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¿Recuerda la película wall-e?

Por Valeria Sorín
June 2012
Luego de llegar a contaminar y llenar todo el planeta Tierra de basura, los humanos habían salido en una enorme nave espacial para vivir en el espacio hasta que algunos robots limpiaran la tierra y la vida volviera a ser sustentable.  

Wall-e es uno de estos robots, sólo que ha desarrollado cierta humanidad: la capacidad de hacer contacto real con otros (una cucaracha, otros robots, las personas) y un sentir romántico. Cuando conoce a E.V.A. (una hermosa y moderna sonda enviada desde la nave para verificar si ha vuelto a haber vida en la tierra), la sigue hasta la nave. Los humanos allí ya no se mueven por sí mismos, han delegado todo a los robots, incluso ya no se miran: viven absortos, sólo conectados a través de una pequeña pantalla delante de sus caras.

Podemos pasarnos toda la tarde hablando de los detalles que tuvieron en cuenta los creadores de Wall-e, del mundo creado y cómo nos refleja. No tenemos tanto espacio, permítanme solo hacer hincapié en un pequeño detalle: luego de 700 años, la nave sigue viajando por la galaxia con una enorme población dentro. Han logrado resolver una gran cantidad de problemas: la energía, la salud, la generación de comida y agua, el entretenimiento. Y sin embargo, todos los días siguen generando toneladas de basura que unos robots procesan y sueltan en el espacio.

Después de ser tan inteligentes, no ha cambiado la actitud de evitar pensar en la basura. Se la sigue escondiendo debajo de la alfombra, como si por no verla dejara de estar allí.

En Buenos Aires, barrios enteros están levantados sobre basura. Digo, algunos de los barrios más elegantes están enclavados en lo que se da a llamar "tierras ganadas al río". Es que alrededor de un kilómetro del río de la Plata, el río más ancho del mundo (desde una costa, sólo los días especialmente claros se ve la otra), ha sido rellenado con basura procesada, agrandando una lonja de la ciudad.

Este es el desafío de la humanidad. Enfrentar qué hacemos con la basura.

La basura a veces son las baterías usadas (ahora todos compramos recargables), otras la chatarra informática (cuatro décadas de ordenadores y consolas), o bien las toneladas diarias de pañales descartables (y estamos decididos a no dejar de usarlos, no sea que tengamos que lidiar con la caca de nuestros hijos).

Años atrás un equipo de la Facultad de Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires había desarrollado ideas para reutilizar el plástico de las botellas descartables. Retomaron un viejo utensilio que los gauchos solían usan en otro siglo para cortar el cuero de los animales, sólo que sería útil para convertir una botella en varios metros de hilo de muy resistente PVC. Con diferentes técnicas se proponía utilizarlo para tejer los asientos de muy modernas sillas, hacer carteras y hasta hamacas.

Existe una especialidad de la antropología que estudia los residuos de las comunidades para pensar sobre ellas. Y hasta el marketing mide los resultados de sus campañas investigando la basura de ciertos barrios para saber cuántas botellas de leche de cada marca han consumido sus habitantes luego de una determinada campaña.

La basura habla de nosotros tanto como cualquiera de nuestras manifestaciones culturales.

Y por el momento habla de nuestro costado más involucionado.

Escribo estas líneas a pasos de la cordillera de los Andes. Los Calle 13 dicen en una de sus canciones más conocidas que la cordillera es la espina dorsal del mundo. Por lo que todas las Américas son la espalda del planeta.

¿Me pregunto si podremos sostener esta mochila?
 

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