Viajar sin ataduras (II)
El duelo migratorio
Por María Elena Ferrer
September 2011 Sentada en la sala de espera, con mi “siete” entre las manos, imaginé lo que representan las estampitas de la Virgen para los creyentes. Y con esa ingenua fe sentí una gran expectación. Eran ya las 10:30 de una larga mañana y estaban por salir de los despachos los números cinco y seis.Era mi turno, o eso pensaba yo, porque los despachos se quedaron vacíos. Y permanecieron así otra eternidad… ¡45 minutos!
En mi cabeza desfilaron las mil y una razones por las cuales las dos únicas abogadas se habrían ausentado tanto tiempo, con tantas personas por atender y quedando apenas dos horas de atención al público. La simpática recepcionista me aclaró amablemente la razón:
- ¡Están almorzando! ¿O es que no pueden?
Ni Joaquín Sorolla hubiera podido crear una imagen más clara de la tan valenciana costumbre del "almuerzo" a media mañana. Aún así, no fue la única vez que "sufrí" la experiencia, pero sí la primera y más impactante.
¿Cómo algo que algunos consideran normal podía percibirse por otros como una indolente falta de respeto? ¿Cómo era posible que el derecho de unos fuera el abuso sobre los otros?
No podía comprenderlo, me aferraba a mi papel de inmigrante “víctima” de aquellos “verdugos” autóctonos. Seguía comparando y esperando que las cosas fuesen “como en Caracas”. Bueno, en realidad, como yo idealizaba que eran en Caracas.
En momentos así se me olvidaba por qué había huido de mi tierra y el calvario que significaba hacer cualquier gestión en alguna dependencia pública. Luego de la embriaguez que me produjo ver las maravillas que me ofrecía un país “mejor” que el mío, me encontraba sufriendo la resaca, la desilusión: nada podía ser mejor que en mi país. Aquí todo era peor, denigrante.
La segunda etapa
Me encontraba en la segunda etapa de mi duelo migratorio: una etapa de reacciones que surgen cuando se reconoce el cambio y su impacto comienza a manifestarse en las personas, en sus dimensiones física, psíquica, social y trascendental. Es una etapa dolorosa, pero normal y necesaria, que suele durar entre unos meses y un año. Cuando se supera, se dice entonces que hay una “integración”.
Sin embargo, las diferentes circunstancias o capacidades de cada quien, producen diferentes situaciones. Es así como nos encontramos con personas que no lo superan por sí solas en el tiempo esperado y las reacciones se prolongan generando un estado de stress, evidente o no, que afecta de manera negativa tanto sus relaciones interpersonales como su relación consigo mismas.
[Continuará...]
COPYRIGHT 2011
La Voz, Cultura y noticias hispanas del Valle de Hudson
Comments | |
Sorry, there are no comments at this time. |