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El Loco, The Crazy Man

Un cuento de Jacinta Escudos en los dos idiomas

Por Jacinta Escudos
December 2011
¿Quién va a contarnos la historia de nosotros mismos, las historias íntimas, personales y cotidianas, aquel material humano del que no se ocupan los historiadores, los analistas ni los políticos?
Esto nos pregunta Jacinta Escudos, escritora salvadoreña contemporánea y autora de varias colecciones de cuentos cortos, novelas, ensayos y poemas. Escudos empezó a escribir de niña en San Salvador durante los años que precedieron al comienzo de la guerra civil, y siguió escribiendo sobre “aquel material humano” incluso después de haber huido de El Salvador. Pero sus escritos, muchas veces llenos de humor negro y desesperanza, sólo llegan a una pequeña audiencia: una audiencia centroamericana e hispanohablante, porque nunca han sido traducidos. Por eso decidí traducir la colección de cuentos cortos de Escudos “El Diablo sabe mi nombre” como mi proyecto final en Bard College. Trabajé con catorce cuentos durante un año, intentando encontrar la mejor manera de traducir estas “historias íntimas, personales y cotidianas” de las cuales Escudos habla, para extender el alcance de sus cuentos,

EL LOCO

Se despierta una mañana, se levanta. Se dirige hacia el armario (no desayuna, no bebe ni un vaso de agua). Saca un pañuelo rojo (¿un paliacate? ¿una seda?) y lo extiende sobre su cama. Recoge objetos de su habitación, objetos que para otros serían tonterías / fetichismos / amuletos, pero que para él son sus más valiosas pertenencias: un mechón de cabellos de su amada, una fotografía arrugada de cuando era niño, una piedra recogida en un río, un collar de semillas de colores, un bigote de su gato, un reloj que no funciona.

Anuda el pañuelo y lo ata a un cayado. Toma un sombrero, el cual corona con una pluma. Viste túnica de colores y botas amarillas. Equilibra el cayado con sus tesoros sobre el hombro y, sin avisarle a nadie, sale fuera de casa.

Brinca, salta, saluda a los extraños, juega con el viento, con la luz, con las plantas, les habla y les canta. Corta una rosa en el camino. Se desconcierta un poco al no escuchar respuesta de sus interlocutores, mudos, estúpidos, que lo miran pasar en silencio.

Nadie sabe quién es, a dónde va, de dónde viene. Nadie sabe qué es lo que lleva sobre el hombro y por qué aparenta felicidad. Un perro lo persigue, risueño. Piensa el perro que es un juego, aquella manera en que brinca el hombre. Las personas que lo miran pasar murmuran, lo señalan con el dedo.

Pero el hombre de la túnica de colores no se entera de nada. Nota esos rostros desconcertados y se pregunta “¿por qué me miran tanto?”. Así transcurre el día y el hombre abandona el pueblo, los caminos. Alcanza distancias que no conoce, que nadie ha visto. El perro sigue a sus pies, jadeante, cuando se nota que el hombre de la túnica de colores cambia la expresión de su rostro, ahora sombrío.

Ya está en la orilla del abismo, al borde del precipicio. ¡Ah, aquel paisaje, el viento que golpea el pecho del hombre y le hace sentirse pariente de Dios mismo! ¡Al diablo con todos aquellos rostros estupefactos, con todos los extraños en el camino! “La soledad no existe si por lo menos hay un perro que te acompañe”, piensa.

Y mientras piensa, no lo nota, su pie está en el aire. Un paso más y el hombre caerá por el abismo. El perro muerde su bota, intenta detenerlo, pero el hombre danza en un pie, grita, (no sabemos si de dolor o alegría, los sonidos son tan similares que se confunden).

Entonces el perro, desesperado, aúlla en voz alta: “¡Loco!”.

Y el hombre lo mira, aterrado.


The Crazy Man

Translated by Sarah Leonard

He wakes up one morning, gets out of bed. He heads towards the closet (he doesn’t eat breakfast, doesn’t drink even a single glass of water). He takes out a red handkerchief (or is it a garish scarf? a fine silk?) and spreads it out over the bed. He gathers items from the bedroom, things other people might consider knickknacks/charms/talismans, but which to him are his most prized possessions: A lock of hair from his lover, a crumpled childhood photograph, a stone taken from a river, a necklace of colored seeds, a cat’s whisker, a broken clock.

He knots the handkerchief and ties it to the end of a Shepard’s staff. He picks out a hat and trims it with a feather. He wears a multi-colored tunic and yellow boots. Over his shoulder he balances the staff holding his treasures and, without informing anyone, leaves the house.

He leaps, jumps, greets strangers, plays with the wind, with the light, with the plants, speaking and singing to them. He picks a rose along the way. He is somewhat unsettled by the lack of response from his audience; mute and stupid, they silently watch him pass.

No one knows who he is, or where he is going, or from where he has come. No one knows what he carries on his shoulder and why he appears so happy. A dog cheerfully follows him. The dog thinks it is a game, the way the man leaps about. The people who watch him pass whisper and point their fingers.

But the man in the colorful tunic does not take notice. He sees their confused faces and wonders, “Why are they looking at me?” So passes the day, and the man leaves the town and the traveled paths behind. He discovers uncharted territory, expanses no person has ever looked upon. The dog pants, following at his heels, when it realizes that the man’s expression has changed; the man is now somber.

He is on the edge of an abyss. The brink of a precipice. Ah, the countryside, the wind that batters the man’s chest and makes him feel like God’s own brethren. To hell with all those bewildered faces, all the strangers on the road! “Loneliness can’t exist if you have at least one dog to keep you company,” he thinks.

And while he thinks, he does not realize his foot is in the air. One more step and the man will fall into the abyss. The dog bites his shoe, trying to stop him, but the man hops on the one foot and yells (we don’t know whether out of pain or happiness, the sounds are so similar they are easily confused).

 Desperate, the dog barks out loud: “You’re crazy!”

And the man looks down at him, terror-stricken.

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