identidad, de cada pueblo y nacionalidad.
A Criss y mi familia…
COPYRIGHT 2012
La Voz, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
Hace tiempos, mientras tomábamos unas cervezas con los amigos, y discutíamos del futuro no tan inmediato, le dije al Santiago, “de aquí se ve todo, veo el pueblo y la ciudad, el enorme abismo debajo de nosotros y somos como un cronometro filosófico que algún rato dará respuestas”. En ese momento nadie dijo nada, ni yo mismo supe qué más decir, y el momento de pausa lo esquive con un último sorbo.
Todos los días las hormigas caminaban, iban y venían, cruzaban y descansaban un rato y seguían su rumbo. Yo las veía desde arriba, desde la montaña justo donde terminaba el camino, todo se veía pequeñito, como hormigas.
El pueblo se dividía en dos partes y cuando no les daba la gana de llevarse entre sí, ponían de pretexto el cruce, pero todo disgusto terminaba el domingo. Teníamos un puente que a mí siempre me pareció hermoso: tres troncos enormes, viejos y podridos, maderas laterales, sujetadas con cabuyas y reforzadas con clavos, sin seguridades de los lados.
Ese era el medio que unía a las dos partes, lo que conectaba a los pequeños negocios, las familias y los novios.
Mi tía Elena lo usó muchas veces en las noches y madrugadas. Era algo cotidiano que el agua se secara o no hubiera luz, pero para los jóvenes necesitados de amor era indispensable la escasez y el puente, para sus grandes y casi épicos encuentros y rencuentros de amor. El río calmaba la sed de las familias y las velas eran el mejor negocio de mi abuela.
Me solía sentar en la mitad, entre el río y el puente, sólo para observar en frente otro puente más viejo de piedra, lleno de matorrales y totalmente desgastado por el tiempo, que conducía a una serie de túneles, que conectaba a múltiples vertientes, riachuelos y pasos alternativos. Imaginaba cruzando a los chasquis de los últimos Shirys, recortando pasos por túneles que conectaban a los caminos del sol, antes de la invasión española, o tal vez las últimas fuerzas rebeldes de resistencia de los obrajes después de la invasión española.
Un día, cuando nos mudamos por primera vez el puente se cayó. Debido a las grandes lluvias los ríos crecieron y las quebradas arrastraron todo. El pueblo quedó incomunicado, los negocios se vieron afectados gravemente y las familias no podían cruzar a recoger el agua, los amantes se extrañaron más que nunca, el sacerdote dijo que había sido un castigo de las alturas porque había muchas parejas que no se casaban aún. Todo entró en crisis, los animales se morían, las familias incomunicadas.
Así paso mucho tiempo, yo dejé de visitar a los míos y me concentré más en la vida de ciudad, los estudios y todas esas inútiles cosas.
En algún momento volví. Me sorprendí al ver un nuevo puente de cemento armado con barras de seguridad y algunos avisos. Vi más gente pasar y camiones, y más parejas que habían celebrado sus nupcias, mi tía Elena junto a su amado Bobby. Me quedé varado como extraviado por momentos, disfrutando de la fugaz felicidad de las cosas nuevas que causa en la gente. Por mi parte siempre extrañé al viejo amigo, en el que tenías que ser un excelente ciclista para esquivar huecos y no atorarse, o ir de salto en salto viendo abajo la fuerza del agua que ahora ya no existe.
Siempre me gustaron los puentes, incluso aquí siento ganas de estacionarme a un lado de la carretera y tomarme un último sorbo de alguna bebida imaginaria, treparme a lo alto quizá del George Washington y ver nuevamente las hormigas o quizá lanzarme en parapente de algún puente más largo que el Throgs Neck o el Tappan Zee. Me gustaría dejar mi carro olvidado antes de que algún policía me diga “driver’s license and insurance, please” con su voz autoritaria.
Sin duda el puente más extenso es la mente. Nosotros las generaciones, somos el camino, el cruce, la idea, el diálogo, la narración, la poética, el relato encargado de grabar el mensaje en los niños de los nuevos y modernos tiempos.
Somos el puente que cada día se extiende más con la migración, con el recuerdo y con la conciencia de mantener la identidad, de cada pueblo y nacionalidad.
A Criss y mi familia…
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