Cuento
PRÍNCIPE AZUL
Novela por entregas. Parte 8
Por Robinson David Martínez
July 2011 En el capítulo 7 (Edición de abril de 2011) el Príncipe Azul, se encuentra en el palacio (de techo de oro y paredes de plata) y cae en una profunda depresión al ver centenares de cadáveres putrefactos en todo a su alrededor asesinados por los hombre-sombras. Emocionalmente en crisis, siente un movimiento raro subiendo de su estómago hacia su esófago. El príncipe tose y expulsa una viscosidad oscura palpitante llena de cabellos largos conectados a él que sobresalen de su boca y se conectan a su corazón rosado en su pecho. Con toda su fuerza el príncipe muerde el cabello-lombriz más grande, que cuelga entre sus dientes, y grita por el gran dolor que esto le causa.el príncipe sintió descargas eléctricas en su lengua, labios, encías, en su cuello, en la espina dorsal, en sus muñecas y hasta en sus pies y en las pantorrillas. de sus ojos salieron lágrimas que flotaban en el aire en grupos, como racimos de burbujas que lucían como moras. cada gotita del racimo era una memoria, una vivencia.
su cuerpo se movía volátilmente. los cabello-lombrices (implantes de los sombra-humanos) no sólo yacían en su corazón, sino también en cada célula de cada órgano y en cada hebra de cada músculo. esta descarga exprimía sentimientos y recuerdos emocionales de cada célula; en todas estas había racimos de vivencias emocional y bioelectromagnéticamente codificadas en cada rincón de su cuerpo humano.
la piel del príncipe tenía la consistencia de un río sucio, aunque sí podía ver como de sus órganos, músculos y huesos, surgían mora-memorias elevándose. luego los siete vórtices de su cuerpo se manifestaron en su configuración energética (parecían galaxias sucias giratorias). las centenares de mora-memorias flotando fueron succionadas por el plexo solar.
el príncipe cayó al suelo, a su cuerpo caliente le salía humo. estaba rodeado por lo que parecían lombrices muertas quemadas todavía pegadas a su casi acuática piel mugrosa color gris oscura. el príncipe se parecía a takasu, el líder de los sombra-humanos.
el príncipe se levantó y hasta las plantas de los pies le dolían. se sacudió y miles de estos cabello-lombrices se le desprendían.
el príncipe comprendió que el tiempo era hecho de círculos concéntricos y cómo la gravedad, lo que parecían reglas, eran sólo potencialidades de reglas, posibles esquemas que podrían ser cambiados por el hecho de conectarse con la conciencia de todas nuestras células. algo profundo en él alteraba su percibir y sentir: se dio cuenta de que su conciencia determinaba las ordenes que en si, eran códigos bioelectromagnéticos recibidos por todos los receptores en todas sus células. el efecto de esta labor colectiva celular creaba un magnetismo e influía a las células cósmicas (átomos), al potencial infinito que nos rodea a todos en cada momento.
se dio cuenta que él era rey de la realeza de su realidad.
"¡delni!"
el príncipe caminó lentamente hacia la cocina. al lado de la gran estufa de hierro,observó la estatua amarilla pastel de delni, sentada con pies cruzados y la palma de su mano abierta y extendida.
el príncipe estaba cubierto por un polvo gris oscuro y alguna que otra hebra de lombrices muertas todavía arraigadas a su piel. se sentó frente a ella en estilo samurai. le dolían las pantorrillas y las piernas.
era extraño. el príncipe sentía un gran vacío, una paz eterna. sabía y sentía que su metamorfosis apenas comenzaba. sentía una extraña sensación de estar a punto de estornudar con todo su cuerpo. recordó su niñez en el palacio y el cuidado y el cariño de delni. sintió tanto amor por ella. sus ojos se llenaron de lágrimas. en ese momento los ojos de la estatua de delni se abrieron con una luz rosada demasiada brillante para los ojos del príncipe.
"salva a agawa," le dijo ella en un lenguaje tejido en luz rosada.
de la mano extendida de delni se abrió un ojo de luz verde. de allí salieron siete abeja-luciérnagas: una roja, otra verde, la tercera violeta, la cuarta celeste, la quinta dorada, la sexta rosada y la séptima blanca.
las abeja-luciérnagas lo picaron, cada una en cada chakra. el príncipe gritó y luz celeste salió de su boca, de sus oídos, de su nariz, de su piel y de sus ojos. todos los cabello-lombrices se desprendieron. debajo de su piel polvorosa gris oscura brotaban miles y miles de burbujitas celestes. adentro de cada burbujita celeste estallaba una brillante luz dorada que se regaba por toda la piel del príncipe.
el príncipe sentía un profundo sentimiento de gratitud. se miró las manos. veía miles de chispitas líquidas doradas. movió sus manos en el aire. con cada movimiento sus manos dejaban un rastro celeste en el aire.
"¡soy dorado!"
"¡ándale! me late que este renacuajo al fin se volvió árbol," dijo el extremadamente pequeño hombre barbudo con lágrimas en los ojos. luego se transformó en renacuajo con barba. al frente del renacuajo, el príncipe yacía parado como un árbol dorado, brillando con centenares de abeja-luciérnagas posadas en todas sus ramas de oro.
el extremadamente pequeño renacuajo barbudo lloraba y lloraba. el príncipe, como árbol, le preguntó telepáticamente:
"¿por qué lloras?"
"estoy réquete-contento porque al fin te encontraste."
el renacuajo cambió a su forma humana extremadamente pequeña y barbuda. su barba era blanca y también sus cejas. el príncipe dorado levitaba en el aire, jugando con sus abeja-luciérnagas, haciendo movimientos de qi kung, dirigiéndolas en esferas grandes y pequeñas que centellaban con su luz colectiva intermitente.
el extremadamente pequeño hombre barbudo estaba parado en el musgo verde y brillante. saltó muy alto y le dio una cachetada al príncipe. en ese momento una abeja-luciérnaga lo pico en el índice.
"¡aaaaaah! ¡mi dedo! ¡mi dedo!" gritaba el pequeño hombre barbudo, corriendo histéricamente de un lado al otro del musgo verde.
el dedo se le había hinchado al triple de su tamaño normal y pulsaba más grande y más pequeño al estilo caricatura.
levitando en el aire, el príncipe dorado le dio tanta risa de ver esto. al reírse, toda su piel emanaba chispas doradas. sus abeja-luciérnagas, posadas en su cabello, se prendían y se apagaban con las carcajadas del príncipe.
el pequeño hombre barbudo dejó de correr. se miró el dedo. miró al príncipe. y soltó la carcajada. los dos lloraban de la risa.
la abeja-luciérnaga incrustada en el tercer ojo del príncipe se prendió.
"agawa," dijo el príncipe dorado.
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